DIARIO DE UNA PSIQUE EMPECINADA EN MORIR o el oficio de trascender







DIARIO DE UNA PSIQUE

EMPECINADA EN MORIR

o

EL OFICIO DE TRASCENDER











magda catalá






DEDICATORIAS



Ante todo, mi gratitud a las Maestras y Maestros espirituales de todos los tiempos por compartir con nosotros sus vidas, su luz y su bondad. Especialmente, a Dhiravamsa por el espacio idóneo que me ofreció cada verano en sus retiros Vipassana; donde una libertad absoluta y un impecable rigor, iban de la mano.


Mi gratitud a la Filosofía, al Arte y a la Poesía, que me han inspirado siempre, y siempre bien. La Filosofía me devuelve los ojos de un niño y puedo asombrarme y sobrecogerme ante lo inmensa, misteriosa y apasionante que es la mente del ser humano. Pero ha sido gracias a la filosofía budista, a su praxis, que he podido re-vivir las emociones más bellas, los ideales, por ejemplo, de los que nos habla Platón.


El Arte, en cambio, me invita a mirar la vida como una fuente inagotable de belleza y creatividad. Pero mi relación con la poesía es especial; me basta recordar ciertos poemas para encontrarme rica y recrearme en mi vida interior. Los poetas han sido y son, a ratitos, mis mejores amigos.


Mi gratitud a amores más profundos, y secretos: a la ausencia de madre que me llevó a Tara, a Shakti, a Sophia, a Koayin y María. Ellas son todas Una. La Madre Compasiva y Dolorosa, La Madre Tierra, La Madre de la Sabiduría, la Madre de todos los Budas, el Vientre del Universo, el Espacio que todo lo contiene, la Vacuidad misma. En otras palabras: Nada.


Mi gratitud a la Vida y a todas las muertes que la Vida conlleva. A todo lo que muere a cada instante a fin de que el prodigio de luces y sombras, el sueño que llamamos vida, tenga lugar.


Por último, mi gratitud al “pinche tirano” que como advierte Don Juan, es sin duda, nuestro mejor maestro.





AGRADECIMIENTOS



Quiero agradecer a Ananda Martín, su insistencia. A lo largo de 15 años, me ha dado la lata, pidiéndome que me ocupara del texto que hoy recupero. Hasta ahora, lo he tenido olvidado y supongo que revisar los poemas, escribir un comentario y darle a todo ello una cierta coherencia, me obligo a una recapitulación de mi vida, lo cual me dejó en cierto sentido agotada, vacía. A ese desánimo se sumó el comentario de una de mis alumnas: «¡Buah! Quien pueda con todo ese dolor…» Me horrorizó el que mi intento de compartir mis experiencias transformadoras, fuera para el otro, sólo dolor. Sólo gracias a Ananda, no tiré este texto a la basura. 

Y quiero agradecer a Alba Bioque el que me ofreciera otro punto de vista. Sus comentarios me libraron del mal sabor de boca que me producía el sólo acordarme de la psique empeñada en morir. Alba supo decirme algo que despertó mi interés y he podido retomar el texto. Me ofreció además incondicional ayuda para todo lo que para mí es imposible. Ha sido un raro placer recuperar este texto, (todo ese dolor) y desde la distancia y gracias a los ojos de Ananda y de Alba, releerlo con simpatía e imaginar que otros tal vez, podrían compartir mi visión del libro; la “buena intención” de alentarlos en sus propios, y aparentemente interminables, procesos de transformación. Pero esa visión, misión o intención del libro, es mía en tanto que la expongo yo y a mi manera, pero no lo es en tanto que la debo a mis verdaderos amigos: los libros de Spinoza, Chogyam Trungpa, Wilber, Ramana Maharshi, Adyashanti, Castaneda, Eric Baret, Maestro Eckhart, Irina Tweedie, Bernadette Roberts, A. H. Almaas... y muchos más que no los nombro, lo mismo que a los poetas, la lista sería muy muy larga.





A MODO DE PRÓLOGO



Querida lector/a, este libro es un poco raro y debo advertirte algunas cosas sobre él. Surge del deseo de compartir unos poemas escritos a lo largo de los muchos años pero, también, de la necesidad de explicarlos. Y esa es una de las posibles rarezas ya que, –es evidente– si un poema es tal cosa, no necesitaría explicación. También puede sorprender el tema. Tanto los poemas como los comentarios tratan exhaustivamente el tema de la muerte. Ambos son testimonios de mi peculiar afición y de las recompensas, de las grandes ventajas que esa afición conlleva. Así, aunque el libro pueda parecer muy serio, en realidad es solo un juego; un juego de reflexiones siempre en torno al mismo tema. La recolección, más o menos fortuita, de recuerdos y experiencias que, una vez puesta en el ordenador, han ido aflorando casi sin darme cuenta. Aunque no sin sudor. Las vivencias que comparto van siempre acompañadas, avaladas, por así decir, por las muchas ideas, que años de estudio, me han permitido adquirir. Y debo decir que la intención de este libro, más que compartir poesías, es compartir ese mundo de vivencias que hoy forman parte de mí. Si recurro al baúl de los recuerdos y rescato, por ejemplo, esos poemas, es solo como un pretexto; un recurso literario al que acudo para “filosofar” desde mí. “Filosofar” como ya sabemos, es ir en busca de la verdad, pero cuando esa búsqueda pasa por una misma, la filosofía deja de ser «un saber cuantitativo y se convierte en un camino hacia una cualidad existencial más profunda.» Filosofar para mí ha sido así y de eso trata este libro, desmontar, renunciar y morir a falsas seguridades en aras de verdades más amplias y profundas.

Pero la verdad, volviendo al libro, es que, dado el carácter “demoledor” de la filosofía que practica, lo inusual de los poemas que incluye y el tema mismo del que se ocupa, se podría pensar que este libro será duro de roer, difícil de tragar e imposible de digerir. Pero no es así. Te aseguro que cuando el amor a la verdad, la filosofía, la pasión por belleza, el arte, y la afición a la muerte se combinan adecuadamente, puede resultar un producto inesperado pero grato y fácil de asimilar. Cuando era niña se anunciaba un famoso detergente con el slogan de “tres en uno”. Y si quisiera convencerte de las virtudes de este libro, diría que limpia, pule y da esplendor. Aclara la visión, saca brillo a la inteligencia y devuelve su auténtico esplendor a todas las cosas. 


Por último, debo decir que si bien este libro se presenta como un “diario” y puede dar la impresión de un relato íntimo y personal, su intención es muy otra. Pretende ser una reflexión objetiva e impersonal; algo así como un laberinto de espejos en los que, si bien, se refleja mi propia historia, también se refleja la tuya y la de todos los que se atrevan a internarse en él.



EL SENTIDO DEL LIBRO


Iré por partes. Este libro es la historia de mi vida en tanto que siempre me he sentido un poco rara. Pero también es la historia de todos en tanto que esa sensación de rareza, todos la conocemos. Todos, a nuestra manera, somos un poco raros. La intención de este libro es que recuerdes esa sensación de rareza y te reconcilies con ella. A menudo la olvidamos porque casi siempre nos es dolorosa. Sin embargo, solo si tenemos presente ese continuo malestar seremos capaces de emprender un camino. Un camino interior. 


De eso va este libro, de caminos interiores, de senderos ocultos que se le abren a una por dentro y aunque tu no quieras, te van llevando. A mí, como a tantas niñas, me llevaron a escribir en mis diarios todas las tristezas que por sentirme rara, escondí en soledad. Porque, paradójicamente, sentirnos raras conlleva siempre otra sensación también dolorosa, la soledad. Cuando nos sentimos raros, no sólo nos sentimos solos, nos sentimos solos e incomprendidos. Sentirse incomprendida, duele y ante el dolor, o bien nos enojamos con el mundo, o bien, con nosotras mismas. Un camino interior se inicia cuando una opta por la segunda opción. Esa opción nos aleja aún más del mundo, nos hace más y más raros pero, y eso es lo importante, convierte la propia vida en una aventura extraordinaria, en una apasionante guerra interior.



EL SENTIDO DE LA GUERRA


Esa guerra vale la pena. Es la única guerra que vale la pena; nos convierte en auténticos guerreros, esto es, en artífices de nuestro propio destino. En algunas tradiciones espirituales, las de las naciones indias de toda América o la budista, la figura del guerrero, más que la de santo, es el prototipo del buscador espiritual. El camino del buscador se equipara a una guerra porque implica conflictos continuos, feroces enfrentamientos con uno mismo, hay que derribar las murallas pétreas que hemos construido para protegernos del mundo, y salvarme “yo”. Gandhi, guerrero y pacifista, sabía que el enemigo, el único enemigo en todas las guerras, siempre es yo. Y las batallas contra uno mismo son, como todas las batallas, dolorosas, atroces, injustas, cruentas… pero a diferencias de las convencionales, pueden resultar muy provechosas; aportan una mejor comprensión de la verdad y eso, es importante. A medida que comprendemos mejor las cosas, las guerras van siendo menos cruentas, las batallas menos violentas y las muertes, menos temidas y dolorosas. Cuando las treguas se van haciendo más frecuentes, empezamos a ver la razón oculta, la huella que subyace y alimenta nuestra desazón. La paz empieza a vislumbrarse y el sentido de la vida, el sentido de la guerra y las muertes que la vida conlleva, se va viendo más claro y mejor. Ahora bien, emprender esa guerra, requiere valor y coraje; no es fácil vérselas continuamente contra una misma. Pero, coraje, también lo tenemos todos; ya sea escondido o a flor de piel. Los seres humanos somos corajudos por naturaleza y batallamos siempre: matamos y morimos ahí fuera, o en nuestro interior. No hay otra. La vida es así, es maravillosa y terrible, oscilamos siempre entre deseos y temores porque la vida no es sólo vida. La Vida es vida y es muerte. Nacer es morir a la vida intrauterina, en la adolescencia se muere un niño, con la madurez vemos morir nuestros sueños de juventud y en la senectud haríamos bien en prepararnos para morir de verdad. La vida es un proceso de transformación continua que en su increíble y maravilloso despliegue evolutivo, precisa de la muerte de una forma de vida, para dar vida a otra forma de vida que, a su vez… 



EL SENTIDO DE LA VIDA


Y todo eso, sin saberlo yo muy bien, me preocupaba siendo niña. Me sentía muy rara en un mundo donde lo que a mí me importaba, no le preocupaba a nadie. De la vida y de la muerte trataban mis poemas infantiles y de hecho, ese sigue siendo el tema. Cómo hacer de la vida/muerte que es la Vida, una historia significativa, como encontrar, en esa guerra, alguna paz. Sabemos que la paz que todos deseamos para el mundo solo será posible cuando cada uno de nosotros estemos en paz. Y la única forma pacífica y efectiva de alcanzar cierta paz interna, es hacernos conscientes –y responsables– de la guerra incesante que está teniendo lugar en uno. 


Esa es también la única posibilidad de encontrar el Sentido de la propia vida. Un Sentido auténtico del que no tendremos duda, en tanto que surge de nuestro interior. La finalidad de la guerra es esa: desentrañar el nudo de rarezas, torpezas, dolores y sinsabores que llevamos dentro y hacer las paces con todo ello. Descubrir el origen del malestar latente que nos ocupa el 99% de nuestro tiempo –lo sepamos o no– señala, inequívocamente, el Sentido de la vida. Nos brinda una sensación nueva y placentera, de la propia originalidad. Pero esa sería la meta y lo importante, por ahora, es el camino. El camino pasa por estar muy atentas y tomar conciencia de lo que nos está pasando cada momento, cada minuto de nuestra vida. Sólo si nos mantenemos en contacto con esa desazón, no tendremos más alternativa que ocuparnos de ella. El Dalai Lama dice que el egoísmo, bien entendido, no es sino humildad. Es algo así como reconocer, finalmente, que si yo no me ocupo de mis problemas ¿quién lo va a hacer?


He dicho que este libro trata de senderos ocultos de los que sólo una sabe. Pero también he dicho, que todos sabemos algo, todos nos miramos, de tanto en tanto, el ombligo y nos encontramos a gusto, aburridos, o en un infierno. Observar la vida interior, ser conscientes de todo lo que pasa por nuestra mente, de todo lo que sentimos, puede, a ratos, resultar apasionante, pero, no siempre lo es. Por lo general es frustrante y descorazonador. Es como si un disco rayado se nos hubiera atorado en la cabeza y no tuviéramos control alguno sobre él. Y a todos nos pasa lo mismo. Por raros que nos sintamos somos, en el fondo, iguales y los senderos ocultos de nuestras mentes, de las mentes que llamaríamos “normales”, suelen ser muy similares y tan recurrentes, como aburridas. Se podría decir que uno no avanza. Y lo cierto, es que en el interior no se avanza, sólo se profundiza. La profundidad nos va dando altura, pero antes de elevarnos un poquito siquiera, una comete cada vez el mismo fallo y se golpea, una y otra vez, en la misma herida. Y solo la muerte, algún tipo de muerte, nos salva de seguir en esa rueda; la rueda del Samsara, que dicen los budistas. Solo morir a una sensación de identidad dada, dice Wilber, nos permitirá saltar de nivel y sí, seguir dando vueltas en la espiral cósmica, pero con otra conciencia. 



EL SENTIDO DE LA MUERTE


Ese es el sentido de encarar la muerte e incorporarla a la propia vida. Solo ella nos procura una salida para trascender el mundo chato y narcisista en el que nos encontramos. Sólo si nos transformamos todos y cada uno de nosotros, ese mundo podrá cambiar. Recordemos la terrible sentencia de Becker…: «El miedo a morir se aminora matando» Por muchos pactos que se firmen en el mundo el hombre seguirá siendo un lobo para el hombre, mientras no aprenda a morir una y otra vez en sus guerras internas y se transforme a sí mismo, tantas veces como sea necesario, a fin de encontrar dentro, la paz que busca. Nunca ha sido tan evidente, dicen los científicos, que la vida en el planeta tierra depende de un cambio de conciencia de los seres humanos. 


En este libro la muerte está muy presente porque es una aliada importante. Cuando una se compromete en la propia guerra hay que contar con ella pues, no hay guerras sin muertes. Y ahora, para situar el tema de la muerte en su debido contexto, debo recordar que los poemas que transcribo anteceden, con mucho, a las sesudas reflexiones que los acompañan. Pero recurro a los poemas para ilustrar lo que de verdad me interesa. Y lo que me interesa, lo único interesante de cualquier guerra interior, es trascender. Morir, de alguna manera, a fin de acceder a otro estado de conciencia, ascender realmente un escalón en la espiral del Ser y colaborar, cada vez más conscientemente, en el proceso evolutivo de la humanidad. La trascendencia, o dicho de otra manera, el arte de morir, es el tema, implícito en los poemas y el tema que los comentarios, intentan explicitar. Pero también es el hilo que conecta mis poemas con tu historia y las de todos. Malraux enunció el lema del siglo XXI: «Transformación o muerte» dijo. Y ahí nos andamos todos, aprendiendo, como podemos, el ars moriendi, o el arte de la transformación. Ahora bien, debo reconocer que mi afición a la muerte, es quizás un poco más rara de la cuenta.



UNA AFICIÓN MUY PARTICULAR


Esa afición tiene una explicación también un poco rara, pero precisa. Solo nacer se produjo una confusión y fui cambiada por otra niña cuyo apellido era Atalá. Muchas veces mis padres me explicaron la historia. Ello alimentó la fantasía que todos hemos tenido: yo no soy hija de esta familia. Lo cierto es que no tengo duda de mi herencia genética. Mi herencia kármica, en cambio, es otra cosa. Durante tres días no estuve con mi madre. Nadie sabe muy bien dónde o con quién estuve porque, al parecer, la madre de esa otra niña o bien había muerto, o bien se estaba muriendo. Imagino que estuve bien atendida y sin embargo, esa muerte, o esa agonía, está en mi memoria celular. Recuerdo bien el hambre, el frío, el miedo, un fuego seco en la garganta y un frenesí voraz en la boca. Conozco bien las sensaciones de impotencia y vulnerabilidad extremas, así como el pánico y el desconsuelo que generan. Todo trabajo de cuerpo me ha conducido de vuelta ahí. Porque fue ahí, en esos precisos momentos, donde me quedé fijada. Me familiaricé con la muerte antes que con mi madre y eso agravó mucho mi tendencia a la rareza y la soledad. Sólo nacer me hice experta en el arte del aislamiento y la frustración. Un: “no quiero nada”, tan absurdo como terco ha marcado mi historia y no he tenido más remedio que volver una y otra vez a esos momentos de agonía y reconciliarme con ellos. Han sido un refugio donde, por un lado, desfallecía y por otro, me recuperaba, volvía a mí. Reconocerse, reconciliarse, toma tiempo. 

Pero lo cierto es que no importa cómo hayamos venido a este mundo. Nueve meses antes del nacimiento empieza la aventura heroica y según Grof, nunca es muy grata. La vida intrauterina transcurre entre terribles altibajos; bajadas a los abismos y súbitos ascensos a los cielos para volver a caer. Las huellas de esos momentos yacen dormidas en nuestra memoria inconsciente, pero condicionan, muy activamente, nuestro ser en el mundo. Grof afirma que toda la patología y el horror que puebla el mundo, proviene de las experiencias prenatales y de las ingratas memorias que nos marcan antes de nacer... Huellas kármicas, dirían los budistas. Porque el karma no es otra cosa que el cúmulo de nefastas tendencias habituales con la que venimos al mundo. Deudas, dicen ellos, de otras vidas, lecciones no aprendidas, aristas por pulir. Sea como sea, encarnarse no es fácil. 


Y la muerte, puntualiza Wilber, siempre es la protagonista. Una protagonista implacable que, paradójicamente, no se acaba nunca; con cada muerte surge una nueva vida y vuelta a empezar. Mis poemas son sombríos, la sombra de la muerte los inspira, pero también luminosos, son caminos de transformación; son algo así como el cuento de nunca acabar con el que mi padre me exasperaba cuando era niña. Lo mismo les ocurre a los cuentitos que vas a leer. Cuentos, más que poemas; canciones, historietas que narran cómo damos vueltas, lo difícil y costoso que nos es crecer. Trascender es una palabra que puede parecernos rara, pero sólo alude a la capacidad que todos tenemos de transformarnos, de dejar atrás lo que se ha vivido pero a la vez, integrarlo, enriquecer el presente con ese material que, a su vez, habrá que dejar…



LA TRASCENDENCIA


¿Trascender para qué?, podríamos preguntarnos. ¿Porque no quedarse donde uno está? Sería lo lógico, pero no es posible. Venimos al mundo con un deseo absolutamente ilógico y absurdo: infinito. Un afán desmesurado nos tiene atrapados, tengamos lo que tengamos seguimos deseando... siempre... más! Y algo hemos de hacer con ese afán. Los cuentos de nunca acabar son un buen ejemplo, ya que, como la vida misma, se repiten y dan vueltas pero apuntan siempre a un más allá que no se sabe... Es ese afán desmesurado por mejorar nuestras pequeñas vidas lo que nos impulsa más allá de lo razonable. Siempre en pos de una idea, nos peleamos con el mundo y con nosotras mismas. La segunda opción, ya lo hemos dicho, convierte la propia vida en una guerra incesante, en una lucha interna en aras de no sabemos muy bien qué, pero de algo que intuimos que vale la pena.

A medida que una va viendo en su interior, se tienen vislumbres de por dónde va el camino pero, contar con un buen mapa nos ayuda mucho. Los mapas nos proporcionan la visión correcta, la comprensión adecuada que nos permitirá avanzar. Estudiar, reflexionar, comprender lo que los libros nos enseñan, es muy necesario. Lo mismo que el águila remonta el vuelo y desde la altura percibe con claridad el sendero que, en medio de la jungla cotidiana no es posible vislumbrar, nuestra mente debe poder elevarse a fin de ver claramente por donde se anda una. Sólo si desarrollamos una visión aérea la mente nos será una aliada y no un enemigo. De otra forma, el autoengaño hará de las suyas y del autoengaño es casi imposible escapar; genera una seguridad ciega, absoluta y matamos o morimos convencidos de tener razón. Cuando una se interna en la propia oscuridad es importante contar con algún tipo de luz.



WILBER


¡Y cuánta luz aporta Wilber! Es fácil, de su mano, distinguir entre los caminos verticales o de transformación, de los cambios de camisa, por así decir. Hay caminos que nos legitiman, que fortalecen al ego y le ofrecen una “identidad buena y segura”, una supuesta verdad. Las religiones, por ejemplo, o cualquier ismo, cumplen, por lo general, con esa función traslativa que al parecer, aún nos resulta necesaria. Otra cosa son los caminos que nos llevan a trascender. Los caminos auténticos, no fortalecen, ni siquiera consuelan, un poquito, al ego; le exigen siempre algún tipo de muerte porque promueven la transformación. La clave de la trascendencia, ya lo hemos dicho, radica en saber morir. Ese ars moriendi que nadie nos enseña no es distinto, en ningún caso, de saber vivir. Ahora bien, ¿Sabemos vivir? Dice Wilber: «Toda patología o sufrimiento... tiene su causa en la incapacidad de morir, de alguna manera, a la identidad anterior, a sus deseos y apegos, y (…) continuar así disfrutando del proceso de crecimiento, del gozo de la profundidad recuperada.» Está claro que no sabemos. Damos por supuestas las patologías, damos por normal el sufrimiento, asumimos que “así es la vida”. Poco o nada sabemos del supuesto gozo de la profundidad recuperada. Nos quedamos atrapados en el pasado y nos resistimos a transformarnos como si de una injusticia cósmica se tratara. “No hay derecho”: es un clamor que nos frecuenta a todos. Está claro que aprender a vivir, –a vivir una vida fresca, profunda y plena– no es distinto de aprender a morir. Morir, sería vivir intensamente y a conciencia cada experiencia y luego soltarla, dejarla ir. Y vivir, integrar esa muerte a fin de dar lugar a una forma de vida más amplia y significativa. 


Las muertes, cada vez, duelen igual. Pero asustan menos y eso es un gran avance porque el miedo es el único enemigo. El miedo que creemos que le tenemos a la muerte, no es sino miedo al miedo. Lo desconocido nos aterroriza. Pero el miedo cede, cuando vemos lo que es. Y ese es el poder de la llamada “sabiduría”: limpia, aclara y elimina los miedos, todo a la vez. Por ejemplo, los místicos de todas las grandes tradiciones espirituales han dicho siempre que quien muere en vida no muere al morir. ¿Qué demonios están diciendo...? Simplemente aseguran que cuando uno aprende cotidianamente lo que es morir, sabe que la muerte no existe, sabe qué muere y qué no muere al morir. Sabe lo que sucede a cada muerte, sabe que cada vez que algo se muere, algo nace y crece en el interior. Cuando una se muere, muchas veces, a lo largo del camino; una se entrega confiada, segura de lo que va a venir...


Pero tengamos presente que los caminos interiores no son teóricos ni lógicos. No basta con saberlos, hay que vivirlos en carne propia. Hay que poder a abrazar al enemigo y familiarizarse con él. Y antes de que eso resulte imaginable, hay que meditar mucho. Solo una práctica meditativa continuada nos prepara para ese ars moriendi. Ahora bien, descubrir el arte de trascender convierte la vida/muerte de cada día en una experiencia única y trascendental.


Y ahora, volviendo otra vez al libro, los caminos, –o la guerra– se ilustran en los poemas, pero, en los comentarios se explican mejor. Por otra parte, temo que los poemas no se aguantan solos; son escritos ingenuos y trasnochados que expresan, a su manera, ese aspecto tan íntimo y a la vez raro, de nuestra vida afectiva; lo que hoy, los psicólogos denominan “el niño interior”. El niño–herido, la niña–triste, que todos llevamos dentro y que, por lo general, cuando se pone a escribir, se lamenta. Son lamentos no muy distintos, probablemente, de los que tu misma guarda en algún cajón de tu memoria. Lo que a mi juicio justifica compartir los llantos de esta “llorona”, es el jugo teórico, la luz que con los años, me han aportado. A fuerza de transitar, una y otra vez, las mismas frases, las ideas se depuran y una se aclara un poco más.



ALGUNAS IDEAS MÁS CLARAS


“La vida eterna, dice Wittgestein, pertenece a los que viven el presente”. Pero, una cosa es decirlo y otra, hacerlo realidad. ¿Quién de nosotros vive en el presente? ¿Qué sabemos de la vida eterna? Del dicho al hecho hay un buen trecho. Ese trecho no es otra cosa que lo que llamamos ego. Ego es la resistencia, el enemigo, por así decir, de la vida eterna. Él solo quiere una vida, digamos, normal y por lo tanto es él quien debe aprender a morir. Y si la muerte es la protagonista de mis poemas, ego es la heroína audaz, la víctima sacrificada que muere una y otra vez, en aras de lo que de niños lo tenemos claro: «All we need is Love». Amor, siempre amor, un amor perfecto e imperecedero.

 

Venimos al mundo con ello. «Infinita es la avaricia de la libido infantil», decía Freud. Nadie podrá nunca colmar nunca nuestro deseo. Y lógicamente, muy pronto empiezan los enfados y los conflictos: primero mamá, luego papa, luego el primer novio y luego otro y otro. La vida se va diversificando y nos volvemos locos buscando saciar el hambre con la que vinimos al mundo. Hambre de amor, deseo de complitud, de redención, de que alguien nos recate de nosotros mismos. La iglesia lo llama “pecado”. El budismo dice que es dukkta, un dolor innato, inherente al ser humano. Pero es un poeta, Octavio Paz, quien certeramente afirma que, más que un pecado, o un dolor, se trata, simplemente de una sensación un poco rara; de la sensación de ser poca cosa, o de “poco ser”. Y sí, sólo nacer, somos muy poca cosa. Tan poca cosa que para compensarnos, y a medida que crecemos, nos vamos construyendo una armadura gigantesca a fin de sentirnos “gran cosa”. Pero ya grandes e incluso viejos, seguimos queriendo más. Esa constante y terrible disonancia para con nosotros mismos, –sea pecado, dolor o rareza– es, sin duda, el verdadero problema, la verdadera ignorancia. Nos creemos ser esa sensación de poco ser porque ignoramos qué somos.



EL DESEO, LA AÑORANZA Y EL SER


El anhelo por llegar a Ser subyace siempre todo posible deseo. Añoramos, desmedidamente, no sabemos qué. De hecho, sí lo sabemos; porque siempre anhelamos lo mismo. Sólo podemos añorar lo que hemos conocido, nos recuerda Ramana Maharshi. Sabemos bien –aunque no tengamos memoria– quienes Somos y si anhelamos la felicidad, es porque la hemos sido. Así, desde esa perspectiva, podríamos decir que la añoranza no es sino la cara oscura de ese anhelo, el cauce subterráneo por el que transcurre el deseo de volver y recuperar la felicidad perdida. 


Pero la añoranza es un sentimiento conflictivo que se mezcla fácilmente con el miedo y el miedo, siempre es el malo de la película. Lo bueno, en cambio, lo lógico y normal, es querer encontrar ahí fuera, –en el mundo exterior o en el otro– esa felicidad. Ese deseo nos parece loable porque nos ata a la vida, a nuestro modo de entender, todo lo que se oponga al instinto de vida, solo puede ser insano, inmoral y peligroso. Juzgamos “malos” todos los deseos que no son de vida y los reprimimos, nos los negamos. Y es lógico, pero esa lógica esconde un problema: el recuerdo olvidado de lo que Somos mora en lo más hondo de nosotros mismos, no fuera ni en otro. Y nos asusta sentir ese vacío, esa nostalgia interna, esa añoranza inmensa, absurda, de no sabemos bien qué. Es decir, confundimos, “freudianamente” nuestro anhelo de volver a Ser, con el instinto de muerte y desde esa nefasta, aunque comprensible, confusión malinterpretamos –y maltratamos consecuentemente– el más precioso de nuestros deseos, nuestro anhelo infinito de volver a Ser. Tememos y rechazamos esa añoranza como si de algo perverso y peligroso se tratara; como si en lugar de un deseo lícito, por trascender, fuera un deseo morboso que no se debe tener.


Pero si la añoranza es difícil de aceptar, más difícil aún, es perseverar en ella. Todos deseamos siempre, todo y más. Ya Lacan decía, y con razón, que el deseo es loco. Ahora bien, cuando ese deseo “loco” se dirige hacia el interior, se transforma. Perdemos de vista el deseo, ahí fuera, pero empezamos a ver mejor el vacío interior. El deseo reaparece en nuestra vida, pero ya no como un deseo loco, sino como un anhelo “absurdo”, como una rara afición, no a vivir, sino a morir. Cuando el deseo loco se invierte y en lugar de exteriorizarse, como es lo normal, se interioriza, se intuye la razón oculta de esa locura, su sentido ulterior. Y lo que fuera un deseo loco, incesante y por todo, se convierte en una nostalgia absurda, en una añoranza enorme, en un afán desmedido por trascender. 


Los griegos lo sabían muy bien y distinguían claramente entre Eros y Ágape. Ágape es ese amor desmedido por lo que no es de este mundo, el deseo absurdo que nos aparta de la vida –convencional– y nos condena a buscar en lo profundo, a bucear en lo invisible y a perseguir lo inefable como si en ello nos fuera, no la vida, sino la felicidad. Ágape nos conduce, en definitiva, de vuelta al Ser. Ágape, en cristiano, es el amor sagrado y a diferencia de Eros, no goza de buena prensa en este mundo. Eros nos ata a la vida y por lo mismo, aparece ante nuestros ojos como “bueno, deseable y normal”. Ágape nos aparta del mundanal ruido y aparece ante nuestros ojos como algo “malo, temido y anormal”. 


Eros, el amor profano, es andrógino por naturaleza, (hijo de Poros, la abundancia y de Penía, la menesterosidad) está condenado, por lo tanto, a ser tan prepotente como miserable, y si se asocia, generalmente, al deseo masculino, es por su carácter extrovertido, positivo y locuaz. Eros es tan intenso y poderoso como lógico y tenaz; y nos agarramos a la vida y empezamos a querer cosas... chupetes, juguetes, dinero, poder. Pero Eros, además de poderoso, es ciego y nos confunde fácilmente. Deseamos volver al cuerpo de la madre, deseamos la protección del padre, deseamos tener muchas cosas y deseamos poder con todas ellas. El deseo sexual, por ejemplo, es tan inmensamente grande y atractivo que nos lleva, ciertamente, más allá de nosotros mismos y nos regala un como sí de complitud. Al volver a sentirnos parte de otro cuerpo, nos relajamos y gozamos en la medida exacta en que dejamos de ser nosotros mismos. Dejamos de sentirnos “poco”, a saber, solos e incompletos y por fracciones de segundo, perdemos toda conciencia egoica, nos perdemos, sabrá dios donde, y somos “felices”, otra vez. Se dice que el orgasmo es una pequeña muerte. Una muerte muy dulce que vivimos sin conciencia y que, desgraciadamente, no suele dar mucho más de sí. Además, claro, de un placer intenso pero momentáneo. Apenas una probadita del sabor inefable de lo Infinito.



VOLVIENDO AL PRINCIPIO


Y bien, toda esta perorata psicológica es para explicarte que caminos hay muchos, pero el trasfondo de todos ellos, es uno y universal. Y las canciones que vas a leer tratan de eso. Canciones de amor y muerte al estilo mexicano que tienen su origen en el talante triste de una niña romántica que se sentía rara a toda hora, en su tierra, en su casa y en su cuerpo. ¿Qué hago yo aquí? me preguntaba y como cualquier niña triste, –y no hay niña que no conozca la tristeza– me dediqué a soñar y decidí irme a otra tierra, a otra casa, a ¿otra yo?… Mi rareza, como la tuya, consiste, básicamente, en sentirme, a ratos, triste, sola y muy poca cosa. Escribir en mis ratos de ocio ha sido una de las maneras en que me he ido aclarando con el dolor, el pecado o la rareza de no saber, realmente, quiénes somos, es decir, con mi ignorancia.


Y sigo en ello. Pero me encuentro, a estas alturas de mi vida, con un manojo de escritos y la poca vergüenza necesaria para exponer a tus ojos mi intimidad. En todo ser humano hay una niña que tal vez no lo diga, pero que se siente o se ha sentido así, sola, rara y triste. ¿Qué hago yo-pobre-de-mí aquí, en este mundo? Es fácil ser melodramática cuando una se siente así.., traicionada por la vida misma y abandonada de la mano de dios. Si a ello sumas que provengo de una tierra donde la muerte es una calavera azucarada y juguetona con la que, el día de los muertos, compartimos grandes comilonas acompañadas de flores, mariachis y tequila, entenderás mejor el tono de estas canciones. En México se dice que a la muerte hay que saber tomársela a guasa y reírnos con ella. La vida no vale nada, dicen, no vale nada sin ella. Y tienen razón, la vida si no fuera perecedera, lo mismo que una flor de plástico, sería un horror.


Por otro lado, yo me la he tomado muy en serio y durante 7 años, a raíz de mi colaboración en Actúa donde trabajé con enfermos terminales y afectados de sida, he dirigido un postgrado en la UPF: La muerte; Aprender a vivir, ayudar a morir. Debo a mis alumnas de esos años, el coraje de publicar estos escritos. En los trabajos de fin de curso, en los que pedía que escribieran lo que quisieran, compartieron conmigo sus momentos más dolorosos e íntimos, sus vivencias más preciosas. Aprendí muchas cosas esos años, pero la más valiosa fue constatar el valor, la honestidad y generosidad con la que es capaz de expresarse el ser humano. Estoy segura de que ellas encontrarán en estas páginas, un eco familiar de lo que aprendimos juntas. Este libro sería algo así como mi trabajo de fin de curso, en el que comparto, como lo hicieron ellas, algunas de mis vivencias en relación al tema.



LOS POEMAS


Los poemas, como ya he dicho, datan de mucho antes de imaginar siquiera que algún día daría clases sobre esos temas. Nacieron todos de una inspiración súbita, irrefrenable, pero luego, la vida me ha obligado a detenerme; a volver al ovillo y reiniciar desde ahí. La intuición siempre fue clara; el principio y el final me fueron dados, pero el trecho de en medio nos toma la vida elaborarlo. Es un trabajo duro recorrer ciertas frases. 


Escribí siempre “sin escucha imaginario y a la búsqueda de mi propio aliento”, de modo que siempre ha estado presente la feroz exigencia de cierta verdad. Esa espada de Damocles ha pulido mi pensamiento. He recurrido muchas las veces la frase de Kierkeggard: »El espíritu no se expresa nunca espontáneamente», a fin de consolarme en los malos ratos. Volver a mis escritos y vérmela conmigo, ha sido una manera de acompañarme cuando andaba muy perdida. Pero ha sido, sobre todo, un ejercicio de introversión gratuito y placentero, una forma de trabajar con paciencia, con mucha paciencia, el karma con que vine al mundo.


Canciones, y no poemas porque, con mi entrada al mundo me quedó muy claro que no vine para disfrutar, por ejemplo, como artista. Vine a ocuparme de mi dolor y del dolor de los otros. Mi amor por la belleza se convirtió muy pronto en agónica zaga por la Verdad. Reflexiones rimadas, porque estos escritos no son el producto acabado del oficio de un poeta sino el ejercicio inacabable de un sanador herido que busca, ante todo, sanarse a sí mismo. Poesía terapéutica, si cabe tal cosa; frutos de mi pasión por la verdad y mi amor por la forma. Ejercicios de introspección, maneras de indagar, de averiguar y mirar de reconciliarme con mis rarezas. Canciones, repito, porque creo que más que rima, tienen ritmo. El ritmo facilón de la música de mi tierra. Corridos, sandungas, boleros, rancheras; ritmos que se me colaron dentro, cuando niña y que le dan a mi voz un tono florido y melodramático, pasional.



LA PASIÓN


La pasión, como sabía Spinosa, es una idea confusa; un extremo temible, aunque muy sabroso, del ponderado amor y »sólo si conseguimos aclarar nuestras pasiones y convertirlas en ideas claras y distintas, dejarán de ser defectos y volverán a ser afectos, a saber, volverán a ser amor». Ese ha sido un aspecto importante de este trabajo, desapasionarme de todo lo ¡Ay! tan querido y una vez claro, dejarlo partir. Pero adiós no se dice fácilmente. Desapasionarse es morir “un peu” y morir, ni poco ni mucho, cuesta siempre un montón. Es fácil jugar con las palabras, pero, ni siquiera simbólicamente, es fácil jugarse el ego. Al ego, nada le gusta menos que la idea de morir. 


Y de eso van los poemas. Ellos son testimonios de mis apasionadas batallas contra el enemigo: yo. Botones de muestra de cómo nos cuesta transformarnos en alguien un poquito más pacífico ¿y mejor? De modo que tal vez me equivoco y los poemas expresan más claramente lo que los comentarios, añadidos, pretenden explicar. Pero ya dije que la intención de este libro está en las ideas, no en las poesías. Como si el mérito fuera de “la filósofa” y no de “la niña”, cuando, de hecho, eso no es verdad. “La niña”, ese aspecto femenino e infantil en nuestra vida afectiva, –la de todos– precedió siempre, con sus intuiciones, sus sueños y fantasías, a la juiciosa y esforzada cabezota. Y “la niña”, ya lo he dicho, también somos todos; cada vez que damos voz a los aspectos sensibles, inocentes y pacíficos de nosotros mismos, estamos expresando lo más delicado, tierno e intuitivo de alma humana. Así pues, aclaro, cada vez que a lo largo del libro recurro a “una” –en lugar de a uno–, estoy aludiendo a ella, al alma. El alma, la tuya y la mía, siempre sabe más y mejor. El problema está en que ego se interpone a fin de sobrevivir. Derribar esa barrera tan lógica y racional, recuperar la hondura, la altura, y alcanzar una paz que trascienda el miedo y nos permita volver a Ser lo que Somos..., Ese es el sentido de la guerra y el trasfondo de los poemas que vas a leer.



LA ESPIRAL


Así pues, te dejo con este libro un poco raro que, como habrás visto, tiene la forma de una espiral. Prepárate a dar vueltas como si de un tio-vivo se tratara. El ego, como la suela de un zapato solo se desgasta a fuerza de andar. Y hemos de dar muchas vueltas en la rueda del Samsara, antes de vislumbrar, siquiera, lo que ya dicen los sabios. Dice Wei Wu Wei: »Que, ¿por qué es usted infeliz? Porque en 99,9% de todo lo que piensa y de todo lo que hace es para usted. ¡Y no hay nadie!». 


Antes de que nadie se vaya haciendo a la idea de que no hay nada más, el camino es largo y nunca es recto. Con cada giro, si tenemos suerte, se dará la muerte de algún aspecto de la personalidad. Con cada una de esa muerte, se iniciará otra historia, diferente pero similar. Con esa nueva historia..., se desplegará otra película y vuelta a empezar. Sí, sí, igual que ese cuentito de nunca acabar. Pero, claro, los cuentitos de nunca acabar sí que pueden acabar con nuestra paciencia y buena voluntad. De modo que, si en algún momento tienes la sensación de que das vueltas, pero no en una espiral apasionante que a la vez que profundiza, se expande, sino en un triste círculo vicioso, chato, aburrido y narcisista, para, deja el libro y descansa. Pero aprovecha ese disgusto para preguntarte a ti misma: ¿De qué estoy harta? ¿Cómo podría salir del hoyo en el que me siento atrapada? ¿Cómo dejar de dar vueltas, con la cabeza, una y otra vez y siempre a lo mismo? ¿Qué puedo hacer para no ser yo, y ser…, otra cosa? A medida que vayas encontrando tus respuestas, a medida que te intereses por esas preguntas, podrás volver a coger el libro y perderte otra vez en sus laberintos.


No esperes encontrar un orden; cada poema es un tema aparte y hace un recorrido distinto: uno va en busca de la paz, otro una expresión de rabia y dolor..., en fin, “cada loco con su tema”. El conjunto puede resultar caótico de modo que respira de tanto en tanto para que no te marees. Te sugeriría que hagas un alto entre cada poema; que mires a cada uno como si fuera una historia distinta, un cuadro o una foto. Verás fotografías muy diferentes, pero, también confío que, tras esta larga introducción, podrás ver la urdimbre que las enlaza y unifica a todas. Si tienes presente esa trama, el marco teórico en el que todos somos uno, te podrás ver a ti mismo. Y aún, si te mantienes atento, podrías llegar a ver el trasfondo de la trama, es decir, la nada, el espacio vacío, el espejo en blanco en el que todas las historias, tienen lugar. Esa es la idea del libro, y si la haces tuya, me harás feliz.



ALGO SOBRE SATURNO


Loas a Saturno en Cáncer, es decir, los poemas, son consecuencia de mi mal karma, de mi Saturno en Cáncer y en la casa 1. Liz green dice que Saturno representa las áreas de la vida en las que el individuo hallará las mayores dificultades para expresarse. A Saturno, por otro lado, se le conoce como El Señor del Karma, o el Guardián del umbral porque guarda la entrada que nos permite acceder a la comprensión de la naturaleza del libre albedrío y el significado profundo del sufrimiento. Él es el encargado de apretarnos las tuercas y verificar si estamos preparados, o no, para traspasar esa puerta. Él es “el malo” de todos los cuentos; el temible dragón que defiende el último castillo, el que nos da paso a la verdad. Saturno está ahí, en el umbral mismo, para: «Acabar con los listillos que piensan que pueden derrotarme simplemente porque han pasado por el Castillo del Conocimiento.» A Saturno no le importan los diplomas, se burla del saber teórico y exige que las teorías, se hagan realidad. Y por lo tanto, cuando en la carta astral de una persona no hay planetas en tierra, el lugar que ocupe Saturno será su único asidero a la realidad. Yo, gracias a él, me he mantenido con los pies en la tierra. Mientras otros planetas campaban por su cuenta y mi Luna se perdía en veleidades, Saturno me ha ofrecido una resistencia heroica y no he tenido más remedio que perseverar y trabajar muy duro para habitar mi cuerpo y mantener cierta estabilidad. 


Voy a decir algo más sobre la energía de este planeta. Saturno se asocia a un talante serio y sombrío; a una manera, profunda y exagerada, de ser y sentir. Todos tenemos un Saturno en nuestra vida. Es decir, todos tenemos, algo así como una mala conciencia cósmica que nos vigila a toda hora y no nos perdona ni una. Porque Saturno es el encargado de convertir los malos ratos que nos da la vida, en auténticas lecciones a fin de enseñarnos, a fondo y en serio, lo que es vivir. Otra imagen arquetípica de Saturno es, por ejemplo, la del noveno arcano del Tarot: El Eremita en el tarot tradicional, La Soledad, en el tarot de Osho. El eremita no es una imagen muy atractiva, pero si somos capaces de identificarnos con ella –una figura humilde y oscura que resplandece con una luz que procede de su interior– descubriremos que el aislamiento al que el eremita se condena es, en realidad, una gracia. En la noche oscura que él habita, cada paso es un desafío importante. Una ocasión preciosa para profundizar. Porque con Saturno se trata siempre de lo mismo: de llegar a ser conscientes de que lo que uno busca yace en el rincón más oscuro, al fondo de la noche más negra y en lo más profundo del corazón. 


También en el Eneagrama la energía saturnina se pone de manifiesto, por ejemplo, en la personalidad del eneatipo 5. El eneatipo 5 es un observador del mundo. No se involucra nunca en nada, se preserva y se aísla porque sabe, en el mejor de los casos, que es de sí mismo, y solo de sí mismo, de donde ha de extraer la luz. Ahora bien, cuando esa luz empieza a alumbrar el error cognitivo que padece este eneatipo, su pasión malsana de guardarse para sí mismo, su natural avaricia, se va desvelando. Cuando la ve del todo, la visión se invierte y lo que fuera “defecto”, se convierte en virtud. Es decir, el Eneagrama nos enseña que a medida que eliminamos la ignorancia que alimenta nuestras pasiones y aclaramos la confusión que las sustenta, descubrimos o, mejor dicho, recordamos… Recordamos, en palabras de Platón, la Idea Original, en palabras de A.H. Almaas, las Ideas Santas; recordamos, en definitiva a lo que nuestra pasión aspira y rectificamos, vamos comprendiendo, a medida que recuperamos la memoria, –una memoria prenatal, ancestral, cósmica–, que no es necesario sufrir tanto. Brota del corazón mismo un saber inequívoco: no hace falta esforzarse por llegar a ser…, lo que ya Somos. Esa comprensión es la experiencia dice Almaas, de un Vivo Amanecer. E instalarnos en ella, morar ahí «Una condición muy bella en la que retenemos nuestra humanidad sin perder nuestra divinidad y (que) nos aporta una maravillosa sensación de relajación y gozo.» El mismo gozo que en palabras de Wilber, nos devuelve el recobrar la profundidad perdida. En ese estado de gozo la personalidad se disuelve como gota de agua en el océano y el ego, la armadura, la avaricia, en el caso del eneatipo que nos ocupa, aparece como lo que realmente es, otra vez en palabras de Almaas: transparente omniscencia o generosidad.


Saturno, para concluir, es el plomo que nos impone la pesada obligación de perseverar y el sabio que exige altura y profundidad. Es el viejo diablo que nos atosiga a todos con la idea del castigo y es un viejo compasivo que nos rompe el corazón y nos obliga a sentir la dolorosa necesidad de aclararnos con la propia ignorancia hasta vislumbrar su verdad. Inconmensurable es su paciencia, pero, su exigencia, atroz. Y Loas a Saturno en Cáncer es un intento de agradecer al Kosmos los aspectos saturninos de mi vida, hacer las paces con ellos y confío, decirles adiós.



UN FINAL FELIZ


Y ahora, volviendo a lo que decíamos al principio y para terminar, las guerras sostenidas contra una misma valen la pena, nos van aportando, con cada muerte, claridad. Y este libro es una muestra de ello porque, a pesar de narrar la historia de nunca acabar, sí acaba, y acaba bien. Las canciones de amor y muerte tienen todas, un final claro y se podría decir feliz. 

Como verás, presento primero el poema y luego, el comentario. Así podrás tener una primera lectura limpia de interpretaciones. Por favor, no te preguntes si es bueno o si te gusta. Nunca tuve intención de ser buena y gustar. ¿Te comunica algo? ¿Te dice algo de ti? Esa sería mi pregunta. En caso de que sea así, confío en que leer el comentario te permita descubrir más cosas. Y de ser así probablemente querrás volver y releer el poema. Desearía que cuantas veces lo releas puedas seguir encontrando pistas que te vayan llevando, como me han llevado a mí, cada vez más y más al fondo, hasta alcanzar el centro mismo del dilema y atravesarlo, es decir, ver a través...


También verás que intercalo unos mini poemas que, también, mini-comento. Son ecos de la misma historia. Voces paralelas que preceden, acompañan, contestan o simplemente, se suman a la espiral del poema. Cometas, algo así como esbozos o subrayados a la supuesta lección que encierra el supuesto poema. Cancioncillas, casi todas, tristes y facilonas que quizá, te ayuden a mirar tus propios poemas, con otros ojos, a mirarlos, pongamos por caso, como posibles promesas de una tú mejor. Y ahora, con las sabias palabras de un maestro de poetas, repito lo que vengo diciendo y dejo el libro en tus manos.



Y.. uno aprende

Después de un tiempo, uno aprende la sutil diferencia 

entre sostener una mano y encadenar un alma.

Y uno aprende que el amor no significa recostarse

Y una compañía no significa seguridad

Y uno empieza a aprender que los besos no son contratos

Y los regalos no son promesas

Y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta

Y los ojos abiertos.


Y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy

Porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes

Y los futuros tienen la forma de caerse por la mitad

Y después de un tiempo 

Uno aprende que si es demasiado hasta el calorcito del sol quema

Así que planta su propio jardín 

Y decora su propia alma

En lugar de esperar que alguien le traiga flores


Y uno aprende que realmente puede aguantar

Que uno realmente es fuerte, realmente vale

Y uno aprende y aprende

Y con cada adiós uno aprende.

Jorge Luis Borges



De la mano de Borges, me permito incluir este poema que no recuerdo cuando lo escribí pero, que parece ser un anticipo, a la vez que un compendio, de lo que trata este libro.


Y uno aprende, dice Borges,

de los golpes, las decepciones y las despedidas

Aprende de las pausas y las alegrías 

Aprendemos siempre, un gesto amable,

ratos de silencio, el arte, la lluvia,

los conflictos. Todo nos enseña

a pedir menos y a agradecer más


Pero antes de decir SÍ

a lo que sea,

a lo que traiga la vida,

una tiene que desaprender


Y sólo la vida, si una se empeña

nos arrastrará toda a lo largo de esa paradoja

y nos irá enseñando a desaprender


Puliéndonos como el viento a la roca

Devorándonos como buitre las entrañas

Al fuego, vivo aún, todo lo aprendido

todo lo querido, lo que me creo ser


Antes de decir SÍ, sí a la vida, a la muerte

y a todo lo que entre una y otra se suscita

hay que encarar el vacío

del que venimos huyendo

sólo nacer.





LOAS A SATURNO EN CÁNCER



EN POS DE LA PALABRA PAZ


En pos de la palabra paz

Imagino un primer paso 

Que me sea dado el dar

La espera, la ira

Que me sea dado el ser

Y ser en verdad mi vida


Un paso ser. Un puente

Beso que se posa en la memoria

Y caudalosa fuente de silencio

Manantial de luz


Espacio que se abre para nada

Nada que se crece a cada instante

Instante en que se eleva el alma y…

En pos de la palabra Paz

Ya me he perdido. Laberinto

Que se enreda y pierdo el hilo

Margarita me deshojo y me desdigo

Vuelvo. Retomaré el camino del recuerdo

Aquel ovillo de hace ya tiempo..

¡Pero que digo!

Es hoy el viaje


Ayer le dije adiós a lo querido

En pos de la palabra paz uno lo aprende

No hay nada mío. Lo mío es querer..

¿La paz? Derrumbe. Y todo es grande

El águila y su vuelo. El viento, el frío

Y todo es siempre: La infinitud 

La espina, el desasosiego



Volar, ahondar, callar y maldecir

Todo fue uno

En pos de la palabra paz todo es posible

Todo aparece claro, masculino

Todo parece oscuro, desmedido

Toda palabra crece y se embaraza y nos deja pendientes..

En el vilo


¡Cuántas páginas blancas!

Cuánto aleteo de mosca para hollar el camino

Para hallar en el enjambre de esta selva

Una rama quebrada, un amigo

A Ulises, por ejemplo, que nos diga

Que palabras seductoras cual sirenas

Nos aguardan a lo largo del destino

Que palabras como roca nos aplastan

Como nube nos derivan. Que palabras

Como alma nos carician, como vida

Nos derriban…


Que palabras, al fin,

Sonoras, huecas, se repiten

A lo largo de los siglos.. Y silencios

Silencios como gritos por las noches

Despiertan los fantasmas más dormidos

Silencios resucitan, cantan, bailan

Al tam tam del corazón que aterido

Clama por el poder de la palabra paz

De la palabra magia, luz, puente

Levadizo, ala o reja

De la palabra fin

Con que se acaba

Lo que ya nunca

Se empieza.


En pos de la palabra paz

Llegué al Deseo. Y desee

No saber lo que deseaba

Y permanecer siempre cautiva

Del deseo infinito. Del deseo de Nada


En pos de la palabra paz

Y pese a todo, aniquilé conscientemente al otro

Y transformé mi cuerpo en un sepulcro

En silencio enterré a toda queja

Y erigí a la muerte un monumento


A la palabra paz. Ella me acoge

Ella me alienta. Sepultada en la paz

Pierdo la espera. El tiempo pierdo

Y ya no soy más un deseo

Ya no soy más …

Sólo sueño


¿Por la paz me preguntas, compañero..?

Una palabra hueca que se olvida

Una palabra azul que se evapora

Una palabra huraña y fugitiva

Que se le escapa a la hembra

Y pobrecilla, la busca

Busca con esmero en la cocina 

Busca hacendosa con las manos, con las uñas, en el barro

Busca con tesón y cotidiano

En el polvo que desprende cada día

Busca y tritura a puñados ojos de ajos

Busca y se estruja con ardor en ropas viejas

Busca y rebusca hasta perderse, generosa

En las letrinas y huella alguna nos deja

De su ser aroma de lejía

En los albores de la vida

Y caricia postrera. Sabor a sal

Mano prieta. Mano rota

Grieta hembra que se olvida

Y con el tiempo es recuerdo

Que no sabemos nombrar


Las palabras, en cambio, son futuras,

Son ingentes. Son insignias masculinas

Y la hembra, con las cosas en las manos

Y las manos en las cosas

Persevera, afanosa, en el presente

Las palabras son traviesas y a la hembra

Cual palomas, las ideas, se le van…

En el sueño de la hembra la hembra sueña

Con la paz entre las cosas

Con la paz de pies a tierra

Con la paz aquí, en la casa

En el jardín donde niña

Me elegí reina de paz


De las flores me elegí la rosa

De las aves, mariposa

De la vida..? Meretriz, al fin, la vida!

Las mil caras de una rosa

Las mil rosas de una vida


En pos de la palabra paz

Y ya de niña me allegué al final

De la pregunta y de puntillas

Me acerqué a la bruja

Fue al aceptarme solitaria y hosca

Cuando entreví la soledad de mi destino

Fue a fuerza de templar mi acero

Y abrazarme yo en mi propio fuego

Que me forje, por fin, un sino

Y desee…

Del murciélago los ojos

Y del gato poseer las vidas

De los astros recorrer las mismas rutas

Y cual gusano roer, honduras, grutas

Desee desentrañar a panza abierta

A la oscura Madre Tierra y desee aún más..

Llegar a desear todas la fuerzas y los poderes todos

A desear como el hombre: la imagen fija

Hoy es el viaje


Deseo ser el navío y ser la paloma

Deseo ser la esperanza y que el mensaje

En pos de la palabra, vuelva

Que vuelva el águila a la tierra

El hombre a la hembra

Y la hembra a la niña que desea

–y siempre el mismo milagro–

Ser oscura paz que en el invierno vela

Y, con la alborada, en la primavera

Ala viajera


Allá, en el jardín de la infancia

Donde eternamente anida una morera

Sueño con ser flor y… ¿sueño?

O una flor se ha echado a volar y..

Ala en pos de la alegría mi alma revolotea

Se eleva, se pierde en la inmensidad…




Este escrito es sin duda, el primero que debo explicar. Literal y literariamente, con el título mismo, me coloco en el principio. Parto de una obviedad implícita: estoy en guerra. Si tomamos plena conciencia del profundo malestar que los conflictos conllevan, buscamos una salida. El camino se inicia ahí, con el profundo anhelo, el deseo urgente de encontrar cierta paz. Y así empieza el poema: En pos de la paz –que no tengo, pero deseo– imagino un primer paso.. Y la imaginación me lleva y me lleva, me lleva tan lejos y tan alto, que me pierdo. Vuelvo, retomo el camino con la idea de mantenerme en la tierra. Pero el presente es muy escurridizo, resbalo y me encuentro, otra vez, en el pasado. Por suerte, siempre hay un pasado en el que caer, recuerdos en los que podemos refugiarnos. En ellos me entretengo. Rememoro lo que he vivido y me creo saber de qué va el camino. Despedidas, rupturas, derrumbes y desengaños nos aguardan siempre. Aprendemos pronto que el camino es un sendero estrecho y escarpado que pasa, necesariamente, por la soledad. En soledad los desafíos son más grandes. Palabras como rocas, silencios como gritos, y un anhelo engañoso de acabar con todo, me conduce, otra vez, al principio. 


Pero esta vez el anhelo cobra fuerza y aparece con la impetuosidad de un deseo loco. El deseo de una paz imposible e infinitamente deseada, me aboca, inevitablemente, al deseo de nada. En aras de esa paz que es nada, elimino al otro, reniego de mi deseo y convierto mi vida en un duelo interminable, mi cuerpo en sepulcro y en aras de la paz eterna, me dispongo a morir. De esa muerte me despierta un sueño. El sueño de la paz con la que ya de niña, me gustaba soñar. Y soñando vuelvo al jardín de mi infancia, a cuando, sola, por las tardes, platicaba con las flores y jugaba a ser la reina de todas ellas. Bajo mi tutela, reinaba la paz. 


Pero mis años de mujer adulta se interponen en mi memoria, una sinfonía de voces cobra aliento; la voz del género femenino me dicta la larga lista de prodigios y penurias que las mujeres, en silencio, realizan y sufren cada día. La pobre ilusa se pasa la vida soñando que sus esfuerzos y sacrificios nos traerán la paz. La hembra, se dice, no piensa, no al menos con lógica. Intuitiva por naturaleza, se esfuerza y se esmera en la vida, no en la cabeza. Y en este mundo tan masculino, la vida, por sí misma no cuenta. Lo que importa es el discurso que la acompaña. Del cuerpo de la madre así como del propio cuerpo, las palabras nos alejan. Las palabras que inventamos con el fin de tranquilizarnos. Palabras que nos creemos con la secreta esperanza de poder olvidar, o nombrar, de alguna manera, lo Innombrable. 


Pero el discurso mismo, cualquiera, hasta el más inteligente, llega un momento en que se agota. Siempre se da un lapsus, algún vacío, y entonces, al filo de ese abismo, al borde del silencio, el pensamiento discursivo, o salta y va más allá, o retrocede y se estanca. Se hace duro y remolón. El discurso, para mantenerse abierto, blandito y honesto, ha de abandonar toda pretensión lógica y callar de tanto en tanto. Ahí dónde la razón se estrella, surge la imaginación. Cuando la cabeza se pierde, la intuición nos guía y lo olvidado o desconocido recuperan su fuerza y nos empujan a ir más allá de la cordura. Sí, ya de niña jugué a ser bruja y saboreé el placer de soñar despierta. Hice míos los dones misteriosos de la Madre Tierra y jugué con sus poderes, todos. Me permití desear todas las cosas y como cualquier ser humano, acabé deseando el presente eterno, la imagen fija.


Un largo recorrido para acabar otra vez ahí, en: hoy es el viaje. Más consciente de la preciosidad del instante, formulo mi deseo de manera más clara. Y deseo dos cosas: deseo ser el mensaje y la paloma, deseo volver al deseo de la niña que desea y siempre el mismo milagro. Porque los deseos auténticos son fieles a si mismos, se alejan, se elevan, se pierden en lo alto, pero siempre vuelven y profundizan. Vayan donde vayan, vuelven porque una, en el fondo, siempre desea lo mismo: que cada invierno nos traiga una primavera, que cada muerte una vida nueva y que tanto la primavera como la vida sean promesas de un mundo mejor. Pasó mucho tiempo antes de que esa última palabrita tuviera lugar en mi cabeza y “alegría” hiciera su aparición. Durante años el final de este escrito fue: ¿Sueño? O una flor se ha echado a volar.. y ala en paz, el alma mía, revolotea a la par… El día que se me ocurrió que podía hacer un giro y desear otra cosa que no fuera la paz, fue un día memorable, aunque no lo recuerde. Imagino que algún viejo e importante pacto conmigo misma, se hizo verdad. Emprendo otra vez el vuelo y ¿sueño? Sí, pero ya no con la paz. El campo de batalla que abandono no es una linda victoria. Es un triste camposanto donde yacen a la vista los despojos de mi vida.. Descansen en paz, sí. Yo me despido, y a otra cosa mariposa.. 




UN PASADO EN BLANCO


Un pasado en blanco, mi amor, y despejado

Al que puedo volver siempre que quiera

¿Qué más puedo desear que tú me dieras?

¿Qué más puedo pedir que lo que fuera?


Si momentos los hay, y de negrura

Nunca fuera, amor, lo que me diste

Fuera el espacio en blanco de mi vida

No supe amar ni lo quisiera


Sí momentos los hay, y clara sombra

Sí el momento se llegó de nuestro olvido


A tu sombra clara me confío

A tu mano me di desde que supe

Que en el fondo de ti eras un niño

A ese niño me doy y como amante

A su ausencia consagro mi cariño


Sola puedo volverme a donde vivo

Y con mi propio ser en blanco por abrigo

Cobijarme mi bien con el pasado

Que a ratitos mi amor llora cual niño

Y a ratitos mi vida es un placer








Un pasado en blanco, surgió en el momento, no sólo más inesperado sino, más desesperado de mi vida. Y por eso lo incluyo. No se de dónde ni cómo surgió, tal vez por aquello de que solo cuando perdemos algo, podemos valorarlo. En todo caso fue un regalo, un vislumbre de la paz en pos de la cual, me puse en camino.




VAN CAYENDO


Van cayendo los días tan lentamente

Que si quiero volver a mi pasado

No me queda apenas un recuerdo

Creo que fue ayer que me detuve


Me quedé por un momento detenida

Y apoyé la frente no sé dónde

Confié en que ese era mi sino

Y ese alto, una suerte en el camino


Van cayendo las horas tan pausadas

Que aunque busco recobrar el hilo

La certeza del presente me fascina

Y no se si me encuentro perdida

O si el hilo de mi vida

Acaba aquí


Van cayendo las hojas de mi vida

Y en brazos de una brisa fría, nocturna

Se estremece mi esqueleto

Y al abrigo de la luna

Y al compás de una canción de cuna

Me siento..

Dulcemente

Morir...





INSPIRADAS ME FUERON LAS PALABRAS


Inspiradas me fueron las palabras

Por un hada

Inspiradas las formas por la magia

Inspirados los hados se acercaron

Y cercaron con un halo misterioso

Este pobre corazón


Y aquí estoy. Al centro

Del hechizo y de los vientos

Desnuda

Enamorada del enigma y a la sombra

Al acecho de mí misma

Y sola


Pero entre tantos sueños que alimentan mi memoria

No me hallo

Al embrujo de la luna me resisto

Y al encanto del silencio

Imploro

Al igual que tantos otros, lloro

Y a diferencia de algunos, rio

Me hallo a solas con mi dolor

Y rio


Ya no hay hada que me inspire

El desatino que me obliga a padecer

Ya no hay magia

Ya no hay hado

El misterio se ha velado

Y a la vera de mi amante

Y de la mano de mi muerte

Inspiro

Inspiro un aroma a sin fin

Inspirando mitigo la flama

Espirando recobro la paz

Y expiro


Dios quiera que mi expiración

Se expanda y se confunda

Con ese aroma

A sin fin..




Aestos dos le doy un lugar aquí, porque aunque son tristes, son, ante todo, pacíficos. Dos victorias, por así decir, de la paz. En el primero se muere muy dulcemente; morir no es muy distinto de dejarse arrullar en la cuna y engullir por la oscuridad. El tiempo se va deteniendo y nos vamos quedando quietas. Casi sin darnos cuenta nos sumergimos en la fascinación del presente y abandonamos todo, incluso el impulso de sobrevivir. Morir puede ser eso. Quedarnos, simplemente, quietas ahí… para siempre. Nos entregamos a nada como si de una amorosa madre-tierra se tratara y descansamos, sin más. 


Inspiradas me fueron las palabras narra, también, una muerte muy dulce. La sensación de que a medida que una se va despojando de todo y aceptando que no hay nada más , una se va encontrando guiada. De la mano de una muerte amiga, morir es un respirar a fondo; con cada espiración, nos vaciamos del todo, a fin de recobrar, con cada inspiración, el aroma que nos recuerda, no sabemos qué, pero no importa. En aras de ese aroma irresistible, la espiración se alarga, se expande, hasta que se expira del todo, naturalmente y en paz.





A mi padre, cielo inconmensurable de promesas, prodigios y Silencio.

Y a Aldo, mi nieto mayor. Su primera palabra para mí fue: flor.



CANCIÓN FLORAL


En la tierra de las flores

–es de allá de donde vengo–

El Sol es tan amoroso ¡tanto!

Que las flores, los perfumes, los colores..

De tantos, no se pueden contar


Lo mismo crece la Rosa que el Ave del Paraíso

Las Artemisas, los Lirios, Ibiscus y Bugambilias

Azucenas imperiales y vulgares Margaritas


Anémonas evanescentes. Inolvidables Gardenias

Sobrias varitas de Nardo. Generosas Madreselvas

Francesillas petulantes. Petunias, Malvas, Violetas

Anturiones increíbles e insólitas Pasionarias


Opulentas crecen las Glicinias. Las Llamaradas, tremendas

Los Tabachines frondosos y las Palmeras inmensas

Exquisita la Flor de la Canela y primorosos los capullos de Alhelí


Amapolitas traviesas y Crisantemos pomposos

Plúmbagos y Capuchinas. Heliotropos e Ipomeas

Peónias, Prímulas, Fucsias, Ciclámenes y Begonias

Rododendros colosales y finísimas Camelias


Florecillas inocentes: Candelarias, Alegrías y Belenes

Exóticas Dalias enanas, Gerberas despampanantes


Floripondios y Don Diegos. Jacintos y Tulipanes

 Gladiolos, Leonardos, Liliums y Cinamomos

Narcisos ensimismados y miles de Pensamientos

Intensos, violentos y apasionados


Proliferan las Azaleas, las Adelfas, los Nenúfares y los Geranios

Perfuman los Mirtos, los Jazmines, las Zinnias y el Clavel

Entre aromas y colores, inmaculado y soberbio

 Señorea silencioso el Alcatraz 


Dulce, contemplativa, florece la Flor del Cactus

La Flor de Pascua, la Flor de Muerto, el Loto

Y la Flor de Lis


Mimosas exageradas. Magnolias desmesuradas

Y Jacarandas divinas que lo bañan todo con su luz azul


También se dan los Azahares, las Lilas, los Junquillos

Y toda suerte de espinas

los Magueñes, la Sábila y el Nopal


Y las Orquídeas!

El universo de las Orquídeas es tan bello y tan tan especial 

que no hay adjetivo que las pueda alcanzar. 

Sólo cabe observarlas, asombrarnos y callar.


*


¡Ay! Pobre de mí, pequeñita flor silvestre

Enamorada de nadie y envidiosa de las flores de jardín

Querencia, raíz y raza... dejé todo y desdeñosa...

Me fui en busca del mar


¡Ay! Triste de mí, flor del campo

Acostumbrada a la airada transparencia de las cumbres de mi tierra

Perdida en aguas salobres me debatía

Valerosa entre dudas y temores

Quiero morirme y no quiero

No sé, en verdad, lo que quiero

Y no sé si quiero saber..


En las horas de fruición, mis emociones, ¡tormentas!

(Con sonrisas de sirena subyugaba a mis amantes

Con caricias urticantes ahuyentaba todo amor)


En las horas de quietud me torturaba en silencio

(Y lloraba a mares como buena magdalena

Pero mi llanto no hacía sino aumentar mi dolor)


Al fondo de esa locura, en mi intimidad juiciosa

Aquel oscuro deseo: mi loco deseo del Sol

Seguía terco su camino


Y así se llegó la hora en que a fuerza de tanta ola

Y a causa de tan hondo desamor

Mi corazón de Medusa se deshojo en filamentos

En infinitos lamentos se disolvió mi pasión


Y tras una oscura pausa. Prolongada y misteriosa

Me desperté transformada en un triste Girasol


Creció el amor y la envida. Creció el olvido y la ira

Y a más se me iba la vida... tras el sol

Que me eludía sin-vergüenza ni pudor

Más profundas mis raíces se abrazaban a esa tierra

Y más me adentraba en mí


En esos lares extraños en los que fui a parar

El Sol no quema, acaricia. Alumbra sin calentar

Y yo, cada día más honda, me elevaba a mi pesar

Pero se llegó un invierno..

Tan aplastante e intensa fue la ausencia de calor..

Que en el espejo de un cielo, frío y duro

Oscuro y quieto como un metal

Mi soledad se vio inmensa

Y desolada

Anonadada e inquieta ante tamaña oquedad..

Se desplomó mi entereza

Y rota

Hecha añicos mi tristeza

Mis tantísimas tristezas se trocaron en promesas 

Que la tierra, con paciencia, arte y maña, consumó


El tiempo hizo lo suyo y, en primavera, en silencio,

Del Girasol una estrella al cielo se remontó


Que estrella tan obcecada. Melancólica y celosa

Tan enamorada ¡tanto!, del rayo que la deslumbra

De la luz que le hace sombra. Del calor que la atosiga

Sin hacerla nunca suya. Sin consumirla jamás

Tan enamorada ¡tanto! del Sol de cuando era niña

Que a la sombra blanca y fría de la Luna se aproxima

Y dulcísima pero voraz mamá gallina

La Luna se hace con ella 

Un bonito prendedor


¡Pobre Luna! Flor de Sombra

Es tal aún su deseo y tal su Sol..icitud

Que a falta de amor.. 

Con ausencia se acicala. Con nostalgias se engalana

Con astucias nos seduce y nos priva de la razón


Refugiada en la negrura la Luna reina en la oscuridad

Musa de ilusos y poetas. Amante infiel de corazones rotos

Resplandor de una ilusión que nos fascina

Con una falsa esperanza,

Con un como sí del Sol

Pero cada mes la Luna se marchita, se desflora

Se muere y vuelve a nacer

Es Luna nueva la Luna de cada mes


Triste Luna. Flor de Ausencia

Tan hecha ya a las mudanzas pero aún tenaz

Ahí donde Ella es Ella

Ahí donde no hay envidia porque no existe el amor

Ahí, solitaria y bella, aburrida y generosa a su manera

Se prodiga con las flores que gustan del frío lunar


Solícita las escucha. No Me Olvides una de ellas

dice a Huele de Noche, siempre tan pertinaz:

“Siempreviva es la más bella. Nadie lo puede dudar.

Es un Sol de florecita que ha trascendido la muerte

Su belleza es inmortal”


¡Ay la Luna! Solitaria Flor Etérea

Escucha sin poder hablar. Y presa de su memoria

Prisionera desde niña por el deseo infinito de la eternidad, … llora

Y llora tanto que sin quererlo destiñe. Se deshace toda ella

Y se desmaya, graciosa, con tal voluptuosidad..

Que millones de lunitas ríen

Rielan sobre la mar


Espuma del mar la Luna

Gota de agua enamorada

Cuando el Sol de Julio quema

Ruborizada se eleva

Se evapora

Se hace nada..

camino del Sol

Quizás.




Canción floral es un poema que rescate, hará unos 20 años de una vieja carpeta donde guardaba los escritos desechados. De pronto, al releerlo, me reconcilie con él y me entraron ganas de pensar en flores. Por entonces estaba tomando clases de Ikebana y las flores me traían loca.. Tan insoportablemente bellas, todas ellas, que me hacen recordar las primeras estrofas de las Elegías de Duino. De adolescente me martilleaban la cabeza: «¿Quién si yo clamara, me escucharía entre las jerarquías de los ángeles? (..) y acaba diciendo: Porque lo bello no es sino el primer grado de lo terrible, apenas lo soportamos y si también lo admiramos, es porque con desdén se olvida de destruirnos.. Todo ángel es atroz!» Fui una niña envidiosa de la belleza de las flores. Como la Psique del Mito o la reina malvada del cuentito, quería ser yo la más bella y conquistar el sol.


Tanto el principio como el final del poema se mantienen intactos. Y esas intuiciones tan certeras que ya de niños tenemos, a veces, nos confirman que sabemos muchas más cosas de las que nos creemos saber. Y cuando la vida nos las pone delante, no nos podemos creer, que ya las supiéramos y 15, 20 o 40 años después, las descubramos. El poema trata de los procesos de transformación que llevan a florecita, de ser una flor envidiosa, a ser una gota de agua que se pierde en el mar. Cada una de las etapas que atraviesa el poema, estaban ya en la primera versión que regalé a mis padres unas navidades. Pero desde que lo recuperé, las he pulido, ampliado y complicado bastante. Por ejemplo, la larga lista de flores que ocupa la primera parte, responde simplemente al placer de jugar con sus nombres. Son tan raros como encantadores y despiertan, con su sola mención, recuerdos gratos: aquel color, aquel aroma, aquellas tardes en el jardín de mi casa. «De tierra de las flores, es de allá de donde vengo» es el comienzo de una socorrida cancioncita mexicana que me dio pie a escribir, en su día, estos versos.


Enamorada de la belleza de las flores, pero envidiosa de toda otra flor, crecí enfadada y me refugié en mis sueños. Crecí a espaldas del mundo y muy pronto me volví más rara, reservada y misteriosa. «Problemas? No tengo problemas. Mi problema es ser, temer lo que soy y desear no serlo» fue uno de mis más precoces –y preclaros– poemas filosóficos de niña. Ya era consciente de que el problema, el único problema es: ser o no ser. No hay otro. Es cierto que enseguida se complica y multiplica enormemente; aparece el deseo y con el deseo el temor. O a la inversa. Y una teme ser lo que es y desea ser otra cosa, o desea ser lo que no es y teme no serlo. La dualidad funciona siempre como una disyuntiva que nos atormenta; no nos mata, pero tampoco nos deja vivir en paz. Yo ya entonces, me debatía en esas dudas y libraba batallas encarnizadas, deseaba tanto como temía, ser o no ser…

 

Si, un lío. Mientras una no sabe qué es, la vida es un lío. Yo he oscilado como una peonza, entre el sí y el no, lo normal y lo raro, lo bueno y lo malo, para descubrir, por fin, que no importa. No importa si es a favor o en contra, el deseo es siempre uno y el mismo. Se despliega igual, en un sentido o en otro, toma formas bellas y creativas u horrendas y destructivas, pero vivimos deseando las cosas de este mundo, o no deseándolas, deseando cosas imposibles y absurdas… o temiéndolas.

 

Así pues, en este poema el deseo está claro desde un principio. Es un deseo terco e inflexible. Es el profundo anhelo con el que todos venimos al mundo y que marca el destino de cada quién. Que dirección le damos, es cosa nuestra. Hay quien lo ahoga, otros son ahogados por él. Hay quienes lo ponen en el sexo, en el poder o en su propia imagen. Yo, florecita, lo puse en el sol. Y ahí empieza el cuentito de esa flor enamorada, alucinada por la luz del sol. Mi tierra no me lo da, me voy a otra. A los 17 años dejé mi casa y me fui de México y en Madrid creí encontrar lo que buscaba, pero nunca es tan fácil. 


No se cruzan así como así las grandes aguas. Los desarraigos levantan olas inmensas y las dudas nos asaltan, los temores nos inundan y naufragamos a cada paso. Pero en las garras de la incertidumbre, se templa el valor. Por otro lado, ser flor tiene sus ventajas; florecita despliega sus encantos y seduce a medio mundo; así se las arregla muy bien para sobrevivir. Pero, a la par, descontenta siempre y desconfiada por naturaleza, se atrinchera en el muro de su vida interior: Algo así como “Mírame, pero no me toques”. La pobre flor sigue sin saber qué quiere: ¿si ser o no ser? Es una flor muy terca que persigue, sin saberlo, lo que ha dejado atrás. Y así, atrapada en un deseo imposible y sin conciencia alguna de su mal, no le queda más remedio que saltar. Decidir es fácil cuando no hay alternativa: o se suelta y deja que su pasión se deshaga, que el corazón se disuelva en el agua del mar, o, simplemente, se muere, sin más.


Y claro, como buena psique, me dejé morir. Renuncié a todo, asustada, pero segura, de no poder. Las aguas siguieron su agitado curso, pero yo, a fuerza de sustos y disgustos, fui entrando, sin otro remedio, en la llamada razón. Aterricé en otra tierra y me volví a enraizar. Hillman dice que el alma debe enraizarse para profundizar y así ganar altura. Que ha de descender y penetrar cada célula del propio cuerpo para desde ahí, extenderse y abrazarlo todo; la familia, la propia tierra y las circunstancias, en cada momento de la vida. Es decir, enraizarse es costoso y toma tiempo. Se repite el trauma del nacimiento, se reviven los miedos y todas esas sensaciones de muerte que preceden a los alumbramientos. Pero florecita es corajuda y después de llorar, gritar y patalear hasta agotarse, se resigna y se transforma. La que fuera una flor-acuosa, un corazón de medusa, se evapora y reaparece en la tierra como un aguerrido Girasol. El Girasol ya no es una florecita; más bien es una florezota y sin embargo, igual que cualquier florecilla, se pasa la vida suspirando y dando vueltas alrededor del sol. Es decir, la flor del poema aterriza y se enraíza como es debido, pero ay! a los ojos añorados, de una flor mexicana, la luz de esta tierra catalana, es una luz mortecina, fría y sin sazón. Girasol, desfallece otra vez y otra vez, de inanición.


La próxima transformación es más violenta; tiene lugar cuando el mundo me estalla en la cara y mi vida se hace añicos; tengo, de alguna forma, el feliz vislumbre de la vacuidad, de la impermanencia de todo. Apenas un vislumbre pero poderoso. Y ante el espejo en blanco de esa inmensidad, el Girasol, da risa.. Destrozado, humillado de lleno en su enorme autoestima, se desploma y muere. La madre tierra se ocupa de los desechos mientras florecita, escarmentada, se remonta a los cielos. Reaparece en el azul profundo de la noche; ahora, por fin, ella es la estrella.


Su estrellato es breve. Una estrella solitaria en busca de cobijo, una estrellita perdida y quejumbrosa, una lucecita parpadeante y necesitada de calor; en cuanto divisa a la luna, se le aproxima y.. La luna, vieja sabia y poderosa, en cuanto la ve, se la adueña; la convierte en la niña de sus ojos, en una joyita preciosa que realzará su esplendor. Musa, seductora, nefasta inspiración en la noche oscura, la luna tiene siempre una estrella bajo su tutela. Brújula tan bella como engañosa, como nos advirtiera Nietzsche, la luna nos mantiene inspirados; fascinados en un éxtasis altivo y lúcido pero falaz. En una posición inflada y narcisista que es necesario soltar. (Porque más grave que perderse en el samsara, dicen los tibetanos, es perderse en la nada, a saber, en la luna).


La luna es un espejo no exento de peligros, pero no cabe duda que tiene su gracia el poder mirar el mundo desde ahí. Las cosas se ven más claras desde las alturas; la distancia nos permite ver al otro, comprenderlo y simpatizar con el. Sin esa perspectiva “lunar”, el otro se confunde fácilmente con el enemigo y la historia vuelve a empezar. Solo desde las alturas, se está libre y a salvo de tan habitual error. La luna, por otro lado, siempre es reparadora, conciliadora y da paz. Es un espejo blanco que todo lo tamiza con su dulzura y candor. Ella sabe que el camino es largo y solitario y que es mejor no intervenir con falsos remedios o consejos baratos. Ella conoce a fondo la negrura de las sombras y si reina en la inmensidad, es porque deambula ajena, indiferente a todo; a las nubes, las estrellas, las tormentas, el frío y el calor. La Luna es una abuela dulce y contemplativa que acoge nuestros silencios, comparte nuestras aspiraciones y nos infunde esperanza y valor.


Pero la luna tiene un punto flaco. Reina en el olvido de sí misma y cuando por fin, recuerda, lo recuerda todo. Se acuerda, por ejemplo, de cuando no era sino una pobre florecita que lloraba desconsolada, porque no quería ser ella, quería ser…otra cosa. En el espejo de una simple Siempreviva, la luna se reconoce y se echa a reír. Al reír se deshiela, florecita se desflora y se dispone, no sin llorar a mares, otra vez, a morir…


Pequeñita, como lágrima, etérea como la espuma, vuelve a las aguas. Gota de agua enamorada que confía que, tal vez, esta vez, no equivocará la trayectoria, y siendo un vapor, casi nada, se hará una con el rey sol.





HOJAS SUELTAS


Todo ya se ha pensado… Todo esta dicho

Pero el goteo irregular de la fuente en el bosque

Es absolutamente cálido al oído

Y sin embargo refresca

Asombra al corazón

*

En un pequeño estanque

Un nenúfar me ofrece su silencio

Y mi azarada mente, se reposa en él

Un chorrito insolente y sincopado

Convierte ese momento inefable

De sagrado, en encantador

*

El viento da voz a la arboleda

Las cigarras cantan a pleno pulmón

Las aves lanzan sus trinos vespertinos

Y la luz de agosto quema y reverbera

El bosque crepita por doquier

A la sombra, imperturbable

Un nenúfar sonrosado me susurra

Suave y persistente...mente..

Serénate

*

Todo poema es fruto de un silencio

Breve, largo, profundo, sincopado o leve

Pero silencio

Solo el Silencio engendra Verdad

*

¿Y la belleza? ¡Cielos!

La belleza no tiene nada

Solo es.

*

Graznidos de gaviota a toda hora

Mi interior se ha hecho a ellos

Me basta con cerrar los ojos

Para sentir el cielo

Escucho ese silencio y… ¡Vuelo!




No hay palabra que pueda medirse con las flores, no hay poema que tenga, ni de lejos, la gracia de una rosa, o su aroma. Cualquiera, la más pequeña e insignificante de las flores, es más preciosa que todas las palabras más bellas que podamos imaginar. Las palabras son aire y las flores, ¿qué son? ¿cosas? Mickael Ivanov, decía que las flores, y muy especialmente su perfume, son el regalo más precioso que nos hace la madre naturaleza; las flores son su manera de mostrarnos que el sufrimiento, se puede transmutar. Osho, más preciso aún, puntualiza: «Las semillas son el sexo, las flores son el amor es y el perfume es la compasión. Y nos aconseja: Cuando la flor del amor florezca en ti, añade a ese estado de ánimo la meditación; entonces se liberará una fragancia pura, un perfume exquisito: eso es la compasión.» 


Podríamos aprender a mirar las flores con esos ojos. Si cuando miramos el color exquisito, la forma perfecta y caprichosa de cualquier flor o aspiramos la fragancia sutil de un Jazmín o de una Rosa, nos detenemos a sentir, podremos descubrir, qué son esas cosas que llamamos flores. ¿Qué sentido tienen, qué nos hacen sentir, soñar o imaginar? ¿Cómo nos afectan sus aromas, sus colores y por qué? Al detenernos a sentir el amor que las flores –naturalmente– nos inspiran, seremos más conscientes del placer que nos proporcionan y eso acrecentará nuestro amor por ellas. Es un hecho conocido que tanto los colores como los aromas de las flores, tienen un efecto profundamente benéfico en el cerebro; estimulan las endorfinas y aumentan nuestro bienestar. Por otro lado, las flores son muy generosas y comparten sin reservas sus secretos y dones; sus cualidades estéticas, energéticas y sanadoras. A medida que vamos siendo sanados por las flores, empezamos a ver y sentir de otra manera; constatamos el prodigio que realiza la madre naturaleza; asimila nuestros desperdicios y deshechos, se hace una con ellos; los digiere los procesa y nos los devuelve, transmutados, en forma de flor. Es la “mierda” con que abonamos la tierra lo que hace posible que florezcan las rosas, y del mismo modo, es la “mierda” del sufrimiento lo que abona la compasión. Esa es la lección que una y otra vez repite Thich Nhat Hanh, tanto en sus enseñanzas como en sus poemas: «Tu cultivas la flor que hay en ti para que yo sea hermoso. Yo transformo la basura que hay en mí para que tu no tengas que sufrir. Yo estoy en este mundo para ofrecerte paz; tu estás en este mundo para darme alegría.»


Pero las flores, a pesar de ser “cosas”, son efímeras y las palabras, en cambio, a pesar de no ser, sino aire, perduran de hecho toda la vida. Van cobrando peso con los años y pueden llegar a ser tan pesadas y duras, que perforan nuestras cabezas y petrifican el corazón. Las palabras horadan profundos surcos en el cerebro que dan lugar a memorias que, como las malas hierbas, son muy difíciles de erradicar. Pero, curiosamente hay una flor a la que llamamos Pensamiento. ¿Será que hay pensamientos ligeros como flores silvestres, pensamientos que no son gran cosa y sin embargo, si una se detiene y los examina, lo mismo que a una flor cualquiera, una Amapola, por ejemplo, pues, tienen su “cosa”. 


Las palabras que dan forma a canción floral, no son evidentemente flores, sólo son, pensamientos que afloraron en medio de un retiro de meditación vipassana. Paseando por el bosque, al lado de un estanque, siempre bajo un sol abrasador y con nada en la cabeza..., de tanto en tanto me asaltaba un pensamiento muy grato que parecía rimar, ¿Será un poema? una se pregunta, y lo guarda como si de una flor se tratara. Lo coloca delicadamente entre las hojas de una libreta, y cuando pasado un tiempo se encuentra con esa flor seca en un libro, a veces, la tira, otras, la contempla, suspira y la vuelve a guardar… 


Me es grato volver al momento en el que descubrí que el goteo irregular del chorrito de una fuente me resultaba cálido, refrescante y asombroso, todo a la vez. En silencio, un nenúfar, o un chorrito de agua, pueden decirnos muchas cosas. Por ejemplo, la mente se aleja, se eleva, se pierde en postrimerías, pero el chorrito inesperadamente, te llama:Ey! dice, que estoy aquí”. Ese despertar no tiene precio. Ya con los pies a tierra, la mente se recupera y se entusiasma imaginando poemas, pero entonces, el nenúfar te musita suave y dulce..mente, serénate. Una vuelve al silencio y descubre que sólo el silencio engendra verdad y que la belleza es siempre. Sea flor, atardecer, aroma, estrella, hoja seca, piedra o pensamiento, la belleza es todo, todo lo que miras sin juzgar, sin pensar, sin nombrarlo siquiera. En esos momentos, algo se entiende. Algo que uno luego, mal-pone en palabras. Palabras que días o años más tarde, las encuentra torpes y marchitas, pero igual conservan algo de aquellos momentos en que la fuente y yo… 


El presente no dura a menos de que nos esforcemos, y con el calor que hacía, pronto me alejé recordando los graznidos de las gaviotas de mi casa en Barcelona. Cerré los ojos, me adentré en mi misma, respiré el olor del mar y me deleité en el frescor de esa memoria.





A Stephen Levine



MARIA


A Ti Señora de la Noche

Dueña de la Espera y el Silencio

A Ti Musa del Dolor 

Madre de toda penuria y todo duelo

A Ti te ruego. Pero no luz, no

Quiero tu oscuro manto salpicado 

Por las incontables lágrimas del cielo 

Busco consuelo en tu desmedido pecho femenino 

En la oscuridad donde paciente aguardas

Paciente esperas.... ¡No se qué esperas!


Madre amargante y fiera

Acógeme en tu oscuro seno

Y arrópame en tus tibias faldas

Quiero perderme en la locura

En la que albergas dolores innombrables 

Incesantes quejas, indecibles rabias


A Ti Dadora de la Vida. A Ti me vuelvo 

A Ti Reina implacable de la Muerte

A Ti elevo mi reclamo:

Dame, si tienes, esperanza

O dame, por amor, paciencia para esperar sin más

Dame a beber del cáliz que procura olvido

O dame, por piedad, el coraje de saber matar

Dime si debo renunciar a mi propia sangre

Si debo faltar a la Ley que Amor impone

Y como Tú... olvidar, sin añoranza

Y como Tú... esperar, sin esperanza

Y como Tú... amar sin más sentido

Que el sentir dolor.


A ti Madre oscura, a Ti te ruego

Con cada inspiración te ruego, te busco, te persigo

Con cada espiración me entrego, me rindo y caigo

Sin remedio en un vacío… e inspiro

Inspiro con fruición

Inspiro hasta sentirte en mi interior 

Sentir tu inmensidad, tu hondura… Y ahí, me olvido

Inspirando recobro la cordura

Espirar me devuelve a la amargura

Y revivo sin remedio mi agonía

Y espiro. Espiro sin medir el tiempo

Espiro hasta sentir que el corazón estalla 

Con ese estallido… vuelvo a estar en mí


Pero otra vez es de noche 

Y vuelvo a sentir el miedo 

Miedo de encontrarme triste 

Triste de sentirme sola. Sola y enferma

Sola y abandonada a mi propia sombra 

Sola y desamparada ante el abrumador

Espejo de la noche estrellada... 

…mi alma se desprende, uno a uno 

De sus incontables duelos y, desnuda…

…se revela, infinitamente dulce

Infinitamente bella…


E infinita, cual la noche

Compasiva y generosa 

Abraza –sin saber yo cómo– 

La soledad ingente, ¡Madre!

De tantas mujeres solas 

Que como Tú, en silencio

Aguardan entre las sombras ¡Y ya no saben qué esperan…!


En esa espera en que nada retiene ningún sentido 

No hay recuerdos. No hay deseo

Nada espero 

Sólo persiste el dolor.. 

Pero el dolor se confunde con las lágrimas del cielo

Se diluye en su silencio

En la belleza inefable 

De esta noche misteriosa 

En que la soledad, me acompaña 

Y me es fácil abrazarte

Dulcísima Madre, hermana

Grato refugiarme en el silencio 

Arroparme en la quietud y la negrura

Y ahí yacer

Yacer, al fin, sin rabia, sin miedo 

Con el horror y la noche

Con el silencio y la espera

Con la amargura sin nombre 

Del Amor escarnecido por el hombre… y nada

–¡Ah! Bendita seas María por esa nada–

Nada que me haga sufrir 


Sola en ese espacio inmenso

Puedo abrazar mi ser tan dolorido

Cobijar mi propio amor tan mal herido 

Y encontrarte a Ti

Señora del dolor y el sin-sentido

Madre de todas las guerras

Diosa de todas las culpas 

De todas las penas 

De todas las muertes

En tu nombre habidas…

Encontrarme ahí, en paz,

Una contigo. 


Hoy ser mujer me es un orgullo inmenso

Habitar en mí una alegría 

Siento la gratitud expandirse 

Hasta alcanzar el vacío…

En el que Tu, Señora de la Noche

Reina del Cielo, estás en mi ser

Tierra de nadie

Y mi pobre corazón 

Soledad, misterio y carne 

Es una estrella más en la negrura silenciosa 

E infinitamente dulce de la noche 




Gracias a poner en práctica las enseñanzas de Levine sobre el tonglen fui teniendo las experiencias que me dictaron este escrito. Este poema trata de los duelos interminables que subyacen a cada uno de los procesos de transformación a que se entrega “florecita”. Lo titulé María, cuando supe que maría es sinónimo de amargura. El poema trata de lo difícil que es encontrar dulce, la amargura. Del largo y penoso proceso que lleva, de la desolación más absoluta, a la feliz cordura de encontrarse amiga de la propia sombra, afín al espejo de la noche oscura y contenta y agradecida de ser María. 


Estudiando a Levine aprendí a reconocer en mi propio cuerpo, mi propio dolor. A darle un lugar al alarido tan desgarrador como absurdo que todos llevamos dentro. No importa la causa, ni siquiera si hay causa. A todo nos duele igual el ser humanos. Todos nos hemos sentido, alguna vez, muy poca cosa: vulnerables, desamparados y perdidos. María empieza siendo un grito exagerado y desmedido que reclama un Sentido a la vez que se entrega al absurdo y renuncia a entender. 


Sólo un ideal femenino nos permite ese ejercicio de locura. Porque si bien todos somos iguales ante el dolor, las mujeres, lo somos más . No sólo el mito del amor romántico ha marcado nuestras vidas, sino que la naturaleza misma nos condena, como madres, a querer al otro más que a una misma. Esa confusión resulta fatal y/o iluminadora. Ya sea porque se persevera y se sufre indefinidamente, o bien, porque se renuncia; se renuncia al mito de un amor perfecto y se abandona la pretensión de ser una buena mamá. Como mujeres tenemos ocasión de sufrir por el amado y por los hijos, tanto, o más , que por la propia vida y ese es un raro privilegio en la dura escuela de la vida. Nos da la preciosa ocasión de develar, en carne propia, el misterio inefable de Lo Femenino. 


Y no hubiera querido, en este comentario a María, referirme a verdades como piedras: la muerte de tantas mujeres, por ejemplo, a manos de sus amantes maridos. Me hubiera gustado quedarme en un terreno más sutil y puramente sugerente pero, dos titulares en el periódico de hoy, me devuelven la opresión de un grito mudo en la garganta y necesito poner palabras al dolor y a la impotencia de ser mujer. Las mujeres en el régimen de Saddam eran torturadas, primero por ser mujeres y luego, como personas. Antes de ser violadas, quemadas vivas o acuchilladas, se las obligaba a presenciar la muerte de sus seres queridos.. Y dos, aquí mismo, en Barcelona, una pobre vieja deambula sola, durante horas, con sus maletas a cuesta, por la calles de la ciudad, para acabar muriéndose, por ahí, en cualquier esquina. Deja atrás a 8 hijos y a más de cuarenta nietos.. Sabemos ya que muchas abuelas, aisladas y encerradas en sus pisos, se mueren solas. Hace ya tiempo que la familia es un cuento chino y que las madres, más aún que los padres, han perdido su reino, su hogar y todo lugar en este mundo. Nunca tuvieron trabajo, oficialmente hablando, de modo que sin familia, no sirven para nada y se desechan. Claro está que esa mala educación, se multa. No está bien ensuciar, con los despojos de la propia historia, la buena imagen de la sociedad actual. Este poema es un eco de la voz callada de tantas mujeres solas que claman al cielo –un cielo tiránico y patriarcal– y no saben qué esperan. María es una súplica desesperanzada, a la diosa oscura, a la mismísima madre-amargura. ¡Dinos, Señora, si tú lo sabes, qué podemos hacer en este mundo regido por hombres tan sesudos y poderosos como ciegos e inmaduros? ¿Se trata sólo, de más paciencia, de aguantar aún más...?


A fuerza de respirar una y otra vez, y cada vez la misma pena, la misma demanda, una aprende. En ese aprendizaje, la cálida voz de Levine, su infinita paciencia y comprensión, me acompañaba por dentro. De su mano aprendí que se puede ir más allá del miserabilismo en que nos hunde el dolor de las pérdidas y las injusticias, y alcanzar una visión más amplia. Una se va viendo: ve a la niña ilusa y enamorada de un ideal engañoso. La ve tan ciega como esforzada, tan ignorante y lejos de sí misma, que se va generando cierta benevolencia para con una. Una no ha sido, en definitiva, sino una enorme buena-intención-equivocada. Incapaces de ver las cosas como en verdad son, las madres, nos aferramos a un sueño heroico pero sueño, al fin. 


La Madre nunca puede ser sólo buena. Lo femenino carga siempre con las culpas. Por acción, por omisión o simplemente porque sí. ¿No es eso lo que todos pensamos, que todo lo que nos pasa es culpa de mamá? Las mamás, mal que nos pese, nos sentimos culpables de todo lo que reclaman nuestros hijos y además, nos enfadamos con nosotras mismas por sentirnos así. La cara oscura de la feminidad es un pozo inagotable de culpas, penas y rabias por todo lo que la Madre Vida no nos da. Y no nos da tantas cosas, que más que una madre-vida, parece una madre-muerte. De hecho es las dos. Y hay que poder abrazar a esa temida madre-oscura, a la desconsolada energía femenina que sigue ahí, padeciendo en su cuerpo y en silencio, la brutalidad y la rabia, la crueldad ilimitada de que somos capaces los hombres. 


Respirando lenta y pacientemente, cada noche antes de irme a dormir, reviví nítidamente, lo que ya sabía: la bronca que conlleva ser mujer. Abrí mi corazón a esa locura y la respiré a fondo. El tonglen consiste en aceptar la negrura y transmutarla en luz. Levine enseña, cómo con cada espiración, podemos dejar ir recuerdos y expectativas, vaciarnos de penurias. Y cómo inspirando con conciencia el dolor que tememos, se abre un espacio en el que lo negro, tiene un lugar. Se hace evidente, entonces, que no es mi dolor, lo que me duele, es el dolor de ser madre y el dolor de ser hija, de ser mujer y ser nada, de ser, en todo caso y siempre, un pobre ser humano. El dolor es una puerta inmensa y si conseguimos vencer el miedo y traspasar ese umbral, desaparece la barrera entre yo y el otro. Entonces el dolor se abre y ya no es mío. Es el inmenso agujero negro que nos duele a todos en la boca del estómago. Es el hambre, el vacío que nos dejan en el cuerpo, las ilusiones rotas.


Una vez descubierto ese secreto, las noches se transforman en amables compañeras. Estoy a solas con mi dolor y no estoy sola. Mi dolor se expande, abraza a todas las mujeres en la tierra, y cobra sentido. Puedo respirar el dolor de mi madre como si fuera el mío, o el dolor de mis pacientes. Guiada por las palabras de Levine, estando enferma, respiraba el dolor en los hospitales o en los campos de guerra, y verificaba, en mí misma, sus palabras: somos todos el mismo dolor, un dolor con infinitos nombres. En contacto con ese inmenso dolor, yo, desaparecía y sin mí, me encontraba vacía pero tranquila. Mi respiración se hacía profunda y plena, un dulce ir y venir en el que todo cabía. 


Compartir el dolor, paradójicamente, es dulce. Lejos de acrecentarlo, lo aminora, lo transforma en un espacio lúcido y compasivo que, a pesar de estar anclado en el sufrimiento, no experimenta pena alguna. Al sentirnos parte de la humanidad, granito de arena en los vastos desiertos del dolor humano, el miedo se transforma en alegría y el dolor, en gratitud compasiva. Se comprende, sin poder explicarlo con palabras, que ser mujer es, con todo, un privilegio, una bendición. El raro don de nacer con un cuerpo abierto nos condena a no poder cerrar nunca del todo esa puerta. Nuestro amor incluye siempre al otro de manera tan intensa, que es fácil confundirse con él. Esa confusión nos condena, lo queramos o no, a ser siempre más intuitivas, más generosas y compasivas. No casualmente en el Tao te King se dice, «Aprende a purificar las visiones hasta dejarlas limpias, a dominar la respiración hasta hacerla tan flexible como la de un recién nacido, (..) y como mujer, a abrir y cerrar las puertas del cielo. A conocerlo y comprenderlo todo sin usar la inteligencia.»


Y ciertamente, no parece muy inteligente abrazar la amargura hasta fundirse en ella y sentirse una estrella más en la noche oscura. Y sin embargo, es un placer inmenso abrirse completamente y desaparecer en el negro de la inmensidad, contener las penas y las penurias, las quejas y las heridas, las culpas y las mentiras, contener todos los males y constatar que, en el misterio inefable de lo Femenino, todo tiene un lugar. 





QUÉ INMENSA ES LA INMENSIDAD


¡Qué inmensa es la inmensidad, Señor!

¡Qué inmensa!

Qué enorme la noche y qué negra

E infinitamente bella la luna

E infinitamente sola

E infinitamente ella


Y yo...

Con los ojos extraviados y muda la boca

Con los brazos extendidos y muerta la espera

Con las manos abiertas y el corazón henchido

De suspiros y lamentos

De infinitos reflejos

Y soledad


Qué inmensa es la inmensidad, Señor,

¡Qué inmensa.!

E infinito mi deseo de ella

E infinitamente sólo

E infinitamente..




Que la inmensidad es inmensa, es obvio. Y que poco nos miramos en ella, también. Qué difícil situarnos ante la noche estrellada. ¿Qué somos? ¿Qué sentido tiene la vida? Son dos preguntas alucinantes que de dichas y redichas, parecen no tener sentido. Pero prueba de preguntártelas en serio de tanto en tanto. Pregúntale a la noche y verás que las palabras, fluyen solas: Qué inmensa es la inmensidad.. Señor, y yo..





A mis niños. A los dos



RÍO Y YO


Sensación de sin remedio 

Desatino del destino

Y pese a todo de la mano

Como amantes

Una mujer con un niño


Pero no somos amor dos niños. Una es hambre

Y no somos amor, amantes. Tu eres río

Yo soy hambre y tu, mi amor, sólo el niño

Que inocente y seducido permanece 

En mi memoria como un sueño que no olvido 

Y sólo quiero olvidar


Me soñé cuando era niña un amante por destino 

Y de la mano de ese amor...


Escucha niño. Esta pena no es contigo

Escucha río mi hambre nunca saciará tu sed

Aprende a vivir en mi ausencia

Aprende a jugar sin mí


Cuando juega hago ver que me descuido

Y en su ausencia, mientras juega, vuelvo a mí

Cuando ríe hago ver que soy un río

Y en sus aguas, mientras ríe, soy el mar

Cuando pregunta razones hago ver que lo sé todo

Y cuando pregunta de amores hago ver que nada sé 

Porque mi niño pregunta y pregunta y... ¡yo qué sé!


Olvídame, amor, soy un ensueño

Aléjate, mi bien, seré tu mal

Aparta mi recuerdo de tu historia

Y, mira, ven, voy a enseñarte a olvidar


Yo soy un lobo muy grande 

Y tu el piececito dorado que se me quiere escapar

Escápate tesoro, sí te atrapo 

No quedarán ni las huellas de con quien jugar

Pero abrázame también que tengo frío

Entibia con tus besos mi delirio

Y ahora, ¡Basta!

Hemos de volver a casa

La tarde se nos viene encima y yo....


Porque yo. Yo también.

Yo tantas y tantas veces yo...

Yo hambre de la mano de mi niño 

Y hembra con un niño de la mano…

Hombre, me pregunto… y sola

Sola con el amor que me inspiraras

Sola con el amor que yo soñé

Sola con la vida pequeña que me vuelve

A mi niña y tu, Amor, no estás aquí


Niña huraña toda hambre es loba

¡Niño aleja! Soy llama que se quema y ¡deja! 

Soy llanto que se llora y queja

Soy noche que te acoge. Negrura que excita

Ausencia que te colma y plenitud que irrita 


No soy sino la mano que a veces melosa, a veces, furiosa

Calmara tu sed

(–porque desde siempre. Cada noche.

Agua mamá. Tengo sed–)

Y a veces, lo sé, fui la gitana 

Que robó tu dicha. La dicha me fuera robarte tu ser

Y otras, lo sé, maleficio y maga

Te endiosé mis culpas, mis ídolos rotos 

Y espuma graciosa te idolatré la mar

Y tantas, lo sé. Bien lo sé

Ni soy ni me fijo. Divago. Desoigo. Deshago 

El hechizo y acaso un suspiro, acaso… ¡Nada!

Eficacia, rutina y un toque de vara: a callar


Y sé que mis tristezas te atenazan

Que mis fantasmas pesadillas

Y mi ira daga que te fija

A la nostalgia que se halla en mi

Y sé que terco como yo, pero tu niño

No querrás. Y no. Que no

Y habré de ser yo la que te aleje

Habré de ser yo la que te diga:

Venga riachuelo a volar!


Y sé amor que el hambre es mía

Que hambre de mi padre, olvido.

Y hambre de tu padre, niño.

Y hambre de mi río que es hambre de mí misma 

Y hambre de mamá que es río...


Rio niño porque al saberte río

Rio de mí


Por los parques de la mano

Sensación de desatino.

Sin remedio del destino

Y pese a todo como amantes

Río y yo.




De la madre oscura y todo poderosa, a la pobre madre de cada día. Río y yo también tiene sus años. Me ayudó, en su día, a reconocer la prepotencia de la madre seductora y astuta, y a moderar ese afán. Aprendí, estudiando, a tener un poco más presente aquello de: no empujes al río, ya baja solo. Y este poema es fruto de esa reflexión. Me sirvió para reconocerme madre-insaciable y soltar; abrir la mano y dejar volar ese sueño. Me ayudó también a sentir simpatía por esa pobre yo.., que reclama. Reclama siempre y a falta de otro, reclama a sus propios hijos. Eso, bien lo sabe ella, es como reclamarse a sí misma, algo así como cavar la propia tumba. Con el paso del tiempo me volví feminista y eso, para bien y para mal, me fortaleció. Estudiar psicología me llenó la cabeza de poderosas razones que esgrimí, lo mejor que pude, en Reflexiones desde un cuerpo de mujer. Más tarde, cuando la vida me puso a prueba y tuve que poner en práctica lo que había estudiado, descubrí, con horror, que me quedaba aún mucho por aprender y mucho más aún, por descubrir. Las mujeres de mi generación crecimos en familias “estables” y no teníamos ni idea de lo que suponen las rupturas. Teníamos, en cambio, la cabeza llena de quimeras femeninas e ideales feministas; no tuvimos más opción que la de arriesgar.


Pero este poema es previo a esa lección y hoy lo encuentro simplón y psicoanalítico; resultado, supongo, de la temporada que pase en el diván. Repite, literalmente, lo que dicen los sesudos analistas: las mujeres proyectamos en los hijos todas nuestras carencias y luego, nos enojamos con ellos y con nosotras, porque no es así.. Nos olvidamos que ellos son ellos y nosotras, sólo el arco desde el que se dispara la flecha, como dice Kalil Gibran. Nosotras somos la tierra, ellos, la flor. Ellos son aire y las madres de carne y hueso estamos muy lejos de ser un cielo en el que puedan volar. Ancladas en la tierra, en el día a día, esperamos frutos tangibles, y no puede ser. Pronto se rompe el hechizo. Porque más allá de nuestra voluntad, por el solo hecho de ser un cuerpo que da la vida, nuestro destino es hechizar. Los hijos crecen, hechizados, deseando llenar ese vacío.. Y nosotras, las madres, los dejamos soñar, porque confundidas, deseamos, lo mismo. 


Y no puede ser. Nadie llena el vacío de nadie. Pero la ilusión no afloja fácilmente. Sólo a fuerza de desilusiones, la ilusión va menguando y se vislumbra el no-apego, solo entonces el verdadero amor, puede aflorar. Afortunadamente las desilusiones están servidas. No faltan nunca. Mujeres con niños de la mano y las miradas perdidas, sabrá dios en qué, o madres esforzadas por complacer a sus hijos en todo momento, no importa. Con el tiempo, se van a desilusionar. Como todo hijo de vecino, estamos destinados a crecer insatisfechos por el solo hecho de ser mortales; hijos de una pobre madre tierra y desprovistos, desde hace tiempo, de padre celestial. 


Cuando tomamos conciencia de que no podremos nunca satisfacer a los hijos, de que hagamos lo que hagamos, lo haremos mal, empezamos a renunciar a nuestros ideales y se vislumbra lo que es en verdad, amar. Y creo tener la lección bien aprendida, solo me cabe confiar que el amor que intuyo, sea, algún día, no una teoría sino, una realidad. 


Río y yo refleja una etapa de mi vida y es un poema honesto pero confuso. No queda nada claro, por ejemplo, quién es quién. Si soy río o soy hambre, si soy hija o soy madre, si soy o no soy. Pero, en cambio, queda muy claro que quienes lo tienen negro, sin duda, son los hijos. Los hijos pagamos las culpas de todos los desamores que sufrimos las mamás. Y Río y yo refleja esa realidad tan conflictiva: las madres no dejamos de ser hijas por el hecho de ser madres. Como hijas nos quejamos de cargar con las culpas de nuestras madres y como madres, de cargar con el dolor de nuestros hijos. Y ni una cosa ni otra, –ni hija, una vez en el mundo, ni madre, una vez que se da a luz– se dejan de ser nunca, no al menos en esta vida.





A TU SUEÑO DE ACTRIZ


¿A tu sueño de actriz…?

¿A tu amor famélico de hambre…?

¿A tu lumbre que encandila…?

¿A tus ojos de hombre…? No amor.


Amor no es hambre. Amor es: toma

Te doy mis partes, mis infinitas partes

A tu infinita sed.


Parte alguna es infinita. Lo sé, pero…

Agua. Seré agua. Agua corriente

Ven. Lava tus manos. Refréscate la cara

Vamos, mójate los ojos y mírame.


Puedo ser clara y a veces

Si me abandono al viento, espejo. 

Otras soy turbia.

Negra puedo ser como la noche.

Fecunda si la soledad me ahonda.

A veces, como la plata, brillo

Otras, cual exhalación, un vaho

A veces, como el rocío, soy río

Otras, como el amor, soy mar.


Y tu, mi niño, retenerme quieres y a tu grifo?

Y tu, gorrión, sueñas contener el mar?


Agua, mi amor, agua me arranca tu deseo

Agua pesante de amargura

Agua salada, gotitas de mi sangre

Lagrimitas de mi ser mar...

Vamos, mójate los ojos y aprende conmigo a llorar.




Otra perspectiva, paralela, del mismo tema es A tu sueño de actriz. Aquí las cosas parecen estar más claras y sin embargo, tampoco acaban muy bien. Empieza con: soy todo, soy amor y me doy a partes. Soy el mar y la gota, el brillo, el vaho, la exhalación y el río. Pero acaba riéndose de la pretensión de todos los hijos. Nadie puede contener todo eso, de modo que, venga, lloremos juntos. Palabras sabias que cualquier abuela podría decir a cualquier hijo. Palabras sabias y compasivas pero que no, por eso, dejan de hacernos llorar.





 Al Fantasma del Diván

 «Cuando la personas creen conocer las respuestas, son difíciles de guiar.

Cuando saben que no saben descubren su propio camino.»

Tao te King



AÑORANZA

Con un susto de muerte solté tu mano

Con la lluvia

De la forma el tiempo nos dará la nota

El presente es osado y, como siempre..

Fue


De tu mano se soltó mi mano 

Y añoranza... Ella 

Se adueñó de mí


Amor… te recuerdo

Tu eres el mismo y… me voy 

Me despido. Retiro mi mano 

Y desde aquí ya mía 

Persigo celosa deshechos

Despojos de la tempestad


Desde aquí, ya lejos

Montada en la brisa 

Cabalgo en la aurora 

Calibro el peligro

Y me evado. No soy la que fui


Desde aquí me asomo 

Perversa a mi olvido y…

¿Vida? Qué sé yo… Un viento

¿Otro? Qué sé yo… Un eco 

Alma? Qué sé yo qué siento…!

Alusión al viento.. Añoranza llora… No.

Arrulla a sus muertos


Siento aún la ausencia. El hueco

Del amor el hueco. Del eco la o

Siento que la lluvia me traspasa 

Y transparente espina traviesa mi garganta 

Y congoja se afloja, se raja 

Siento llover. Dentro de mí.


Siento y ya no siento. Soy el desconcierto

Ola que divaga de la playa a la sed

De la sed al mar

Siento que naufrago y palpo mi entraña 

Siento mi deseo. Palpita al azar

Siento la distancia. Advierto el silencio…

En la sombra ignota

En el sueño abierto

–yo no busco, encuentro–

Me voy a encontrar


Presiento que al fondo de la o del eco

Antes aún de nuestro encuentro 

Y más allá de todo posible adiós

Añoranza, Ella, se apiada de mi alma

La envuelve en sus brazos

La arropa en su pecho. La cubre de besos… 

Y mi alma se entrega. Fallece de gozo 

Y vuelve a renacer


En la oscura espera del Amor perfecto

Añoranza, Ella, se adueña de mi alma

Y desde ahí, desde Ella:

Roca en la que soy Sirena

Espejo en el que soy Medusa

Ausencia que evoco 

Y en la forma de Anhelo

Recupero. Estás en mí.


Con un gusto de muerte en la boca

Con la lluvia 

Al viento.




Añoranza es un tango. Es un adiós y un hasta nunca. Una despedida airada e inequívoca al fantasma del diván, al ingrato espejo del psicoanalista. En cuanto pude lo hice añicos y me acepté loca. De eso hace ya muchos años pero guardo aún un buen recuerdo. Era una mañana fría, lluviosa, pero yo me aleje altiva, como si tal cosa, mirando al frente, a lo alto.


De hecho, fue con un susto de muerte que solté la mano que me brindó mi analista. Aprendí muchas cosas en esos largos silencios en los que permanecía absorta, pensando que perdía mi tiempo y mi dinero pero, terca, como siempre, celosa de mí. Presa de un recuerdo inolvidable, del anhelo infinito ese, del que vengo hablado. Un deseo absurdo y desmesurado que, el buen hombre, no podía imaginar. El hablaba de un falo, donde yo veía un cielo. El interpretaba: envidia pero yo sabía muy bien lo que era. Era el recuerdo de otro amor. No sé si del sol, de la paz o de la noche oscura. En todo caso de algo que añoraba tanto que, a su lado, la transferencia, no podía funcionar. 


Fue un salto al vacío. Pero por entonces yo estaba fuerte. Fue justo antes de que la vida me hiciera añicos y no hubiera vuelta atrás. En medio de un mar de lágrimas y dudas, lo abandoné todo. Abandoné mis lecturas filosóficas, todo interés por la psicología, mis clases en la universidad, mi casa y mi familia. Me dediqué a trabajar con las mujeres maltratadas, a fin de sanar con ellas, mi propia aflicción. Me entusiasmé con las historias de Merlín, disfruté con la simbología y volé alto con las astrología, pero sin abandonar nunca mi cuerpo. Lo trabajé a conciencia con el yoga y cuanta técnica corporal se puso a mi alcance. Por fin, saturada, viajé a la India, a un congreso de psicología transpersonal. Mi encuentro con la India y la “transpersonalidad” fue una experiencia tremendamente iluminadora. Descubrí que la pólvora que creía estar descubriendo, se conocía muy bien desde la antigüedad.


Pero no es esa la historia. Lo que quiero decir con ello es que fue un adiós definitivo y que la alta definición, en este caso, me la dio, no el deseo, sino la Añoranza. Fue como si ante la alternativa existencial, el famoso aut/aut de Kierkeggard, eligiera: ni esto ni lo otro, lo que no sé pero, quiero. Y antes que cualquier otra cosa, lo único que quería, era encontrarme conmigo a solas. Volver a mi añoranza de siempre y… recordar. Erick Neumann dice que «la misión del ser humano es recordar con la mente consciente, todo lo que sabía antes de que apareciera la conciencia.» 


Añoranza es el tango que una mexicana le dedica a ese peculiar espacio extrovertido de su vida. Al tiempo en que probé poner en las palabras ahí, fuera, mi mundo interior. Fueron los generosos silencios por parte del otro, los que me dieron ocasión de interiorizar y recobrar mi auténtico deseo. Decidí entonces, acabar con ese escucha imaginario, el tan caro y cacareado fantasma del diván. Elegí un método más efectivo y barato, me erigí a mí misma en mi propio testigo y desde ahí, desde Ella: Roca, Sirena, Espejo, Medusa. Ausencia que evoco y en la forma de Anhelo recupero. Estoy en mí. 


En todo caso, lo que hice, lo promuevo. Creo que no hay mejor terapeuta que la vida misma y que en cuanto una aprende a dar los primeros pasos, hay que soltar la mano que nos sustenta, o que sustentamos. Es importante no alargar las transferencias porque toda transferencia es confusión. Una ha de volver a una misma y ni nada ni nadie deben estorban, más de lo estrictamente necesario, ese camino. 


El camino es solitario y se inicia siempre así, con un gusto de muerte en la boca y la firme convicción de que el alma sabe. Es mejor equivocarse por hacernos caso a nosotras mismas, que seguirle la pista a otro y luego, echarle las culpas. El alma siempre está queriendo recordar, porque sabe, lo que creemos ignorar. Y porque sabe se conduce a sí misma de muerte en muerte. «Sabe que la hora de la muerte es cada momento» (Eliot) y que «el reino de los cielos es para el que está completamente muerto.» (Maestro Eckhart) Sabe, en palabras del Tao te King: que «lo que quiere estar pleno, ha de vaciarse y lo que quiere renacer, ha de morir.» El alma es muy sabihonda y deberíamos escucharla más atentamente y hacerle caso. Pero para seguir los dictados del alma, es necesario ser audaz. La audacia, decía Mahatma Ghandi, es la virtud más importante en la vida espiritual. Para poder dar los pasos a los que el alma nos anima, hemos de tener muy clara la dirección. Solo así avanzaremos con audacia y conocimiento, a saber, con precisión.





SUAVE COMO UNA VOZ


Suave como una voz susurra el mundo

Lento como canción que se aprendió

Hace ya tanto tanto tiempo

Que en la memoria


Suave como una voz susurra un viento

Y se repite dentro. En tu mundo interior


Lento como la leche fluye el tiempo

Lento como recuerdo que se olvidó


Y suave como caricia vuelve el viento

La canción, la voz del mundo exterior


Rima? Paras el tiempo

Pausa? Vuelve a fluir


Y entonces abres la mano y te la miras

Dedo a dedo coloca tu mano en tu corazón

Y escucha..


Suave como una voz se oye un latido

Crece como el silencio del más allá

Y se instala


Suave como una voz susurra el mundo

Lento como canción que se aprendió

Hace ya tanto, tanto tiempo

Que en la memoria..


Suave como una voz susurra dentro

En el corazón del hombre

Su propia voz





LAS EMOCIONES DEBAJO DE LA LENGUA


Las emociones de debajo de la lengua, Artaud

 No son palabras

Sólo son lágrimas

Aguas sin dimensión sonora

Penas sin desventura

Tristezas sin cauce por el que llorar

Y lluvia. Lluvia que diluvia

Dentro. Tormenta interior


Las emociones de debajo de la lengua, Artaud

Sólo son llanto. Llanto sin causa

Aguas sin viento. Pozos sin nombre

Ondinas. Lamentos

Sirenas sin voz


*


Llueve y en mi tristeza el cielo llora por mí

Lloro y aquí en mi pecho siento su reclamo

Clama por mí: Vuelve amor, llovizna

Vuelve por piedad a mí, diluvia


Llora y en su tristeza

Cielo llueve por mí.




NI EN LAS NOCHES MÁS NEGRAS


Ni en las noches más negras tu deseo me ha alcanzado. Tu deseo

Me embriaga y es puñal que se me clava en la cintura. Tu deseo

Me evoca y son ganas de gritar como una loca y

Fallecer


Tu deseo me ahonda y de la ingle a la cintura tu deseo

Me trastorna y se transforma en mi deseo

Mi deseo es fugaz.


Ni en las noches más locas tu deseo ha colmado

El deseo que mana de mi ser sin ti.

El deseo que brota de mi ser negrura

Ambrosía y locura. De mi ser pequeño.

Del dolor aquí


Ni en las noches más largas

Ni en la saciedad de la cordura

Ni en el alarido que atraviesa mi cintura

Ni en la infinita calma que sucede al placer

Tu deseo ha saciado mi deseo

Mi deseo es de Amor




Suave como una voz es un escrito muy nostálgico. La remembranza de algo que sólo un profundo silencio nos podría hacer recordar. La propia voz susurra dentro, en el corazón de cada ser humano y sin embargo, qué difícil nos resulta escucharnos y mucho más difícil aún, interpretarnos bien. 


De hecho, antes de que las palabras alumbren el camino, y nos sirvan para entender lo que nos pasa, las emociones nos retienen confundidas y si no sabemos qué nos pasa, no lo podremos comunicar. Fue leyendo: Una temporada en el Infierno, de Antonin Artaud, donde encontré esa expresión tan elocuente para aludir a la imposibilidad de dar voz a esas emociones, de poner en palabras las lágrimas que se nos ponen en la garganta y no nos dejan hablar. Las emociones de debajo de la lengua es un diálogo con él. Esas emociones, le digo, no se pueden decir porque carecen de causa, de cauce y de finalidad. Son preludio de tormentas y diluvios que nos tienen, como a Ulises las sirenas, fascinados y a su merced. Y si no las lloramos suficientemente, nunca podremos librarnos de ellas, no sabremos nombrarlas, interpretarlas y dilucidarlas. Devolverlas a la luz, en definitiva, porque, en palabras de San Pablo: «Lo que queda expuesto a la luz, se convierte en luz.»


En Los Taraumaras, también de Artaud, encontré la respuesta que andaba buscando, por entonces, con respecto al bazo. ¿Cuál es la función de ese órgano? ¿Para qué sirve? ¿Por qué duele? Artaud dice que el bazo, para los Taraumaras, es «el lugar donde se guardan los anhelos de infinito.» Esa información me aclaró algunas cosas y Cielo llueve por mí, es fruto de esa reflexión; sugiere que llorar a mares, como llora el cielo, sería una buena manera de ir deshaciendo los atascos de debajo de la lengua, de relajar el bazo e irse vaciando, poco a poco, de esos anhelos tan temidos y escondidos.


Mucho más apasionado Ni en las noches más negras. No queda duda alguna de que cuando el deseo es de Amor, no lo sacia nada. La necesidad del otro, se vive, se sufre y/o se goza, pero no nos engaña. Si el deseo es Ágape, el otro no es sino maya, ilusión.





MEXICO LINDO

Imposibles. Dolores imposibles

Como garras asesinas. Dolores amargantes

Como gotas de limón… Así me saben los días


Siniestros. Siniestras las horas

Los augurios. Caducas y amarillas 

Las viejas alegrías 

Electrocutantes y rotas

Como la sal… Así me saben las noches


Intolerables. Violentas. Intensos y sin sentido

Cada instante de mi vida es un grito entremezclado 

El llanto del recién nacido y el llanto desconsolado

De quien va a morir…


Tengo el corazón muerto de frío 

Siento el alma en carne viva

Un deseo incontenible de perderme en mi nostalgia mexicana 

Y un antojo desmedido de tragarme con Tequila este dolor


Quiero convertir mi grito en un canto a la alegría 

Quiero transformar mi llanto en cascadas de armonía 

Voy a hacer de mi agonía, un manantial de paz


Entre trago y trago imploro al buen-dios de la ambrosía 

Que el alcohol me de el coraje. Que el aguardiente me encienda 

E ilumine para siempre las raíces de mi mal

Que el fuego que me consume 

Y el dolor –ya no me importa– 

Me concedan la gracia de morirme cantando 

De morir arrullando entre los sones de mi tierra 

El bendito lapsus de esta ex-pasión 

 

Con sal sanaré mi herida 

Con limón colmaré la rabia

Y con mares de tequila me daré el gustazo 

De perderte para siempre, vida mía


Quiero morir sabiendo que me muero

Quiero vivir intensamente, y a conciencia 

Una larguísima agonía para expirar, al fin

Con mi último suspiro 

Un adiós definitivo 

Y de verdad.


(Alumbraré, en soledad, un viejo anhelo 

Daré luz a un amor sin nombre

Y en aras de esa nueva vida

Me entregaré, por fin, todita, entera

Al placer de abrazarme.. a nada 

Y encontrarme.. sola y arrobada 

Presa de un orgasmo inmenso 

Sin otro, sin causa, sin fin… )


A medida que el Tequila me consuela

Siento un fuego secreto y veleidoso ascender por mi espina...

Y me moriría cantando: No vale nada la vida!

Me moriría ahora mismo 

Y del puritito gusto de no vivir.


Sorbo lágrimas y quejas. Trago mares de sollozos 

Y ebria de dolor y llanto levanto la copa y brindo 

Por lo que he querido y… No más!

Que los dioses del olvido 

Se apiaden de mis recuerdos 

Yo apuro hasta la última gota de mi vida

Y sola, sin prisa, prendo fuego a mi memoria 

Y la dejo consumir......


Humo mi existencia: Aroma

Aroma de sales. Aroma de azahares

Aroma de alcohol...


Y canto Cielito Lindo al son jarocho.

Bailo Guadalajara y olor a tierra mojada 

Se levanta. Se levantan los recuerdos 

Y los muertos regurgitan ese sabor 

Truculento a purpurina. Esa sonoridad

Zucarada a Marimba y Vaya con Dios


En Barca de Oro me embarco 

Y navego hasta la frontera de mis sueños 

¡Que lejos estoy! ¡Qué sola.! 

Que inmensa nostalgia 

Invade mi pensamiento y, sin embargo,

No volveré


No volveré. Lo juro 

Y Dios me mira

Voy a inundar con llanto mi destino

Voy a soltarme al viento y viento sopla

Para no volver

En Noche de Ronda rondo

Y en Volando Bajo, vuelvo..

Vuelvo con las palomas de mi tierra 

Y paloma blanca, Paloma Negra.

Ah! Traidora te haces querer.. y te vas 

Golondrinas atestiguan, paloma 

Que ya te has ido y ayes de dolor

Falsetes, atestiguan, ingrata

Que quedo herida


Ay amor, hoy que me acuerdo!

Ay amor cuánto he querido! 

Cuantas veces el Tequila me calienta las entrañas 

Mi nostalgia se acrecienta y la sed.. 

Se hace infinita

Como si alcohol fuera cura..!

Como si el sol que me quema la garganta

Fuera un cauce que se abriera

Y desde lo hondo de mi pecho quisiera gritar:

Que viva mi madre tierra!

Y que cuando yo muera

Cama de Piedra me cubra 

Y Piedras del Campo lloren con amargura 

Que gorrioncillos sangrantes y rancheritas melosas 

Me tengan en sus venturas

Y por las noches, al abrazarse

Se acuerden de mí


Fui gallo de ley en el ruedo

Y Señora Tentación en esta vida

Soy todo lo que he vivido 

Y a la hora de mi muerte: sola

Solo un nombre de mujer

Que los mariachis se callen 

Y que en silencio me evoquen

Una vez. Solamente una vez


Me muera donde me muera 

Moriré con La Sandunga en la garganta

Y una espina de tuna clavada en el corazón

Moriré como Rosita, mal herida

Y como Coyota empeñada en mal vivir

Voy a morirme de pena como un Juan cualquiera

Y como Adelita guerreando: al pie del cañón


Voy a morirme cantando.. como la cigarra

Voy a morirme soñando.. con Aquel Amor

Voy a morirme llorando como La Llorona

Y Rayando el sol


No les traigo despedida

No he tenido ni un acierto en esta vida

He perdido la vergüenza y no me importa

Si la vida es la ruleta

La venganza bonita 

Cuando la concede Dios


Aquí se acaba el corrido

Aquí se llega mi hora

Y sin embargo quisiera 

Otra copa de Tequila

Otra canción... 


Me estoy muriendo y les pido

¡Ay! Por compasión les pido

Que se acabe esta Bamba

Y venga otro son..


Amaneceré en los brazos de la sombra

Y no voy a levantarme

Voy a dejar que mi mano

Suelte la copa… y


Al abrigo de un nopal

Camino a Pénjamo

Hallaré a un Caminante

A su verita seré..

Un Pájaro Azul




México Lindo es muchas cosas. Es una muestra de lo baja y rastrera que, emocionalmente hablando, es mi tierra. Pero también ilustra lo más tierno e ingenuo del ser humano; “Yo soy el Rey”, por ejemplo, es el grito de un bebe chillón que expone, y a mucha honra, un deseo universal. Y a todos nos encanta esa canción. La desvergüenza adquiere gracia cuando tiene el coraje de afirmarse a sí misma: yo soy así, esa soy yo y a quien no le guste, que se atreva a decírmelo a la cara. Todos llevamos un astro rey dentro y cuando asoma con fuerza, nos encandila; entonces somos capaces de cualquier cosa. En México decimos que, a más ladra el perro, más chiquito es el machote que se esconde detrás.


Por otro lado, México Lindo también es fruto de esas tardes en casa, encerrada en mi cuarto y sumida, para variar, en mis tristezas. Meditabunda escuchaba la radio de las “muchachas” de las faenas de casa. Por la ventana, un mundo hermoso. Un mundo que hace ya tiempo que no existe. Inmensos atardeceres violetas y al fondo, naranjas, coronadas por los rayos dorados del sol, las cumbres nevadas y majestuosas de los volcanes de mi tierra: el Popocatepetl y el Ixtlacihualt. Un mundo enmarcado en la intensidad exageradas de las rancheras, las yucatecas, las sandungas y los boleros de Agustín Lara. Un mundo fantasmal al estilo de las películas del Indio Fernández y poblado de voces desgarradas como la de Toña la Negra, Lola Beltrán, Jose Alfredo Jimenez, Cuco Sánchez, etc, etc. Voces que perduran en mi memoria y me es un placer, de tanto en tanto, soltarle las riendas a esa mexicana tan bestia, y dejarla que cante, grite, maldiga y se lamente, todo lo que quiera.


México Lindo es una buena catarsis de la rabia de siglos, del dolor ancestral de las pobres “chingadas”, de tantísimas mujeres en el mundo violadas, humilladas, torturadas y asesinadas en nombre de leyes dictadas por un supuesto dios masculino (?!) aterrorizado ante la posibilidad de que la mujer pueda… ¿qué? ¿Pensar, estudiar, saber, disfrutar lo mismo –o mejor– que él? Pero es, ante todo, mi propia catarsis. Un estallido de mi rabia y mi dolor. Es un ejercicio de salud y humildad que agradezco enormemente a los dioses del olvido. Ellos se han llevado, con sus vientos huracanados, hasta el último vestigio de lo que fue. Pero queda el testimonio y eso está bien. Es bueno saber que se puede morir matando. Matando a conciencia, en una, todo lo querido. Es importante saber que el Amor no se muere, sino todo lo contrario. Gracias a la terrible herida narcisista que nos inflige el desamor del otro, Amor, se depura. Muere, solo, el falso amor-propio. Pero claro que la muerte del amor-propio, falso o no, es una tragedia personal. Morir a lo falso que hay en una, conlleva la muerte de toda pasión oscura y suelen ser tantas nuestras oscuridades.. de modo que una se siente morir muchas veces y a muchas cosas. Y eso también está bien. Una se va familiarizando con la muerte y con el tiempo, descubre el sentido profundo del mundialmente famoso dicho mexicano: “La vida no vale nada”.


La vida, dice Gorostiza, no es sino una muerte sin fin. O, en palabras de Villarutía: la vida es nostalgia de la muerte. La muerte, en pocas palabras, es la sal de la vida, lo que le da ese gustito que la convierte en preciosa, sabrosa, fugaz. Pero para que la muerte sea una aliada, es necesario perderle el respeto y tomársela a la mexicana. En México la muerte se presenta como una calaca azucarada que baila al son que le tocan. México Lindo es un: bailemos con ella y a ver quién aguanta más. 


México Lindo es un botón de muestra del talante que se da, naturalmente, cuando, la vida y la muerte, cada una con su 45, están siempre a punto de dispararse una a la otra. Una aprende, en esa tesitura, que lo único realmente importante es apuntar bien. Qué dirección le damos a nuestro tiro. Porque aunque parezca mentira, la muerte no es una; hay, por lo menos, 360 dianas a las que poder disparar. Se puede apuntar a: “me alegro que ahora sufras”, a “me las pagarás”, a “volver a empezar”, a “no volveré”, a “que te vaya bonito” y.., a qué sé yo a cuantas cosas más! La dirección del deseo es lo fundamental. El deseo mismo, no importa, sea vivir o morir, da igual. La vida-muerte que es la Vida seguirá indiferente su camino. El mundo no se acaba por el simple hecho de que yo, me quiera bajar. Ahora bien, si yo, de todos modos, me bajo, es importante elegir bien dónde.

Así, después de sumergirme a gusto en el barro de mi vida, de regodearme con el limón, la sal y la herida, hago un voto: convertir en paz este delirio. Prendo fuego a mis recuerdos más queridos y las voces de la radio de mi casa, los fantasmas de mi historia, las canciones de mi infancia, se me suben a la garganta y o vomito, o me muero. Palabras desmedidas dieron forma a mi vida afectiva. Pasiones tan intensas como conflictivas; canciones dulces y maravillosas que magnificaban siempre el viejo dúo: amor-y-muerte. Palabras que suscitaban emociones tormentosas que eran acunadas, interiorizadas como melodías pegajosas. Ritmos melosos, quejosos, como reos condenados a perpetuidad. Todo eso me desborda una noche de San Juan en casa; tomo papel y lápiz y sin vergüenza alguna, me entrego a mi nostalgia y me emborracho con mi dolor. Totalmente ebria, tomo, a conciencia, la decisión de mi vida. Decido darle a mi historia su merecido final. Ser yo, para mí, mi propia luz. Apunto y disparo.


Luego vienen las despedidas. En México somos enormemente cordiales y nos despedimos larga y reiteradamente. Como si nos costara trabajo decir adiós. Algo así como lo que reflejan las estelas griegas; en ellas perdura, en toda su hondura, ese último gesto, un adiós sostenido, alargado, nostálgico desde antes, incluso, de empezar.


A partir de Cielito Lindo fue muy fácil. En las canciones mexicanas abundan las despedidas y los adioses se alargan y multiplican. Tenemos adioses de todas clases y sabores; por ejemplo, se puede decir adiós con la sandunga en la garganta, o como Coyota, empeñada en mal vivir, como Adelita, guerreando, o llorando, como la Llorona. La cosa está en irse despidiendo de tantas maneras como nos sea posible a fin de alcanzar ese estado glorioso en el que una misma es la amante, la amada y el amor.


Así, el poema fluye sólo. Las emociones se desbordan y las palabras brotan exageradas pero precisas, tan aguerridas como quejumbrosas. La música de las canciones de mi tierra tiene esa hondura emocional que a todos nos emociona, nos da vergüenza y nos hace reír. Medio en broma, medio en serio, me despido, de los muchos ayes que la vida me enseñó a entonar. A fuerza de despedidas, los ayes se van suavizando: se trata, en definitiva, de soltar. De soltarlo todo, de arriesgar la vida y si es preciso, perderla, para poder ganar. Qué, ¿qué se gana? Eso depende de la puntería. Yo apunté a ganar. Me convertí en Chavela, la reina de la fiesta y desde ese trono, empecé a disparar. Acabé con todos. No quedó apenas un recuerdo en el que no se repitiera la consigna: a matar. No dejé pájaro con cabeza, disparé a todo, a todos y al azar. Dios, cuantas muertes bonitas por saborear! Porque no me dirán que Noche de Ronda no es preciosa, Rosita Alvires no es heroica y que Vaya con Dios no es perfecta, para acabar.


Es placentero jugar con la palabra muerte, peligroso jugar con esa idea y mortífero y mortificante pasarse la vida muriéndose de verdad. En definitiva, un arte. El arte de vivir-muriendo, que dicen los místicos y México Lindo lo dice a su manera. Corajuda y lastimera, exagerada e ingenua. De tan seria que lo dice, nos hace reír. No podemos sino reírnos de ese ímpetu tan mexicano, de: me muero y me muero del puritito gusto de no vivir. Y de eso trata el poema; se trata de acabar riéndose de la propia historia; riéndonos de la vida y de las muchas formas de muertes que conlleva. Unos viven matando, otros muriendo pero siempre, una vez enterrados los cuerpos y consumados los duelos, un pájaro azul alza el vuelo y se eleva hasta fundirse con el azul del cielo y …


(Este poema sonará o evocará de manera muy diferente a los mejicanos de mi generación que a los jóvenes europeos. Todos los subrayados son títulos de canciones que en mi época eran muy populares y hoy creo que nos basta con pocas palabras para oír en la cabeza a Cielito Lindo, bailar con Guadalajara, o llorar con la Llorona.)





HOY LA PALABRA GOZO


Hoy la palabra GOZO

Ha querido dejar huella

Y la distancia de tu cuerpo

Cobra vida y llama: ¡VEN!


Hoy la palabra MISTERIO

Goce traicionero y fiero

A mi propio cuerpo es lumbre

A mi propia vida: LUZ!


Hoy la palabra DESEO

Cobra voz y te reclama.

Desde lo hondo del silencio que me baña

Evoco la palabra DIOS


¡VIDA! Aquí. En mi cuerpo. Inmensa.

Huella que en mi misma. Enorme.

Goce que si el Otro inspira

Es placer aquí, en mi vida.

Pozo del que el gozo fluye

Cual caudal inagotable de alegría.


Y Señor, ¡no puede ser!

¿Pueda yo tan comedida saborear tamaña juerga?

¿Pueda yo tan hacendosa entregarme así, al placer?

¿Pueda, al fin, la malquerida olvidarse de su ala tan herida..

Y volar, sólo volar...?


Pueda.!

Ojo excesivo y selecto.

Y todas las razones justas.

Mi corazón, reloj loco, se detiene aquí

(Al tiempo se le atoran las agujas

Cuando al alma apunta a ti: ETERNIDAD).


Goce traicionero. Orgía.

Mudo y mío.

Hoy y aquí






CAUTA COMO UNA SOMBRA


 Cauta como una sombra. Lenta

Suave como la bruma. Casi quieta

Leve como gasa al desprenderse de una herida

Se desprende, ante mis ojos, mi imaginación, y vuela!


Revolotea como loca.

Relampaguea como noche de San Juan... y vuelve.


Lenta como la bruma. Casi quieta.

Suave como una sombra. Cauta

Y consciente de su ala rota

Se posa calladamente sobre mi vida

Y vuelvo apesadumbrada

A la realidad




Cuando en México Lindo hago el voto de: “Alumbraré en soledad..”, es porque tengo una pista, un vislumbre de ese placer sin nombre, de ese presente quieto en el que ni yo, ni tú, nadie. Hoy la palabra Gozo es donde, es su día, intenté expresar esos instantes “en los que al tiempo se le atoran las agujas y el alma apunta a la eternidad”. Fueron esos ratitos de “eternidad” los que me dieron la pista, la dirección correcta a la que apuntar. 


A Cauta como un sombra, lo coloco aquí porque lo escribí la misma noche de San Juan que escribí México Lindo. Fruto, diría yo, de la resaca.





«El auténtico corazón de la tristeza, Solo es Amor.»

Chogyam Trungpa



MIS TRISTEZAS


Como indias mis tristezas se acuclillan

Cabizbajas

Entre piernas las mejillas 

Entre rodillas sollozan

Inspiran, espiran

Y vuelven presurosas

A inspirar


Remolinos de asperezas mis tristezas 

Se apretujan en mi nuca

En mi nunca bien hollada soledad!


Lomos de pantera negra que cielo negro acaricia

Lenguas de cascada quieta que marihuana perfuma

Mis tristezas, pechos humo, aspiran fragancias viejas

Y, en silencio, sin vergüenza 

Saborean la saciedad


Como bebés en su cuna

Como alaridos de hiena

Como serpientes hurañas 

En mi nuca se entretienen mis tristezas 

En mi nunca bien amada soledad!


Viejas sin reboso. Viejas hondas

Pobres viejas. Vicios. Fondos

Duelo sin dolor ni cuerpo

Llanto sin saber ni dónde

Trunco mi deseo se ha muerto

Y vellocino muerto: hiel


Sin saber ni cuando, cuánto miedo!

Sin saber ni dónde, siempre miedo!

Sin saberse hondo mi deseo se ahonda 

Y de cuclillas mis tristezas 

Se duelen por él


Y palabra mesurada no hallo 

Sin que premura la marchite. Solo brotar 

Palabra pervertida me es el tiempo

Me devuelve del recuerdo el malestar 

Y lloro. Pero de qué sirve llorar 

Si las palabras jamás pueden sentir..

Ellas son aguas, perlas, sombras

Son los brillos matutinos, desafiantes

Son los huecos ya roídos, los diamantes

Son destellos de los sinos 

Y sudario de los muertos 

Pero nunca son los sinos o los cuerpos

Nunca de mi nuca a ti


Taciturnas mis tristeza 

Se acurrucan en sus huecos

Y se entregan incestuosas 

A sus vicios y secretos

Se acarician unas a otras 

Y se disponen golosas 

A depararse un festín


Hoy las rabias me engalanan ¡vuelo!

Mas no es cierto

Huelo a hollín, a cabra, a cuerno!

Huelo a luces de bengala 

Y cierro este párrafo aquí


Y otra duda. Y esta entera

Lloro o gozo? Pozo o rio?

Estoy harta de ansiedades

Ansiedad de vanidades. Ansiedad

Quiero unos ojos presentes

Quiero unos ratos azules

Quiero unos lagos amantes

Aguas claras que desnuden 

Mi nunca bien desnudada soledad!


Quiero sentirme la espina 

Y a ti caricia salada que me baña

Cual espuma de la mar salá...

Quiero sentir mi cintura prieto cascabel morado

Y sentir tu mano dura perseguirme hasta la hondura

Que yo quiera. Quiero, si fuera preciso

Que Señora Inteligente se rajara

Y posesiva, pose-siempre 

Se rindiera ya al placer

Pero venga. Quiebra! Rompe! Rasga!

Preciso de tu mirada 

Mas sin ella..

Seré yo la que te inicie en mi deseo de más!

Más amor que doy al traste con mis amigas las quejas

Más amor que pongo en riesgo a todititas tristezas

Más, pasión, que voy en ristre con infinitas flaquezas 

Y un escudo. Con amor que es asesino 

Y es sagrado al corazón


Y llegué al final de la ilusión

Todo son cuestas

Y puedo ya calibrar otro fracaso

Y hasta supurar los golpes 

Y convertir en montones, en regimientos

De cientos de montones mis tristezas

En mi nuca siempre más!


Mis tristezas tocan fondo y yo con ellas

Agotadas de dolerse en vano me abandonan

Se desprenden cabizbajas de mi nuca 

De mi nunca bien amada soledad!

Y caigo

sin remedio

a un vacío sin fondo..


De un Silencio acalambrante y misterioso 

Emerge pequeñita y temblorosa 

La pregunta: ¿Quién soy yo?


Ay! No. No. Espera Amor. Espera

Antes de encontrarme sola 

Con la certeza absoluta 

De la Nada Infinita 

Que alienta mi corazón.. 

Antes de perder toda cordura

Y dejar a mis tristezas sin cobijo y sin calor

Antes de abrazarme al Gozo 

Y Ser sólo la que Soy...


Debo aún volverme dentro 

Rememorar añoranzas y revivir 

Temores y esperanzas

He de renunciar a la nostalgia 

Que retiene mi alma presa 

Y dejar ir todo anhelo.. Dejarme ir..

Morir, al fin, a este mal sueño..

Y despertar

Recordar el presente

Recobrar el sentido y sentir

Sentir mi nunca bien amada soledad!

Sentirla hasta la saciedad

Y hacerme con ella


En el cálido silencio de esa pausa

Al ritmo lento de mi propio aliento

Un nudo en el plexo se relaja 

Y dulcemente..

–flor marchita que deshoja el viento–

 .. se desata, se deja ir

Burbuja se disuelve en aire

Niña triste se abandona en la ausencia de su madre

Y en la ternura inefable de ese encuentro

Mi soledad se transforma..

Nudo y nada se funden

Se hacen una sola cosa: y no hay más.

Respiro a fondo y bendigo el amor que ha iluminado 

Con ausencia mi destino

Celebro el coraje que esa audacia me inspiró

Agradezco las rosas y las espinas

–Loadas sean las tristezas que me han traído hasta aquí!–

Me siento viva, inspiro y.. ¡me persigno! 

Me huele a que el dolor se ha muerto 

Nadie abraza mi soledad desnuda

Me siento sola y bien.


(coda)


Ya no hay dolor pero deseo

Deseo compartir esta alegría

–la mariposa azul se despereza–

Y encarnar la bondad insondable

 –se despliega un nuevo sueño–

Que allende la lucidez y la cordura

Nos obliga a volver

Una vuelta más en la espiral del tiempo

La misma ilusión de siempre

El mismo ruego: Que la mano tierna

Y dura de Saturno me sostenga

Su compasión ha horadado

Mi corazón de lado a lado

Y puedo sentir el hueco

Que da paso a la añoranza

Que da forma al espacio sagrado

Al vacío innombrable..

Que con nombre

Sólo es Amor




Mis tristezas son las responsables de todos mis escritos pero este poema es donde mejor se expresa mi difícil y siempre lacrimosa relación con Saturno. En este poema he podido trabajar las múltiples desilusiones, los muchos disgustos, todas las malditas crisis que tanto me han ayudado. Cada vez que lo releía, sabía donde estaba. Puf! He estado tantas veces, tanto tiempo, detenida.. atorada en un verso que no fluía. La cabeza, muy lista ella, a fuerza de perseverar, acaba por encontrar la rima. Pero nunca quise rimar, nunca decidí escribir poesía. Me escribía a mi misma, en busca de no sé qué cosa. Triste siempre, siempre introvertida. Mis tristezas narran la historia de mi amistad con Saturno, con las penas y las penurias con que colmó mi vida. Es una historia larga y reiterativa que va, del mayor desconsuelo, al Amor. Mis tristezas fueron siempre motivo de inspiración, pero también, una fuente de entusiasmo y alegría, y estos versos son mis loas a Saturno, mi sincera gratitud a ese maestro inapelable y terco. Al dolor que las pérdidas y las ausencias, nos ocasionan. Sin esa gran oquedad, siempre ahí, omnipresente, me hubiera quedado en cualquier sitio que me ofreciera un asiento, un cobijo, una mano… algo. Pero, Saturno es implacable. Impecable tallador de diamantes, se asegura siempre que no haya otro remedio que perseverar.


La imagen con la que el poema empieza es, otra vez, de mi tierra. La tristeza acuclillada y cabizbaja. Llorando, suspirando y resignada. El deseo se ha muerto y lo que fuera un ideal, es hiel. Pero, además está el miedo. Con el miedo siempre a cuestas, cada intento de sobreponerse se convierte en fracaso; con cada fracaso aumenta la desconfianza y la desesperanza se instala. La soledad se crece en el desconsuelo y ahí, las tristezas, se encuentran a su gusto y se multiplican a placer. Las tristezas son las garras de Saturno, el yugo en el que nos retiene presas. Ignora el tiempo y no importan las veces que desfallezcamos, exhaustas, a sus pies. Se mantiene indiferente hasta que descubrimos porqué.

 

El camino hacia a ese descubrimiento, toma años. Tantas veces como estando triste, me daba permiso de volver al poema, lo retocaba, lo retorcía, lo enriquecía con nuevos giros, nuevos matices. Antes de imaginar siquiera cual sería el final definitivo di muchas vueltas. Cada una de ellas, es una lección saturnina. El pulido de una cara, por así decir. El diamante, al fondo, sigue intacto, pero si no pulimos bien todas y cada una de las palabras: todas y cada una de las tantísimas caras de toda posible tristeza, Saturno, no aflojará. 


Veámoslo rápidamente. No es bueno entretenerse en las tristezas. A más se las mima, más se entristecen. No pueden estar nunca contentas. Todo lo ven negro, y ante ese panorama mis tristezas deciden volverse dentro e intentar pasársela bien unas con otras. Las tristezas se regodean en sí mismas y simulan y festejan. Pero pronto, la realidad se impone y se vuelven a enfadar: no es cierto! Y claro que no es cierto, porque una no puede ser la enfermita, la enfermedad y la enfermera. Haría falta otra cosa, alguien! Mis tristezas se ponen soñadoras y vislumbran a lo lejos, unos lagos amantes en los que poder olvidarse de sí mismas. Unos ratos azules en los que sentirse la sal del mundo, y disfrutar. Están dispuestas, incluso, a batallar por ello, a perder la dignidad y la propia estima, por una estima otra, cualquiera. Y es más, lo consiguen pero, se desilusionan y confirman: todo siempre es igual. Derrotadas por la contundencia con que la vida las replica, me abandonan.. y ahí empezó, en su día, otra historia. 


Pero esa historia, dio muchas vueltas antes de acabar como acabó. El final no llegaba nunca. Me inventé muchas finales diferentes, sugerentes y bonitos pero, no podía engañarme a mí misma. De hecho, el final estaba escrito en algún rincón de mi memoria, allá, por los años ochenta, Trungpa, en su libro Shambala, La senda sagrada del guerrero, me había dado el verdadero final de la historia. Me tomó casi veinte años volver ahí y comprender, es decir, hacer realmente mías sus palabras y saber, como él, que «el auténtico corazón de la tristeza, solo es amor.» Palabras tan crípticas como misteriosas, tan absurdas como luminosas, tan fáciles de entender, como difíciles de realizar. 


Pero antes, y volviendo al transcurrir del poema, constato, en algún momento, la banalidad de tanto lamento y tanto bla, bla. Y sí, me vuelvo dentro, otra vez, pero esta vez en silencio. Y sí, decido rescatar mi vida y recuperar el presente y todo eso.. Pero, entre el dicho y el hecho, nos va la vida. La intención era buena pero el poema, por entonces, terminaba con una especie de despedida interminable y confusa. Decía algo así: «Si, quiero decir adiós, adiós postrero a cuanta tristeza he querido. Quiero penar la pena por las pena que penara mi persona. Quiero llorar el llanto que llorara de amargura magdalena. Quiero dejarlo todo y de la inmensidad del cielo.. quiero, como siempre, un pájaro azul.» Yo hubiera jurado que ese pájaro no era un príncipe camuflado, pero quizá, en el fondo, no lo tenía muy claro. Lo cierto es que me ha tomado años descifrar el final y aclararme a fondo con mis ilusiones y expectativas. 


En el momento en que mis tristezas abandonan mi nuca, me encuentro con el silencio. Un silencio acalambrante y misterioso, un espejo oscuro y luminoso que semeja la muerte. Ante semejante abismo, mis tristezas se ponen filosóficas y por primera vez, se preguntan a sí mismas. ¿Quién soy? Con esa pregunta el poema se complica y toma, bajo mi mirada sorprendida, derroteros inesperados. Muy conocidos, por otro lado, por el cuerpo. Era como si el cuerpo me fuera dictando y la cabeza sólo tuviera que traducir. Supe que “antes de abrazarme al gozo y ser sólo la que soy” quedaba mucho trabajo por delante. Una avanza entre flashes, pero antes de contar con una chispita de luz, más o menos estable, queda siempre mucho por andar. Y ahí, se reinicia el cuentito. 


Avanzo lenta pero más segura. Descubro a medida que escribo que hay menos miedo. Sé que se trata, otra vez, de morir. Y sé muy bien que es morir a un sueño. Pero, ay!, Qué difícil! Dice Levine: «Más difícil que morir realmente, es morir a cualquiera de los aspectos de nuestro propio ego.» Y morir a mis tristezas es morir a tantísimos aspectos de mi ego, que sigo en ello.


“Y Despertar es la estrofa clave. Dejar ir sabrá dios qué sueño y vérmelas conmigo a solas, sin miedo y sin paliativos. Caigo en la cuenta de que cuando no hay alternativa, sólo queda aceptar lo que hay. Aceptar mi tristezas y quererlas, abrazarlas, venerarlas y agradecerlas de una buena vez. Se trata de hacerme, de verdad, una con ellas. Entonces el poema hace un nuevo giro y me sumerge aún más adentro; ahí descubro, desentierro, más bien, el saber necesario para abrirme y darle un espacio a ese nudo infernal de tristezas añejas y quejas absurdas. El poema acoge el agujero negro que todos llevamos dentro y lo integra, sin más. A medida que lo permito, el plexo solar se relaja y el vacío se ve más claro: el anhelo insalvable de todo y/o nada, son una misma ilusión. Cuando el nudo y la nada se hacen una misma cosa, la respiración se expande y el poema, cambia de dirección. Puedo al fin, valorar mis rosas, inspirar su perfume y saborear la dulce sensación de que algo, por fin, se ha muerto. «Loadas sean las tristezas que me han traído hasta aquí.»


¿Aquí, dónde? ¿Soledad, para qué? Preguntaría, y con razón, Nietszche. Una especie de coda se me hizo inevitable. El deseo de volver se impone. ¿Para qué, sino tanto esfuerzo? ¿A dónde podemos ir, sino a otro sueño? A un sueño, eso si, más lúcido y razonable. De modo que, desvelado el secreto de Saturno, claro el sentido de ese ahogo constante, despejado el porqué de tanto dolor, no cabe sino, retomar el camino. Esta vez, más ligera y con gratitud..


¿Que gracias, a quién? Gracias a la vida, claro, pero muy especialmente a las enseñanzas budistas. Sus palabras, me han guiado por el oscuro camino del inconsciente. Permitiéndome, en cada paso, tener una visión correcta, un ideal claro y distinto al que apuntar. Estoy segura, por ejemplo, que sin las sabias palabras de Noshul Kempo Rimpoche: «En el profundo estado de vacuidad se disuelven las montañas del enfado, se ilumina la oscuridad de la ignorancia, se agota el océano de las pasiones, amaina la tempestad de los celos y la vanidad se disuelve en gozo» nunca, hubiera dilucidado el enigma de Saturno, su verdadera función. Pero y ante todo a Trungpa. Sus libros me abrieron de un tajo la cabeza y me hicieron pedacitos el corazón. Sostenida por sus enseñanzas he podido avanzar, con sustos, claro, pero sin demasiados tropiezos, por las tenebrosas selvas del interior.


En la meditación, las tristezas se van desvelando, hasta revelar un vacío lleno de amorosa calma, una emoción tierna y compasiva. «La tristeza, dice Trungpa, es la emoción más dulce que puede experimentar el corazón humano. Porque aquél que no se siente triste y solo, no sabrá, en modo alguno, lo que es ser un guerrero. (..) Sola la vivencia de un corazón triste y dolorido genera intrepidez.» Cosas así aprendí en mis primeras lecturas de budismo, pero toma la vida ascender ciertas cimas, pulir las aristas y hacerse afín a las propias rarezas. 


Y me gusta pensar en Mis Tristezas como un posible sendero al corazón. Un sendero triste pero corajudo que no ceja en su empeño. Cada estrofa es una cara del proceso de pulido del propio ego, de la ardua tarea de domesticación de la bestia herida, del mono loco, como lo llaman los budistas que habita nuestra cabeza. Cada paso es una cuesta precedida de un abismo y se trataría, como explica Sakyong Mimphan, el hijo de Trungpa, de aprender a transitar ese camino de manera que, el mono herido, la bestia loca que es la mente egoica, se agote y con el tiempo, se transforme en aliada. Porque la herida puede llegar a sernos dulce; el mono silenciado, un mago rico en prodigios y la bestia, domesticada, una bendición. Ahora bien, en ese interminable proceso de auto-domesticación, ayuda mucho saber, de entrada, que el vacío innombrable que lloramos todos, no es, bien mirado, sino Amor. Otra cosa, claro, es hacer de ese “saber”, una verdad interior. Para eso, hace falta sentir mucho; sentir el vacío hasta sentir el amor. 


Sé que no resulta fácil comprender esas palabras y vuelvo a citar a Trungpa para explicarme: «Cuanto más desamparado se siente uno, más aumenta su capacidad de sentir amor.» Es decir, nuestro potencial amoroso no es otro que la propia capacidad de dolernos, de sentir profundamente nuestra carencia de amor. Nuestra menesterosidad, nuestras heridas, son la clave de nuestra auténtica y tan profunda –que suele resultarnos inasequible– capacidad de amar. E insisto porque de eso va el poema. De la feliz audacia que las tristezas nos inspiran. Ellas nos obligan a volver una y otra vez a la misma herida, hasta comprobar, en carne propia, que ese hueco que tanto le duele al alma, es sólo la ausencia que da forma a la añoranza del espacio sagrado, donde Sunyata y Karuna, el vacío y el amor, no son dos.





PARA VARIAR ME DOY AL VICIO


 Para variar me doy al vicio

A la suave tibieza de un como sí.

Inhalo y me olvido.

No estoy aquí


De mi quedan solo los huesos, las pupilas.

Huellas

Sólo rastros quedan de mí. Y suspiros


Dolorosas taquicardias se suceden por las noches

Y me azotan cual mariposas pardas tras un cristal


Lagrimitas

Pozos negros se desbordan de mis ojos

Y, a veces, lloro

Pero a veces mis lagrimas me hacen reír

Otras, no me hallo. No estoy aquí

E inhalo presurosa de la vida

Sus exóticos aromas a sin fin

Y vuelvo

A saberme viva y a saberme enferma de mal morir

E inhalo

Vuelvo en busca de nada

En pos de un espacio vacío

Porque nada calmará mi pena

Nada colmará mis pozos

Nada cubrirá mis huesos

Me siento morir y nada

Ni miedo ni nada detiene mi gesto

E inhalo y oloro, festejo de noche

Y a solas, la rabia, la pena, las glorias...

Todo lo que fue


Hoy nada. Por variar el lento

Transcurrir de nada

Me doy a mí misma

A mis vicios secretos

Y lloro.

Pero hoy mi llanto no me hace reír

Y fumo. Al acecho del humo, fumo

Y en las crestas del humo me encabalgo

Y galopo y me dejo, con el mismo humo desaparecer…

Nada recobro, Nada olvido 

Nada me inunda, Nada nunca y sólo ella

Apagará mi sed

Tristeza


Eco que de soledades fuiste esquiva

Y de amores un demonio fiel.


Alteza de las tardes. Lluvia.

Mucama consejera y vil.


Lánguida. Ya matutina, ya nocturna te deslizas

Por las camas sin hacer.

Súbita. Imperiosa y asesina te socavas

Y te dejas fallecer.


Altiva siempre.

Rubia y digna te designas a ti misma por amiga

Y tristeza pasa a ser tu sólo ser.


¡Dónde Soledades mías!

Dónde mi tristeza os ahuyentó.

Y dónde mis tristezas, ¡dónde!

Sola. Mi tristeza y yo.




Para variar me doy al vicio, bueno, ya sabes. Las tristezas son viciosas por naturaleza y todos hacemos lo mismo. Repetimos el pecado, la culpa, el castigo y la expiación. Nos dolemos mucho y mucho tiempo antes de poder aceptar realmente que somos libre y podemos elegir. Pero, no importa, a más veces caemos en el mismo hoyo, más pronto nos hartaremos de nuestras tendencias habituales y podremos al fin optar… Porque nada nunca apagará nuestra sed y sin embargo, sólo ella, la bendita nada que por fin aflora después de muchísimas horas de meditación, es lo único que nos va a servir a la hora de vérnosla con el dolor. De modo que estaba muy claro el remedio a mis tristezas, se trataba sólo, de meditar mucho. 


Tristeza es mi poema favorito. El único que yo diría que me salió bien. Es bonito, elegante y conciso. Una buena imagen de lo peligrosa que la tristeza puede llegar a ser. Greta Garbo, por ejemplo. ¿Quién no ha suspirado ante esa belleza tan enigmática y fría, tan cautivadora y triste? ¿Que niña, de mi generación, no ha querido parecerse a ella? Pero la belleza nos llevaría al tema del narcisismo y ese tema es enorme, colosal. Wilber dedica su último libro, Boomeritis, a contra atacar esa epidemia. Dice que el narcisismo es la plaga más nefasta que nos afecta hoy día y que su peligrosidad reside en que no somos, ni siquiera, conscientes de padecerla. El narcisismo es un escollo muy difícil de salvar. A medida que una lo reconoce se nos cae encima y una puede morirse de verdad aplastada por una vergüenza enorme; no es agradable. Pero, recordemos a Borges, a medida que pasan los años, una aprende y hasta el apego más querido y bonito, el amor-propio mismo, se van viendo cada vez más lejano y pequeñito... Y una aprende que la verdadera belleza es otra. En palabras de Tomás Baeza: «Cuando el alma tiene ya suficiente poder en el sendero de la liberación y es lo bastante fuerte para actualizar su energía potencial.. se torna bella. En rigor la belleza es fuerza en una esfera más alta.





MAL PÁJARO


Mal pájaro será aquel

Que en su vuelo primero

Opte por preferir ya las alturas

Y niéguese a volver a donde queda

La verdura del día:

Sinfonia matinal de trinos y luces.


Mal hallado el amor que porque intuya

Que existieren otros lares. Más sabrosos

Déjese abandonar el cuerpo hollado

Que le dio y le da su ser.


Mal hallada esta pasión que me asesina

Mal hallado este dolor que me apasiona

Y devuélvaseme, ¡por dios! mi amor…

La vida… se me va.


En pos de no sé qué me va la vida.

En pos de no sé qué que me atesora

Se va, se me escapa a días y…


¡Mal pájaro me es esta alma mía!

Niégase a volver a donde queda

Esta pobre y triste vida mía…





SI ME DIERAS AMOR


Si me dieras Amor un pedacito

De tu blanca paz, de tu cordura

Yo me haría con ella un pañuelito

Y siempre más te guardaría.


Si quisieras concederme un poquitito

De la enorme sapiencia que revelas

Yo me haría con ello un recuerdito

Y siempre más te añoraría.


Si pudiera robarte un huequecito

Del espacio en blanco que cobijas

Yo me haría con él un espejito

Y aún sin Tí, te encontraría.


Si me fuera posible el infinito

Si la paz que adivino se me diera

Yo me haría con ella una cometa

Y , pies en tierra, volaría.


Sino fuera porque no eres nada

Un aliento, un decir una poesía 

Yo me haría contigo un hermanito

Y, arpa, como tú, armonía.




Mal pájaro y si me dieras amor, son dos escritos que cuando los releo, tengo la impresión de que en ellos di voz a una niña, que no sabe decir de otra manera, qué le pasa. Cuando el alma, sabrá dios.. cuándo, dónde y cómo ha probado el infinito y de alguna forma lo recuerda en esta vida, una se añora y llora e implora y anhela.





A Octavio Paz



LA PALABRA


Es mi forma tan humana la que me hace a tus ojos tan divina

Así dice la palabra. Así se expresa

Y anudado en la garganta el eco queda

Queda un susurro en la nuca

Queda un amargor en la boca

Queda una queja sin forma en la pupila 

Y profundamente anclada en la memoria

Queda del amor, la huella

 

Huella que en el corazón se ensaña

Hueco que insensible al tacto y sin amago al cuerpo

Perfora nuestras narices. Taladra nuestras cabezas

Entrepiernas se nos cuela 

Y nos traviesa..


De la ingle a la garganta 

La palabra congoja 

Es la primera bocanada

Que nos llega desde dentro 

Sin que el otro la provea

Sin que de nadie provenga 

Desde adentro. Desde uno

Se nos trepa a la garganta 

Y queda


Sabe a llanto, a mar, a dentro

Sabe a fondo de vivencias y dolencias 

A conjunción de sentidos 

Y a esencia de hiel y rosas

–De las cosas la conciencia

Sabe a experiencia y a flor–

Esa cruz nos desconcierta

Mitad materia y entraña

Cruza de dentro y de cosa

Cosa con dentro que vuela y...

A los ojos, hechicera 

A los oídos, sirena

A las razones masturba 

Y al pecho se abre, zalamera 

Cual ventana que pregunta:

Tiene sentido la vida?


Y la palabra… aventura. ¡Habla!

Mi forma no tiene alcance 

Mi forma es una y se acaba 

Pero si juegas con ella 

Se transforma e informe

Vuela...


Mi forma es la de la piedra 

Golpea y verás la chispa

Cincela y oirás la risa

Caricia y verás lo dura 

Que puede ser la palabra


¿Mi forma? Adivina, adivinanza 

Mi forma pura artimaña 

Apenas cinco vocales 

Y los ruidos de la infancia 

Apenas cinco sentidos 

E infinitas emociones conflictivas 

Y al azar…


Mi forma es sólo un suspiro 

Pero Eco me persigue 

Y me devuelve lo que digo

Digo: Ven, Amor, te espero..

Y Eco: espero, espero..


Sí, sí. Espera Amor. Quiero jugar

Dar sentido. Quiero hallar 

En la palabra mora el alma

Que anida a Amor y a Amor añora

Quiero encontrar en la palabra rememora 

El ansia que cobra voz 

Y grita la sed que me devora

Quiero cabalgar esa locura 

Hasta sentir su caudaloso frío 

Arrastrarme hasta las tibias playas 

De la palabra tú


La palabra tú te evoca

Quiero tus ojos seducidos por mi palabra 

Esquiva y siempre poca. Quiero tu voz

Préstame oído...



Así dice la palabra. 

Así se expresa y candorosa 

Se prodiga y nos despoja 

Sin vergüenza nos toma 

Sin aliento nos deja 

Y ya no es sino ala rosa..

¿Asombro o inspiración?


Avecilla transparente que se posa

Y acolora pero alumbra 

Acompaña pero acosa

Altura da pero resigna

La palabra designa cada cosa

Y despliega así sus infinitas gracias

 

Dice, por ejemplo, aurora .. y como por milagro

En medio de la noche oscura

Aparece el sol

Dice: luz.. y dentro

Al fondo de un hueco, como de la nada

En medio de la incertidumbre 

Amanece Amor


El alma despierta y se añora

Inquieta y alada, aletea y se eleva..

Se aleja volando

Se pierde a lo alto… para dejarse 

Al ocaso 

Caer en la sombra

Azulada de la almohada 

Donde nos acecha, alarido de garza 

La palabra pesadilla

Donde nos aguarda, arroyito de luna

El solaz infinito

El poder soñar


En sueños la palabra se desnuda

Y en silencio confirma nuestra duda:

La palabra ignora la Verdad

Que impenetrable gruta

La palabra inventa la patencia 

Ignota que la quema 

Pero acata la Carencia Eterna

Que la inspira y juega:

Prohíbe prohibir

Prohíbe la paradoja

Y cándida y provocativa

Parpadea y confiesa: no sé


Pero lo cierto que es una palabra basta

Una sola palabra se crece infinitamente

Y sólo ante la Soledad más absoluta 

Se reconoce.. y vuelve 

Vuelve a la tierra


Dios por ejemplo.

Dios jamás creyó en la palabra amo

Jamás amó a la palabra hueca

De hipócrita acusó a la lengua 

Y en el estómago palpó la boca

Ahí violó a la razón

Que la palabra Ley invoca 

–El pobre corazón todavía late

El susto se quedó ya en él–


Y Dios cedió

Se dio a andar por los caminos 

Cedió a desiertos. Diose a la sed y al infinito

Diose a escuchar los silencios 

Y extraviado, se dio a Sí Mismo

Y la palabra habló como testigo

La palabra recorre dos caminos 

Que se cruzan eso es cierto 

En el centro del destino 

Y se abren desde entonces 

Como brazos extendidos 

De una cruz

Del anhelo de darle cuerpo 

A ese abismo nace el nombre

Del deseo de darle vida y calor 

Nace la voz que nombra, por ejemplo

La palabra Amor


La palabra Amor es clara 

Y caudalosa fuente que nace 

De las plantas, pies a tierra

Asciende por los muros cual tobillos

Y abraza las rodillas como hiedra perfumada

Que nos lleva a seguir aspirando 

A seguir ascendiendo por el cuerpo

Hasta llegar a la punta de los dedos de las manos para palpar ahí: …El vacío


Más allá de ese espacio la elocuencia 

Del gesto nos lleva a presentir el Infinito... 

Y, desde ahí, volvemos 

Para abrazar al fin la palabra que falta.. 

La Añoranza Innombrable.. 

La palabra Más


¡Ay! La palabra Más

Tiene aún que escalar la nuca 

Escarbar ahí un profundo nido 

Hacerse con la oscuridad ovillo

Con el silencio intensa

Inmensamente grande y generosa 

Abrirse con el tiempo al infinito 

Y con paciencia disolverse 

En nada..


¡Madre del Verbo! ¡Vientre del mundo!

Voz infinitamente dulce e inspirada..

Que irrumpe, crisálida de luz, en la garganta 

y, balbucea..

Es mi forma tan divina la que me hace a tus ojos tan humana

Te refleja encrucijada perfecta que aspira a más

Prende fuego a esa paloma

Dale tu forma a esa flama

Sé tu luz.




Este poema también tiene sus años pero transcurre por cauces muy distintos. Las primeras palabras me vinieron a la cabeza así, de pronto, y me sorprendieron. Despertaron mi curiosidad y me puse a jugar con ellas. Hoy creo entender que además de una reflexión inspirada por mis mis lecturas, por entonces, de Octavio Paz, ha sido el lugar donde, “la niña-herida” se toma un respiro de sí misma y se da un espacio para jugar, especular y filosofar a su aire.


El arte de combinar palabras, el placer de jugar con ellas como si fueran cromos o lápices de colores, se lo debo a mi padre. En su día, harto, supongo, de verme siempre con las narices metidas en algún libro, exclamó: «Pero, para qué lees tanto si son siempre las mismas palabras.., sólo que puestas en otro lugar». Me quedé anonadada. Fue como si todos los libros que tanto veneraba se me despalabraran en la cabeza porque, sí, tuve que admitir que es verdad. Las palabras, según el lugar que ocupan, dicen cosas muy distintas de modo que, ellas mismas, no son gran cosa o, al menos, no son muy serias. Podemos jugar con ellas, podemos cambiarlas de sitio e inventar nuevas formas de ver el mundo o cambiar el énfasis y generar otros mundos. La palabra es infinitamente flexible porque está absolutamente hueca, y siempre a la espera del sentido que yo: el mago, le conceda.


La palabra tan divina ella y, ay! tan humana. Esquiva y tierna. Incisiva, como pregunta o dulce y risueña. Engañosa, hiriente, poderosa, candorosa, dura como un martillo o luminosa como estrella. La palabra es una veleta al viento: excelsa y preciosa u ordinaria y soez. La palabra, en definitiva, es cualquier cosa y basta nombrarla para que algo aparezca.., un eco interno, una sensación prohibida, el anhelo de un tu, o un amanecer en toda su gloria. Así, dejándome llevar por las palabras, inicio un largo recorrido por mi memoria. Y claro, «la palabra congoja es la primera bocanada que me llega desde adentro». Las sensaciones con las que se despierta el cuerpo a esta vida son las huellas que jalonan el inicio de la conciencia. Con esas sensaciones empieza el poema.


Un hueco con sabor a llanto, nos bloquea la garganta, y ahí se queda. Pero la congoja con el paso de tiempo se convierte en otra cosa, en una cosa con dentro pero que vuela. En un aliento que pulsa, más allá del cuerpo, y se aleja buscando un nombre que nos explique, que nos diga algo. A medida que esa cosa alcanza la cabeza, se pone más inteligente y se transforma en pregunta. Es entonces cuando el mago se precipita y da rienda suelta a la imaginación. La palabra se aventura y habla. Y si bien no nos dice gran cosa, no nos da respuesta alguna, despliega sus encantos y nos fascina. Primero nos habla de sí misma, luego se pone a dialogar con Eco. Ella es amor y él la espera.. Pero pronto se arma un lío y acaba arrastrándose en pos de un tú... Quiere un hombro en el que apoyarse, un escucha paciente y seducido, otros ojos en los que mirarse y encontrarse bonita. De modo que continua hablando. Se entretiene largamente ante el espejo, luce sus mejores galas y hace alarde de sus muchas gracias; se deslumbra a sí misma con su poder. Aburrida de tanto prodigio y tanta vanidad.., cerré los ojos y me interné en los sueños. Ahí me encontré, de golpe, ante una impenetrable gruta: en el tenaz e insondable silencio donde las palabra se inventan a sí mismas. Ahí la voz, anonadada y al filo de esa Verdad, no tiene otro remedio que bajar los ojos y confesar: no sé. 


“No sé” es una confesión clara, breve e inequívocamente verdadera. Cuando reconozco que “no sé”, se constata lo que dice Borges; Sólo se aprende de lo que no sabemos, lo conocido es mera repetición. Ahora bien, sabemos que “no saber” resulta insoportable para el ego, y por lo tanto, esas pausas tan embarazosas, resultan ser ocasiones preciosas para que el mago haga su aparición y se invente cualquier cosa. El mago hace alarde de su poder y obviando el “no sé” se adueña de la situación y continua el poema.


Y lo primero que dice es que sí sabemos. Sabemos muy bien que una palabra basta. Un sí o un no. Cualquier palabra, si la analizamos a fondo, puede llevarnos a la soledad más absoluta. Ahí no le queda otro remedio que reconocerse hueca, abierta y sin más sentido que la forma que tu aliento le dé. Pero las formas, en definitiva, tampoco importan. Todas la formas son efímeras, equívocas y resbaladizas. Por ejemplo, ¿quién, o qué, es dios? ¿Es una sed infinita o un Superman en el cielo? ¿Es un corazón tan vacío como pleno, o una mente clara, luminosa e inamovible? ¿Es una ley absoluta y absolutista, o un misterio inefable? Palabras, en definitiva, que dan forma a un discurso agresivo y beligerante, o femenino y pausado. Si creemos, por ejemplo, que dios está de nuestra parte, podemos alejarnos del mundanal ruido e investigar si es verdad, o iniciar una guerra santa en su nombre. Llámese libertad, democracia, justicia o economía, una sola palabra basta para “agarrarla” contra el mundo, y así está el mundo. De modo que, o averiguamos a qué llamamos dios, o seguiremos matando en su santo nombre.


Si una no está muy segura de qué quiere decir la palabra dios, lo mejor es ponerse a jugar con ella. De ese modo muy fácilmente acabaremos perdidos. Y eso es bueno. (Se dice en el Tao Te King que el que no se pierde no se encuentra) Cuando dios, extraviado, se da a sí mismo, la palabra es Testigo. Las palabras que nos vienen a la mente, solas y aparentemente sin sentido, nos irán diciendo, quién, o qué, es dios para nosotras. No sin un buen motivo el pobre corazón late casi siempre desasosegado. Le aterra la posibilidad de encontrarse solo, en silencio y sin dios: de encontrarse a sí mismo ¿vacío?


Pero el silencio es la clara fuente de la que brotan las palabras que podríamos llamar verdaderas. Del anhelo de siempre, del deseo de darle cuerpo a ese abismo, por ejemplo, brota la voz más dulce del universo, la palabra amor. Pero la palabra amor, en cuanto la mencionamos, nos devuelve al principio. Nos lleva a revivir, una vez más, el sendero nostálgico que la falta de amor ha dejado grabada en nuestro cuerpo. De la ausencia de ese amor, todos llevamos una huella imborrable en nuestra memoria celular. Así pues, inspiradas por la palabra amor, repetimos, otra vez, el mismo recorrido. Empezamos, humildemente, de las plantas, pies a tierra. El sendero, a medida que asciende, se va ensanchado y se hace más amplio y generoso a la altura del pecho. Luego se extiende, por los brazos, por los dedos de las manos.., hasta sentir el infinito.., y sin embargo, no ceja. Se asoma más allá del más allá, alarga el gesto y… ese gesto evidencia su hambre, quiere más. 


Fiel a sí misma, la palabra amor recupera el aliento y se esmera. Continua ascendiendo por el cuerpo y una vez en el cuello, se sumerge en su añoranza más recóndita. En la nuca las palabras se hacen nudos. Y hemos de hacernos un nido con esos nudos y anidar largamente para que la palabra, cuando aflore por la boca, diga algo que valga la pena. Hay que empollar mucho, –cada uno lo suyo– antes de que la palabra resulte útil o luminosa. Ha de mantenerse quieta, muda e intensamente entregada a su tierno y vulnerable corazón a fin de que, con el paso del tiempo, se olvide, por fin, de sí misma. Y pueda morir al objeto de una pasión ciega y florecer a un afecto más claro y lúcido. Y ese es el fin de la palabra. Esa es, también, su finalidad: aclararnos las cosas. Ese es su poder y su gloria. Se dice que su poder es más temible que la espada. De su gloria, no sabría que decir. O diría, tal vez, que si la palabra amor, además de linda, dulce y amorosa, quiere llegar a ser poderosa, efectiva y eficaz, tiene que dilucidar-se a sí misma en la palabra con la que acaba el poema. Se dice que esas fueron las últimas palabras que nos legó el Buda: «Se tú para ti mismo tu propia Luz.»


La palabra más es otra clave en los procesos de transformación. Indica el lugar dónde las ideas se atoran y nos quedamos fijados. Conviene tenerlo en cuenta. Porque más allá de la memoria y del tiempo, más allá de la persona y su historia, más allá de todas las razones, más allá, incluso, de la lógica y la paciencia. Más allá de todo, nos aguarda: nada. Nada es un hueco, un eco, la o del eco. Es una sensación agridulce que no sabemos nombrar. Es un agujero en el plexo, una opresión en el pecho, un dolor raro en la nuca, una ansiedad sin causa. Nada que se pueda explicar y sin embargo, cuando asoma a la garganta es un aleteo que nos obliga, no sabemos como, a balbucear…





ENTRE TELARAÑAS

 

Entre telarañas suspendida la imaginación.

Entre expectativas huecas y entre dudas.


Entre suspiros y congojas, ronronea

A ratitos lánguido, a ratitos trémulo,

El corazón.


Entre cortadas fluyen las palabras

Entre silencios. Sin pasión, sin rumbo.


Escribo sin escucha imaginario

En busca de mi propio aliento

Requiero y preciso con urgencia del silencio

Requiero y exijo, sin paciencia, de la voz.


Marea gris. Mar de invierno.

Latente tempestad de flores

Acógeme en tu seno!

Voy al azar de meollos y tropiezos

Voy como quien a trancas y barrancas

Baja al foso: toda a pedazos, rota y tiesa.

(No quisiera perder la compostura)


Permítame Señora Inspiración, soy yo quien ruego

Concédame que mida un poco más mis pasos

Y no me obstine así en la perdición. Voy coja.

Aquí en mi tobillo se acaba mi cuerpo.

Alma hace mucho que se cercenó de mí

Y me estira. Y me empuja. Y yo sigo. Y me caigo.

Me levanto y pido por amor

Un alto.


Quiero serme con mi cuerpo

Quiero hacerme en esta vida y con mi pie.

Quiero probar si de su mano, Señora,

Si de sonora Inspiración fiel servidora

La que hoy aquí, dando traspiés..


Ojo pestañea y aflora.. A ver? Bah!

Y otra vez jalona…

Y otra vez ronronea…

Y otra vez…





NO QUISIERA INSISTIR


No quisiera insistir, su Señoría

No quisiera abusar de sus mercedes

Quisiera callarme, al fin, y atender

Sin demora a mis quehaceres.


Pero es amor quien ata mi memoria

A sus mercedes y mi palabra brota

A mi pesar, o llora.


¡Ay! La tristeza es tan honda

Y tan penetrante la pena

Que aguijón de abeja reina

Aguijón de ley, mi amor.


¡Ay! La dolencia es tan grave

Y la carencia tan honda

Que sólo muerte amorosa

Satisface este querer.

¡Ay! Por no ser es mi culpa tan inmensa

Que apasionada y en balde se deshace 

Se deshiela el alma mía..


Y nievan copitos de sangre

Que palabras y demandas

Que temores y esperanzas

Que reclamos y añoranzas


Y no quisiera insistir, su Señoría

Pero un poquito de su Luz

Me bastaría


Yo me volvería Silencio...

Y nadie encontraría nada

Sólo Amor.




Entre telarañas es un escrito que acompaña muy bien al anterior. Le hace de contrapeso. Describe esos momentos en que nada fluye y todo se atora; una va coja y maltrecha. Una suplica un alto, pero no lo hay. Señora inspiración no se apiada cuando una cree desfallecer. Sólo se calla. Silencio nos invita a seguir indagando, a seguir intentando expresar nuestros deseos y No quisiera insistir es tanto un ruego como una ofrenda; si se me da lo que quiero me callaré para siempre, porque cuando nadie encuentra nada: sólo Amor. 





ADIVINANZA


Deseo

Poder 

Expresar

 Y con palabras

El amor inefable que desde antes

Del comienzo de los tiempos

Antes de las palabras

Antes de toda voz, sonido o ruido

Cuando sólo el silencio se emanaba

Y todo era atronadora paz y nada.

¿Quién soy?




Adivinanza es sólo un juego de palabras. Porque, ¿Quién podría desear.. poder.. expresar.. y con palabras..? Pero lo sorprendente es que, a pesar de lo evidente de la respuesta, los indios Lakota, nos ofrecen, en su juego de cartas adivinatorias, 49 respuestas (!) a cuál más bella, sugerente y aleccionadora. Adivinanza es de hecho, un acertijo que incluyo con el fin poder transcribir algunas de esas respuestas. Cuando es Wakan Tanka (El Gran Misterio) quien nos habla, dice cosas muy precisas y preciosas. Palabras muy simples; simples juegos de palabras y sin embargo… De las 49 nueve cartas, transcribo algunas para que te hagas una idea de lo hermosas y profundas que son las enseñanzas espirituales de los pueblos Siux. Uno les plantea una adivinaza, cualquiera, ¿Quién soy?, por ejemplo, y ellos nos responden cosas como…


Soy YUM: soy la sangre que corre por tus venas, el agua que fluye por la tierra. Soy la belleza del recién nacido. El amarillo intenso del Junquillo; soy el gozo entre dos amantes. Soy la risa y soy la beatitud. Conmigo todo es danza. Soy el torbellino que lo atrapa todo, lo eleva y lo deja ir, lo devuelve a la tierra cambiado por el tiempo en que ha estado conmigo. He venido al mundo en forma de mujer. Encuentro mi hogar en el incesante flujo de Amor que anima todas las formas, en los círculos sin fin de las aguas… 


De cada una de las “voces” con las que se expresa El Gran Misterio, se ofrecen dos traducciones a fin de que podamos “trasladar” a nuestra lengua, una idea más precisa acerca de quién es quien habla. De YUM se dice que es “Los Torbellinos” o “ El Amor”


Soy TUNKASILA ONIWAN y hablo, sólo, porque me lo has pedido. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me lo pidieron así que haré lo mejor que pueda para compartir contigo lo que sé de mí. No pertenezco del todo a este mundo y pocas veces recurro a las palabras. Soy una dimensión de transformación, un vehículo de transmutación, un sendero de liberación y un canal de comunicación. Soy el aliento de la creación. Puedes volcar en mí todos tus males y aliviarte de ellos. A través mío puedes descubrir tu fuerza y sanarte. Puedes re-crearte a ti mismo. Soy un regalo de tu Creador: su aliento. 


Es el vapor que se eleva cuando se derrama agua sobre las piedras calentadas a fuego. Es También “humito”. Es todo lo que se eleva naturalmente por el aire y se le conoce como: “EL Aliento del Gran-Padre” o “ La Fe” 


Soy NIYAN y me dirijo a ti desde tu interior. Soy tu mismo. Soy eso en ti que sabe que yo soy el Creador. Soy eso en ti que sabe que soy eterno. Soy eso en ti que ve al Creador en todo. Eso en ti que habla la verdad. Soy quien navega a través de tus experiencias. Soy tú y tu hermano, y tu madre, y todo aquello que camina sobre esta tierra. 


NIYAN, en este caso, ocupa el lugar de uno de los 16 grandes misterios que reconocen los Siux y se traduce como: “El Espíritu del hombre” o “El Ser Interior”


Pero, también, soy NAGI: soy aquel que eliges no ver. Estoy atrapado, atado, oculto en tu interior y soy incapaz de moverme mientras no me reconozcas. No recibo amor ni alimento alguno porque ignoras que existo. No puedo cambiar sin tu ayuda. Solo tu atención puede rescatarme y devolverme al mundo de la Luz. Guíame, por favor, por ese sendero. Ámame. 


NAGI es “Fantasmas” o “La sombra”


Soy MINI: soy la claridad y la pureza; limpio y aclaro todo. Soy líquida y fluida , soy cambio constante. Doy lugar a la vida; soy creativa. Pero también la sostengo y la cuido. Antes de que tú nacieras, te contuve y alimenté: soy la sangre de Maka (La Madre Tierra). Tomando diversas formas, te desafío y te aliento. Tomo o doy, pero estoy siempre en movimiento. Creaciones ingentes emergen de mí.


MINI es “El Agua” o “La creatividad”


Soy IKTOMI, soy apenas un ruidito. No puedes verme. Me acerco a ti en los lugares oscuros y de puntillas. Soy tan rápida que casi puedo volar. ¿Reconocerías mi magia? Ah, pero cuando estoy en tu casa o rozo tu piel.. ¡Ha! ¡Qué escándalo se organiza! Se podría pensar que has visto a un gigante monstruoso. Alguna vez te picaré, tal vez porque te lo mereces o, simplemente por molestarte un poquito; me gusta jugar. Verás, voy por el mundo construyendo redes y cazando cualquier cosa para comer y no pienso demasiado en ti. Pero cuando te encuentro, sé muy bien lo que sientes, y si es miedo, entonces, eres mi presa. 

 

IKTOMI es “El miedo a lo Desconocido” o “La Araña”


En fin, dejo aquí los ejemplos del abanico de respuestas posibles que los Siux, dan a la adivinanza. Y queda claro que sus respuestas nos plantean un nuevo enigma. Si quieres resolverlo, te invito a seguir jugando; a devolverle al Gran Misterio la pelota pero, esta vez, más directa. Ante el laberinto de espejos que se nos muestran, sólo cabe preguntar: ¿Pero y yo? ¿Quién es el yo que pregunta?





GRACIAS AMOR


Gracias Padre por la noche


En la noche se descansa la pupila

Y en la oscuridad del cielo se ve a sí misma 

Afán de luz


Gracias Padre por la sombra


En la sombra se recoge el alma 

Y al abrigo de tu mano oscura 

Toma conciencia de su magnitud


Gracias Padre por la calma


En calma se acurruca la esperanza 

Y el corazón se descansa

Suspira a la vez que siento un latido inmenso

El tam-tam del mundo

Palpita en mí


Gracias Padre por el Silencio


En silencio se detiene el tiempo

Y ya no soy.. sino un lamento

Un ir y venir, sosegado, lento

Un Mantram sagrado 

Un Om incesante 

Y sin fin....


Gracias Padre por la Nada


Por la nada que por fin aflora 

Y se explaya sin pasión ni rumbo

Se hermana al silencio, a la noche

A la calma y a la infinitud.


Pero gracias Padre, también, por la Palabra 


La palabra se agita conmovida 

Y dice gracias por esos momentos en la vida 

En los que el alma cobra compostura 

Se yergue como flama enardecida 

Que late al compás del viento 

Y baila sin ton ni son.


Gracias aún, Padre, por la Nostalgia 


Nostalgia conduce mis palabras 

Y me lleva a volverme dentro 

Al recuerdo incierto y sostenido 

Que el alma añora y no ceja 

Por nada de añorar.


Gracias, por fin, Padre por la locura 


La locura del fugaz momento 

En que Tú colmas mi vida 

Y soy llama en la noche oscura

Danzarina luz en la negra calma 

Luminosa voz que apenas si susurra

Y sin embargo retumba..

Un ¡Gracias Amor!

En la inmensidad 




Gracias amor lo escribí una noche de tormenta, en mi apartamento Sitges. La chimenea crepitaba y las gotas de lluvia en las ventanas, el viento huracanado, el golpear de las olas, los truenos y los relámpagos, todo ello, hacía más evidente y más dulce, mi bien-estar. La quietud, rara avis, por entonces, se hizo presente y me dictó este poema: gracias amor. 


Ahora, al querer decir algo más, lo primero que me viene a la cabeza son los versos de una canción de Leonard Cohen. «I’ll try to say a little more: love went on and on. Until it reached an open door. Then love itself. Love itself was gone.» Eso lo primero. El amor nos visita sí, pero no se queda. El milagro se produce, pero pronto se aleja. Y cuando se ha ido, otra vez en palabras de Cohen: «There was nothing left between the Nameless and the name». No queda nada. Nada que distinga al nombre, de lo Innombrable, nada que separe al amante del amor. Esa nada, esa indistinción, aunque momentánea y pasajera, no se olvida. A saber, el recuerdo, queda.


Lo segundo que llama mi atención, después de tanta Ella, es que, ahora que se trata de dar las gracias, ahora, aparece Él. ¿Porqué será que las mujeres nos volvemos al padre cuando se trata de ser agradecidas? A las madres las quejas y a papá todas las gracias. ¿Será por aquello del ying y el yang? ¿Será que a una le gustan los extremos y busca siempre en el opuesto, al complemento ideal? O será, como explicó Freud, consecuencia del edipo. La niña imagina que el padre es un refugio celestial y pone en él, todas sus gracias. Hay muchas explicaciones pero, en mi opinión, todas remiten a lo mismo: al enorme poder que ejerce en nosotras, en nuestro inconsciente, el mito del amor romántico. El mito romántico alimenta la ilusión de un amor perfecto y la película Matrix, lo ilustra muy bien. El triunfo del amor en Matrix, es un final ejemplar: si amor es el otro y el otro me ama, entonces, yo también soy amor. En el amor que nos ofrece el otro, donde nos reconocemos dignos de amor. Una mirada, unas palabras bellas, un beso, cualquier cosa que nos permita reconocernos eso, porque eso como sabemos, sabernos amados y/o sentir amor, es lo más maravilloso del mundo. 


Matrix, pone de manifiesto, hasta qué punto, el reconocimiento amoroso del otro, es una clave importante en la aventura del despertar. Ilustra un mito congénito al ser humano; la eterna búsqueda del santo grial, la incansable persecución de la verdad que Somos, pero que nunca sabemos dónde encontrar. Porque Matrix, a su manera, narra la historia de un despertar. Y si bien lo que explica sólo es un mito, apunta como todo mito, a algo esencial. Se dice, y con razón, que “los mitos nunca han sucedido” y sin embargo “siempre son”. Por ejemplo, el mito de un amor perfecto, no ha sido nunca más que eso: nunca sucedió, nuca tuvo lugar y sin embargo, sigue existiendo. Seguimos estando necesitados de los ojos de otro a fin de poder creer en nosotros mismos y aceptar nuestra profunda singularidad. Y Matrix 1 no es una película romántica cualquiera, es una metáfora certera que muestra lo que podría ser despertarnos de verdad. Porque la verdad es que todos somos “elegidos” e “inmortales” pero estamos dormidos y lo mismo que Neo, si Amor no llama a nuestra puerta y nos refleja, no podemos reconocer nuestra auténtica naturaleza. No nos la podemos creer. Necesitamos la mirada del otro. Pero, ¿Quién es el otro? ¿Qué vemos en él? ¿Qué reconocemos, de nosotros mismos, en sus ojos?


«Miraos a los ojos», nos pedía, hace unos días, Dadi Janki desde la contraportada de la vanguardia. «La paz del corazón se da y se recibe a través de los ojos, ellos son la ventana al mundo. Miraos a los ojos.» Dadi Janki es uno de los diez “guardianes de la sabiduría” designados por la ONU. (Bendita ONU, lenta y torpe, pero tenaz) Cuando Amor asoma a nuestras vidas, sea con palabras, o en los ojos de otro, no se queda, eso es cierto, pero tampoco se olvida; su huella queda. Esa huella nos inspira a seguir actualizando un mito que nunca ha tenido, ni tendrá, lugar pero que, igual que si fuera verdad, nos continua inspirando. Nos condena a seguir temiendo y deseando, esto es, a sufrir por amor, o por falta de amor. A seguir soñando y disfrutar de las películas románticas con final feliz. En fin, sea como sea, el amor al que aquí le digo gracias, es un Él, y no una Ella. Así salió este escrito y he de apechugar con él. Let it be, que dirían lo Beatles.


Porque esa libertad, también se la debo a mi padre. Fue un día en que paseábamos dando vueltas a la manzana de casa. Yo tendría 14 o 15 años y le explicaba, larga y detenidamente, mis dilemas en la vida. No sabía si estudiar filosofía o ser más práctica y pensar en algo más adecuado para ganarme la vida. El me escuchaba en silencio y como no decía nada, le pregunté a quema ropa: y tú, ¿Qué piensas, papi? El prolongó su silencio y luego, muy sincera y lentamente, dijo; «Pues yo pienso, hijita, que debes hacer lo que tu quieras.» La decepción fue inmensa. No estaba en absoluto preparada para recibir, así, a boca jarro, semejante libertad. Pero así fue y lo celebro, como reza el cuentito, si las niñas buenas van al cielo, las malas nos tomamos la libertad por nuestra cuenta y vamos de una punta a la otra, del cielo al suelo y del infierno a la gloria. Hará unos 7 años, al tercer día de la muerte de mi padre, me desperté hacia las tres de la madrugada, me levanté como para ir al baño y a solo dos pasos de la cama me azoté (!) contra el suelo y me rompí la muñeca derecha. Alguien me sugirió que fue así como corté el lazo que me unía a él. Un lazo que, de otra manera, estaría llorando todavía, El amor se pasa, pero el dolor también.


En todo caso queda claro, que el padre al que dirijo mis palabras, es un cielo compasivo y femenino. Puedo agradecerle la noche, la sombra, la calma, el silencio y la nada.. De la nada afloran palabras conmovidas por las muchas gracias que las inspiran. Palabras excelsas, momentos felices, vivencias álgidas de libertad y soltura. Pero se irán. Lo mismo que la tormenta amaina, ya presiento que la fiebre que me consume, me abandonará. Pero, entonces, afortunadamente, aparece la nostalgia y ella da más gracias aún. Amor se va pero la nostalgia se queda. Ella nos devuelve a la añoranza y la añoranza, no falla. Nos conduce inapelablemente a la locura. A la locura del fugaz momento en que la vida nos colma y no somos sino una cálida, placentera e inmensa sensación de amor y paz. 


En esa locura, todos, gozosos, cantaríamos otra vez con Cohen las últimas palabras de su CD Ten new songs: «For the innermost decision that we cannot but obey. For what’s left of our religion, I lift my voice and prey: May the lights in the Land of Plenty, shine on the truth some day.» 


Quiero aprovechar la buena energía de Cohen y el título de poema, para recordar a todas mis amigas a lo largo de mi vida afectiva y a todos mis pacientes y alumnas a lo largo de mi vida profesional. He recibido preciosas ayudas de todos ellos. Quiero darles las gracias. Por último pero, ante todo, a mis mejores maestros, a los dos hombres que desde que nacieron, han padecido mi Saturno. Lo que acuoso y tiernito en el interior de un cactus, por ejemplo, o de un erizo de mar, es duro y espinoso, al mundo exterior. Lo menos que se puede decir de convivir con Saturno, es que no es grato para nadie. Inmensa mi gratitud a ellos, a los dos. 


Y ahora, para terminar, un poquito más de teoría a fin de situar en su debido contexto los dos últimos poemas. Son dos poemas que se suman a Gracias Amor y que de alguna manera concluyen la trilogía: yo, tu y todos, es decir, concluyen la historia de nunca acabar. Porque, si bien, Wilber enseña que hay 4 cuadrantes, admite que se pueden reducir a tres. A los Tres Grandes, que dice él. Está el mundo interior, la dimensión de la conciencia y está el mundo externo, el terreno de la verdad y las ciencias. Esta la dimensión colectiva de ese mundo interior, la cultura, y están las estructuras, las normas y las conductas que la sustentan, la sociología. Pero todo eso, en el fondo, dice, no son sino las múltiples manifestaciones de la triple aspiración de todo ser humano: el deseo de Verdad, Amor y Belleza.


Nuestro afán de verdad alienta nuestras incursiones en el mundo externo y material pero, también, puede alentar la introversión, la búsqueda de la verdad interior. La necesidad de amor, nos abre al otro y aprendemos de esas relaciones. Pero esa necesidad, se puede volver también en contra nuestra y aprenderemos, entonces, del desamor. La sensibilidad a la belleza nos convierte en artistas pero, también, podría interiorizarse y embellecer nuestro mundo interior. «Porque, no es tanto lo que una persona dice, como el nivel de conciencia desde el que lo dice, lo que determina la veracidad de un aserto espiritual», afirma Wilber. Y unas páginas más adelante: «El rasgo distintivo del arte no es tanto el objeto expresado como la profundidad del sujeto que lo expresa.» Es decir, tanto la veracidad de un aserto como la belleza de una obra de arte, vienen dadas por el nivel de conciencia de la persona que las expresa. Trátese de la belleza o de la verdad, si el alma que asoma es clara y profunda, su expresión, no importa sobre qué, será bella, verdadera y bondadosa.


Ayer mismo tuve, por breves momentos, esa experiencia. Salía de ver la película The Company, de Robert Altman. Recordé las clases de ballet de cuando era niña; el rigor y la disciplina que ese arte impone a fin de que el cuerpo alcance la flexibilidad, la destreza y la fuerza que darán gracia y armonía a cada postura, a cada gesto y a cada movimiento. Me emocioné con la belleza de algunas escenas y al salir, me sentía contenta. Verifiqué entonces, por mí misma, que ciertamente no hay nada más inspirador y bonito que la belleza, nada más grato y placentero que la sensación de gratitud que nos inspira, y nada más cierto, que esa verdad. Los tres grandes, en el fondo, son uno y el mismo. 


Y a todos nos funciona, de una manera u otra, esa trilogía. En este caso, el amor me lo inspira Chogyam Trungpa, la belleza Ramana Maharshi y Wilber, mi afán de verdad. Los dos poemas que ahora vas a leer, uno está dedicado a Trungpa, lo escribí al leer su libro de poesía: Timely Rain. Me salió en inglés y así lo transcribo. El otro a Ramana. 


Ambos, como verás, reabundan en lo mismo: morir, morir y morir. Morir a la necesidad y abrirse a la plenitud; morir al deseo y despertar al presente; morir al ego y ser una con todas las cosas. Poemas de amor, en definitiva, cursilones y apasionados pero que se dirigen a todo y a nada. Y esa es su gracia. Porque cuando algo o alguien, un sabio como Ramana, por ejemplo, nos inspira lo suficiente como para practicar esa “locura de amor”, tenemos ocasión de dilucidar la verdad que se oculta en el mito del amor romántico. Porque la relación con un maestro no es muy distinta del cualquier otra relación. La diferencia está en que si el otro es realmente un loco, como Trungpa, o no es nadie como Ramana, nos servirán de espejo y podríamos acabar reconociéndonos, en él. Es decir, la devoción no es otra cosa que un amor romántico absurdamente enfocado en un perfecto imposible y a la vez, humano.


Los ojos del sabio o las palabras de un loco, sólo nos indican una cosa; el camino de vuelta a casa. Esa es la demanda del amado y si uno ama, no puede sino obedecer. Es una relación entre dos, como todas, pero, en este caso, los dos trabajan para un mismo fin. El otro está ahí, impasible; irradia luz y no hay manera de ponerlo en duda. De modo que será sólo a medida que una se vaya identificando con ese espejo, se irá encontrando con su amado y con su amor. Dice Ramana, que si uno renuncia, y por amor a otro, se entrega, descubrirá, que entre uno, el gurú y el amor, no hay, en realidad, diferencia alguna.



A Chögyie



Definitevely you frightened me so much

as much at least as you atract me


Uncuestionably I love you so much

 as much at least as I withdraw you


Feeling you in my blood I burn and run

crying in my heart

for your presence

for your touch


While searching you with despair

I surrender to the vast space

of nothingness


You are no more in this world

But your all pervasive love

surrounds me and your wicked tongue

pierces all me and I tremble and howl

aging with fear to love

 for I do not want and want so much

to be you yours

to lose me


 But, where? No wander you are here. In me

But while there is a me.., there is a you

Me must die to be, indeed, at last.

To be no me, no you

No fear, no hope

No time, no form

Nobody


Just our mutual passion

Just infinite clarity and fautless

Unshakable, unending compassion

Just You my love

Just Chogye.





A Ramana Maharshi



A fin de encontrarte, Amor, en mi destino

A fin de habitar en el espejo

En el que tú-y-yo, el Universo entero

Somos Uno.

Debo morir a cuanto quiero


Pero, ¿Qué es mi amor sino el anhelo de tu Amor..?

Y cuál mi anhelo sino el Amor que siento, en mí, por Ti...?

Por Tí, Amor, por ese Tú que no desaparece


 Y quién soy yo, Amor, sino ese Tú desesperado...?

Amor que clama y gime igual que clamo y gimo yo

Por ese Amor tan anhelado.


Sí, este loco anhelo de tu Amor..

Este loco amor tan anhelado..

Debe morir.


Para encontrarte Amor...

Para encontrarme Amante, Amor y Amada

Para habitar, al fin, en el espacio claro, infinito y vacío

En el que ni tú, ni yo, ni el Universo, Nada


Una mirada de belleza inefable en los ojos de Nadie.

Una cordialidad infinitamente compasiva

Un silencio absoluto que se instala y…


En esa paz sin respiro, en la intensa claridad de esa mirada

Amor y anhelo se funden en un abrazo infinito

Y no somos ya sino eso

Una sola y clara Luz.






A MODO DE DESPEDIDA



Y ahora, quisiera despedirme. Pero ya dije que a los mexicanos nos cuesta decir adiós. No tengo más pretextos, es decir, no hay más poemas por comentar, pero me voy a permitir una larga despedida, haciendo uso, y probablemente abuso, del último verso del poema de Borges. «Con cada adiós uno aprende» dice. Veamos si es verdad.


Wilber dice que «todas aquellas personas que hayan experimentado el impacto de la auténtica transformación tienen, en mi opinión, la obligación moral de gritar –ya sea de modo silencioso y amable, con la voz entrecortada por las lágrimas, con la pasión de la sabiduría airada, con el análisis lento y cuidadoso o con el simple enojo público– porque, en cualquiera de los casos, la autenticidad impone la exigencia y la obligación de acabar con la complacencia y sacudir, con las mejores armas de que uno disponga, el árbol del Espíritu.» Y más adelante, añade: «Esta es una carga muy pesada porque no deja lugar a la vacilación y el hecho de estar equivocados no supone ninguna excusa. Poco debe importarnos estar en lo cierto o estar equivocados porque, como nos recordó Kierkeggard, la verdad sólo podrá vencer las resistencias de este mundo cuando expresemos apasionadamente nuestra visión. Cuando la pasión nos alienta debemos expresarla con todo el coraje del que seamos capaces; cada uno debe gritar del modo que mejor sepa hacerlo.» El discurso de Wilber es claro, apasionado y contundente.



UN SUEÑO


En esa difícil tesitura, un sueño, anoche, me ha venido a ayudar. En mi sueño estaba enfadada con Pop Sa Nin, maestra coreana de budismo Zen. Le reclamaba que todos los presentes, y había mucha gente en mi sueño, realizara ciertos ejercicios, algo así como postraciones, en mi mesita de noche y me la dejaran toda rayada. Pero Pop Sa Nin no se inmutaba por mis reclamaciones. Permanecía en silencio y me miraba inmutable. Ante semejante sueño no he tenido más remedio que verme a mi misma y reconocer que, sí, estoy enfadada. Y no resulta difícil gritar cuando se está enfadada; pero gritar, como nos pide Wilber, no consiste solo en hacer ruido; se trata de comunicar algo que valga la pena, algo que, aunque esté errado, aporte algún tipo de luz. Así pues, he de analizar mi enfado y explicarme más claramente. Para ello, habré de detenerme en mi sueño y dilucidar exactamente dónde estoy y que me pasa.

 

Y pasa que la vida no pasa en vano; los poemas que hoy aireo, están añejos. La niña triste, la guerrera iracunda, la madre feminista, la amante fervorosa y mística, están y no están más. Ando en otra película. Tengo ganas de retirarme y dedicarme a perder el tiempo en algún jardín. Juego, a ratos, con la idea de volver a México pero, por otro lado, no sé, pienso que mejor no. Tengo el presentimiento de que liberada de este libro, tengo muchos otros poemas por recorrer, aunque no creo que los escriba. Sueños más lúcidos que los que soñara a los 17 años, Pasiones más intensas y airadas, más locas aún. 


Sí, pasiones, porque la visión budista de las pasiones va mucho más allá de la visión prudente de Spinosa; nos alienta, con el tantra, a vivir intensamente, a experimentar a fondo la poderosa energía que subyace a nuestras pasiones y a transmutarlas en luz. El budismo vajrayana nos anima a trascender los miedos y a dejarnos consumir en el fuego de las pasiones, a fin de poder verlas claramente y así, poder expresarlas sin ningún temor. Entonces, gritar, tiene sentido. La pasión que trasmita ese grito, aportará luz. Levine, por ejemplo, como en su día lo hiciera Nietzsche, no pide que renunciemos a ningún deseo, sino todo lo contrario; haz de todos tus deseos una pasión muy grande e intensa, dice, y apuesta por ella. Estoy en ello, y quiero.., ¿no lo adivinas?, quiero una vida más plena, más placentera y apasionada: feliz. 


Lo que queremos, tú, yo y todos, siempre está claro. Ahora bien, si me sitúo en mí aquí y ahora, mi deseo más inmediato es despedirme de este libro y para ello, debo volver a mi sueño. Decía que en mi sueño me enojo con Pop Sa Nin pero, ¿Por qué me enojo? ¿De qué me estoy quejando en realidad? Tengo la buena fortuna de tener aún a mi madre y un mes al año disfruto de ella en Cuernavaca. En el delicioso jardincito que tiene su casa y por fin, con ella en mi corazón, rememoro, revivo con gratitud el jardín de mi infancia. Es maravilloso ver como mamá ha ido cambiando; la madre coraje de otros tiempos, se ha trasformando en una dulce madre tierra; un cuerpo terriblemente castigado y dolorido donde un alma grande se esfuerza, guerrea aún. El coraje nos ha reunido; el empeño obsesivo por aclararme, nos ha ido allanando el camino y hoy el titulo de aquel libro Mi madre: Yo misma, que en su día me resultara tan urticante, es una dulce realidad. 


Del trabajo imposible quejarme, tan duro como placentero me ha sido siempre una bendición. Cada paciente un maestro, cada dificultad, una lección. Quedan los hijos. Claro que no son “como yo” quisiera, pero son ellos y están muy bien. El coraje nos ha distanciado. Pero si nos mantenemos fieles, y doy por hecho que así será, el coraje mismo nos irá reuniendo, con la edad. De modo, que, otra vez, de qué me quejo. ¿Qué es esa mesita de noche tan rayada, estropeada por la práctica de los demás? Las rayas, como podréis suponer, tenían forma circular y eran muy hondas, como una espiral. No acabo de comprender esa imagen pero entiendo que esa postura airada ante un hecho que no comprendo, es donde estoy. Y debo asumir ese presente e intentar, desde ahí, una despedida más actualizada y veraz.


 

OTRA VEZ RARA


Ando otra vez rara, estoy cambiando cosas y las cosas me están cambiando a mi. Eso ya es motivo suficiente para estar disgustada. Queremos los cambios pero no nos gustan; cuestan siempre más de lo que una quisiera. Estoy acabando con viejas historias pero esas historias no tienen más cuerpo que yo y cuesta mucho, decirse adiós a una misma. Vislumbro nuevos horizontes pero, a la vez, intuyo que estoy de vuelta, reiniciando el cuentito de nunca acabar porque mi sueño me indica, que estoy otra vez, airada.


Y me repito a mí misma lo que vengo diciendo: aprende de una buena vez, lo antes posible, a vivir y morir como si de una misma cosa se tratara. Porque a estas alturas de la vida, tengo experiencias inequívocas de que con cada crisis aprendo a vivir…mejor. No tengo duda alguna de que todas y cada una de las batallas, han valido la pena. Tengo plena confianza en que nos espera, al final de todas las guerras, una paz duradera. «Al final de todas las muertes, dice el Maestro Eckhart, sólo nos espera Dios.» Y si estamos de acuerdo en que “dios” no es sino un “final feliz”, –el que cada quien elija– estamos de acuerdo con Eckhart; al final de todas las guerras, sólo dios.. Quiero brindar por ese dios y dedicar los méritos posibles de este libro a que todos alcancemos pronto el happy end que tanto añoramos. 



LA VIDA NO ES UN CUENTO


Pero, y ese es el enfado en mi sueño, la vida no es un cuento con final feliz; es una historia interminable donde las guerras suceden a los finales felices.. y estoy harta de dar vueltas.. Quiero, (airadamente) un final feliz (definitivo). Queda claro que la ira y la pretensión, son lo mismo y que ambos están de más. Pero ahí estoy. Y esa no es una vuelta más, eso es el nudo por excelencia y se llama: terquedad. Ahí es donde sigo anclada y no sé como desapegarme y.. soltar. La ira, lo mismo que el deseo, nos ata. No importa si es un “quiero” ser feliz o un “no quiero” dar más vueltas. El problema está en desear otra cosa que lo que hay. Porque, lo sé, bien lo sé, lo sabemos todos, la felicidad no es llegar más lejos, más alto, más pronto y morirse el primero, por ejemplo. No consiste en tener más cosas o hacer más nada. La felicidad es Ser, la belleza, la sabiduría o la luz, que emanan, naturalmente, de una mente despierta. Se trata, simplemente, de despertar al presente y Ser, ser lo que ya somos. Saberlo me sirve para comprender mi estupidez, pero saber no me salva de caer en el error de siempre y liarme a reclamaciones. Confundo el camino con la meta, me enojo con la vida y me encuentro, otra vez, en la rueda del samsara.


Ósel Tendzin, (quien fuera el sucesor de Trungpa y el primer occidental reconocido por el budismo tibetano como Regente Vajra) me ayuda a comprender mejor mi confusión; una confusión muy generalizada, por otro lado, entre lo que quiero y cómo lo quiero. El deseo último del ser humano es, como todos sabemos, la felicidad, pero el deseo samsárico, en cambio, es evitar el sufrimiento. Uno y otro son, y no son lo mismo, nos aclara Osel Tendzin. La meta, en último término, es la misma, pero el camino, el derrotero que sigue el deseo, es muy distinto y es el camino lo que importa. El deseo último nos lleva lejos porque tiene fuerza para trascender los miedos y los apegos, reúne el coraje necesario para ahondar en el sufrimiento, abrazar ese sin-sentido y realizar su esencia. El deseo normal o samsárico, por el contrario, sólo mira de evitarnos cualquier dolor. Son dos deseos muy distintos. El primero avanza cuesta arriba y apunta más allá de sí mismo. El segundo, en cambio, es chato y narcisista. Las tendencias habituales e inconscientes, se ponen en funcionamiento de manera automática y nos conducen por senderos trillados. Así estamos todos; tristes y cansados de tantas guerras, de tantas vueltas como ha dado la historia a lo largo de los siglos y nada, continúan las guerras, el sufrimiento y el horror, no sólo no cesan, sino que van a peor. Y una, lógicamente, se enoja. ¿Es que esto no cambiará nunca, es que no aprenderemos jamás? Pero, y sobretodo, ¿Qué es lo que tenemos que aprender? ¿Qué nos enseñan las guerras? ¿Qué podríamos aprender del dolor? En esa reflexión es importante recordar la diferencia entre el deseo último y el deseo samárico. Queremos realmente llegar a ser felices o sólo evitar el dolor. Hay que tener muy presente que el camino a la felicidad pasa por abrazar el sufrimiento, esto es, por renunciar al deseo, –tan lógico como habitual– de evitar todo dolor. Eso no es fácil y yo, como todos, me niego, me protejo y me defiendo con corazas y misiles. Todos nos protegemos agrediendo a lo que nos puede hacer sentir mal. Y eso queda muy claro en mi sueño, por ejemplo. 



OTRA VEZ WILBER


Wilber, en el capítulo que titula Siempre Ya, de su libro, El Ojo del Espíritu, pone el dedo en la llaga y me recuerda que si quiero llegar a ser realmente feliz algún día, he de renunciar a la felicidad. Perseguir la felicidad, dice, es algo así como perseguir nuestros propios pies. Esforzarnos por ser felices es un error craso porque la felicidad que tanto añoramos, no es nunca un final. Tampoco es un principio. «Es lo único que nunca ha estado ausente, lo único que ha permanecido inmutable en medio del flujo incesante de la experiencia.» Es decir, no podremos alcanzar nunca ese “happy end” que llamamos dios, porque ya estamos, ya somos. Se trata sólo, de darse cuenta. Y para darse cuenta, –grita Wilber– es imprescindible aprender a morir lo antes posible. Esforzarnos, sí, pero no en la meta. Meta sólo hay una y no la podemos errar. Todos queremos lo mismo. Se trata de esforzarnos por ahondar en nosotros mismos y avanzar por el sendero difícil. Hacer de todos nuestros deseos samsáricos un solo deseo, un deseo último que nos permita soltar los apegos y las expectativas, ahondar en la oscuridad y los miedos y aprender a morir cada día, un poquito más. Sólo mediante esa práctica mortificatoria, el ego se podrá ir familiarizando con la muerte y entonces, tal vez, algún día, podremos soltarnos y ser lo que ya somos. «Padeciendo ya siempre la muerte ahora, siempre estamos viviendo ya eternamente. La búsqueda ya siempre ha concluido», dice Wilber. Y más adelante: “El estado despierto de la conciencia –la esencia misma del Espíritu– no es difícil de alcanzar sino imposible de evitar.



OTRA VEZ EL SUEÑO


Nada se puede añadir a esas palabras. Saber que siempre ya es “ahora mismo”, sería una ocasión perfecta para terminar; pero no, yo, como casi todos, ando muy lejos de ese “ahora es siempre ya”. Tengo leguas aún por delante y si quiero despedirme de manera más sincera y personal, debo volver al sueño y aclararme con él. Porque ¿Quién tiene que morir y a qué? ¿Qué es lo en mi sueño reclamo? ¿Quién es esa gente que me estropea las noches y por qué? Pero, sobre todo, ¿Quién reclama, y a quién? En mi sueño estoy yo, pero ¿Quién es esa yo? ¿Una niña triste o mi añoranza de ella? ¿Una madre dolorosa o una guerrera? ¿Una mujer cualquiera o una diosa muy especial? No lo tengo nada claro pero lo cierto es que alguien ha de terminar el libro. Y, no sé. Volvería a citar a Levine, cuando dice que no sé es un estado “sin mente” que significa: con todo el corazón. Recurriría, para ilustrar otros aspectos de mí misma, a la voz de otras mujeres, a la de Erika Jong, por ejemplo. A su poema: ¿Es la vida un mal incurable?


Es la vida un mal incurable?

El bebé nace bramando

Y nosotras reímos,

El muerto sonríe 

Y nosotros lloramos,

Resistiéndonos a la transición

Que trueca la vida

En eternidad.

Blake entonaba aleluyas

En su lecho de muerte

Mi propia abuela,

Que estaba lejos de ser poeta

Sonreía

Como nunca la habíamos visto sonreír

¿Será que el ropaje de carne

Es apenas un atuendo conocido

Que se vuelve más suelto cuando hacemos dieta

En la muerte, y tal vez lo desechemos

O se lo demos a los pobres de espíritu

Que aún no ha aprendido 

Que bendición es

Andar desnudo?


Aquí me detendría para preguntarme. ¿Será andar desnudo, andar sin cuerpo? No. En la vida se trata de andar desnudos y con cuerpo. Ese es el problema. Ese es mi enfado en el sueño. Ese es el dilema del presente. Y eso, también, es la guerra. Es decir, para despedirme y acabar este libro, he de retomar el tema de la guerra. Porque no hay duda de que andar desnudos por este mundo puede resultar sumamente irritante. Los alimentos nos envenenan, los buenos medicamentos se prohiben, el aire es irrespirable, el ruido insoportable y omnipresente; la intolerancia, la violencia y la estupidez, vociferan a pulmón pleno por todos los medios. Habitar en el samsara es algo así como tener todas las entradas para pasarlo mal. O comprar un seguro que nos asegure una frustración constante. El mundo rebosa de dolor y guerras y no es posible saber, vivir esos conflictos sin sentir dolor. Hay que tener muy presente, (a fin de no quedarse en las nubes del esoterismo, donde todo es tan inútil y cursilón) lo que enseña el Tantra: el dolor y los conflictos, no son ni buenos ni malos; son ocasiones de consumirnos por dentro y de aprovechar inteligentemente esa combustión. En otras palabras, la ira constante que nos genera el mundo es un buen revulsivo, nos agita por dentro y sacude los sueños fatuos. Cito, para explicarme, otra vez a Levine: «La ira es una especie de fuego interno que surge cuando la realidad obstaculiza la idea que nos formamos sobre las cosas.» Y eso, en palabras de Trungpa, es la ignorancia original; la agresividad básica e inherente al ser humano: ego quiere siempre que las cosas sean diferentes de como son, esa negatividad la padecemos todos. ¿Quién no ha querido, o quiere, que las cosas sean otras que lo que son? Está bien enojarse, y mucho, con todo aquello que obstaculizan nuestra visión; porque solo enfrentándonos una y otra vez al conflicto y al dolor, iremos obteniendo alguna luz de esa combustión. Descubriremos el sentido profundo de la ira y nos reconciliaremos con ella. Yo, como tantas mujeres, estoy enfadada con el mundo y con mucha razón. Pero escuchemos las palabras sabias de Thich Nhat Hanh, maestro de meditación budista, poeta exquisito y activista nominado para el Premio Novel de la Paz:


Para conservar el calor

Me sostengo el rostro entre las manos.

No, no estoy llorando.

Me sostengo el rostro entre las manos. 

Para calentar mi soledad:

Dos manos protegiéndome,

Dos manos alimentándome,

Dos manos impidiendo

Que mi alma se sumerja 

En la ira.


«Escribí este poema, nos confiesa, después de oír que habían bombardeado Ben Tre y de escuchar el comentario de un militar estadounidense: Tuvimos que destruir la ciudad para poder salvarla.» Ese es el pan nuestro de cada día. Tanto los buenos, como los malos, los dos, hacen lo mismo: para salvar al mundo, lo destruyen. Y no es humanamente posible, y menos aún, recomendable, andar desnudos por ahí y no enojarse. Hay que gritar. El cómo, volviendo a Wilber, es cosa de cada uno. Pero uno se enoja mucho cuando el dolor del mundo cala tan hondo que nos quedamos lívidos, como si la vida misma nos abandonara y tuviéramos que protegernos el rostro para conservar algún calor. La ira es inmensa aunque uno no diga nada, se sostenga el rostro y escriba un poema. Así es como Thich comparte, con nosotros, su dolor. Así es como él grita. 


Permanecer abiertos al dolor del mundo y a la vez, no cerrar el corazón, no es fácil; nadie nos enseña nunca como se hace. Levine, por ser un mago de la comunicación, lo consigue en parte. Nos da cantidad de pistas. Cómo aclarar la garganta, cómo relajar el vientre, cómo abrir el corazón. Gracias a sus meditaciones he ido sanado las casi-infinitas gripitas de toda mi vida. Cuanta ira por tragar –una/solita– antes de vislumbrar, siquiera, que sería expresar la ira, una vez transmutada en compasión. La ira, en palabras de un alma grande, es amorosa, bella y verdadera. “Perdónalos, Señor, no saben lo que hacen”, por ejemplo. Pero también fue Cristo quien dijo aquello de he venido a traer la espada, no la paz. Para que la palabra airada sea, como el poema de Thich Nahn Hanh, o las palabras de Cristo, una bendición, hace falta guardase la ira en la garganta hasta que salga clarita, eficiente y con el doble filo que caracteriza la espada que blande Manjurshi, el buda de la sabiduría airada. Se dice que corta e ilumina a la vez; corta con lo que hay que cortar y luego se corta a sí misma. No queda nada, ni nadie: sólo luz.



HOY POR HOY


Y ahora sí, ya en el umbral, me despido más reconfortada. Es bueno hacerse una con la ira. Es importante, cuando una va de la mano de una niña triste y sensiblera, tener, en la otra, a una guerrera. Es difícil armonizar a ambas pero, ya lo sabemos. A golpes en la vida y con el paso de los años, a fuerza de apasionarnos, equivocarnos y despedirnos una y otra vez, una aprende. Y una aprende, en definitiva, que una y otra, son lo mismo. Que somos tan airados como compasivos, tan buenos como malos y que da igual. El camino es la meta. No hay otra meta que hoy. Hoy es el viaje. Y hoy, en palabras de Rumi, místico loco y poeta: «Hoy, como todos los días despertaremos vacíos y asustados. No abras la puerta del estudio y empieces a leer. Toma la dulzaina. Deja que la belleza que amamos sea lo que hacemos. Hay cientos de modos de arrodillarse y besar el suelo.»


Hoy es casi siempre un día difícil. Nos despertamos con cierta angustia: vacíos y asustados y por raro que nos parezca, nos ocurren dos cosas: primera, no nos acordamos de tomar la dulzaina, no nos damos el tiempo, y segunda, ¿Qué demonios es eso de la dulzaina? ¿Dónde está, dónde se compra, cómo se toma..? Yo sigo investigando porque siguen siendo muchas las rayadas que le duelen a mi inconsciente y si el alma se duele por las noches, me despierto triste; si me despierto triste, no tengo tiempo, ni ganas, de dulzainas. No sé, ni siquiera, lo que es. Me pelearía con el mundo y reclamaría justicia. Pero ese ruido no sirve para nada, y añadir volumen al ruido ensordecedor que ya padecemos, no tendría perdón. Para que el dolor sirva de algo hemos de atravesarlo. Y si quiero aclararme con mi enojo he de arder en mi propio fuego hasta conseguir, de mí misma, cierto calor o alguna luz. Debo aclararme con esa multitud de aspectos, que son yo misma y que siguen rayándome la vida. Porque por mucho que los racionalice, proyecte o niegue, es a mí en definitiva, a quien le duelen y si yo no me ocupo.. ¿Quién lo va a hacer? 


Y sí, me duelen un montón de cosas. «Ay, la culpa por no ser es tan inmensa», que parece que no se acabe nunca. Y sí, otra vez Wilber: «Todo sufrimiento se debe a la incapacidad de aceptar la muerte de la sensación de identidad anterior, de sus apegos y deseos.» Y otra vez Rumi: «Podemos hacer que la belleza que amamos sea lo que hacemos.» Me repito las lecciones cada día, pero, ya lo sabemos, del dicho al hecho.. y ahí nos andamos. Intentando decirme adiós a mí misma, intentando soltar aspectos que me rayan las noches y enojada por el hecho de que no se acabe, de una vez por todas, el sufrimiento, sino que, a más conciencia, más sensibilidad; a más sensibilidad, más agudo y más vivo, el dolor.


Aterrizar, enraizarnos, en cada circunstancia de la vida, no es fácil. Y la tercera edad es por definición una etapa saturnina en que la soledad interior se agranda y la conciencia se agudiza. Con suerte somos un poco más maduras y podemos ver, con más precisión, en nuestro interior. El disgusto es mayúsculo: las tendencias habituales, las mismas, siguen estando ahí. Y para colmo, una lo ve más claro que nunca; lógicamente, una se enoja y vuelve aquello de “ya estás grande para esas cosas.” Pero la verdad es que nadie está nunca grande para nada y las fantasías infantiles junto con los fantasmas del inconsciente, siguen jugándonos jugarretas. Porque, ¿Cuál fue el deseo? ¿Que cuando fuéramos grandes seríamos qué, invulnerables, perfectas, felices? Las fantasías, lo mismo que nuestros huesos se van volviendo cada día más transparentes y en vez de sentirnos “más”, nos sabemos “menos”. Y es un hecho que vamos siendo cada vez más poca cosa. Lo importante estaría en acodarse de quienes somos de verdad, y no repetir el error de siempre: confundir nuestro Ser con la creciente y dolorosa sensación de “poco-ser” que se hace más patente y nos invade en la vejez. Pero llámese ego, pecado, dolor, rareza o estupidez, lo cierto es que no es nada fácil dejar de creer que ese “poco ser” es lo que somos. Una se olvida a cada instante del Ser que Somos, y sólo gracias a los tragos amargos que nos regala la vida, una se acuerda; se da el tiempo de detenerse y preguntarse: ¿Dónde quedó la dulzaina? 


Pero también es cierto que cada día es un hoy distinto. Diría que van siendo más amplias las llanuras, más prolongados los momentos de cierta paz. Pero Saturno persevera, aprieta, y es el mismo de siempre. ¿Y yo? Yo también persevero y sigo siendo la misma; me repito y me enojo igual que lo he hecho toda la vida. Es decir, cuando me enfado y reclamo a Pop Sa Nin el mal estado de mi mesita de noche, la estoy haciendo responsable de mis problemas. Le reclamo a Ella, a la Maestra, lo que no se reclamarme a mí. Me enfado con Pop sa Nin, porque estoy enfadada con el mundo y con mi vida; cuando me quejo a Ella, me estoy quejando a un desmedido ego-ideal que también he de reconocer. Pero que cuesta. En todo caso, me queda claro, por ahora, que Ella, como Saturno, sigue estando ahí y no se inmuta a pesar de que yo, venga a patalear. 



OTRA VEZ ADIÓS


Más clara con mi pataleta, me siento más ligera y puedo volver a aquello de: “espacio que se abre para nada” y desear que la nada que tienes por delante, la página en blanco con que termina este libro, sea el espacio abierto donde tu rareza cobre vida y voz. Ocasión, digamos, de dilucidar tú, tu pataleta. Quizá escribas un libro raro. Empieza, en todo caso, con ese poema que no sabes, hasta que surge algo “sin mente” y entonces, en ese lapsus, en ese espacio de desconcierto, en el blanco de tu mente, si estás atenta, verás, sentirás o escucharás algo. Algo como una voz interna, una intuición que proviene, unos dicen, del alma, otros, dicen que del corazón; los budistas dicen que de la gran mente. La mente, cuando está limpia y quieta, es un espejo blanco que, sin esfuerzo alguno, es naturalmente luminosa y fuente inagotable de inspiración. Ahora bien, otra cosa es lo que alumbra. La luz alumbra las sombras. A la luz del sol, para ver, no hacen falta cerillas; es la oscuridad lo que precisa de luz. En la oscuridad yace el dolor, el miedo, la culpa, las muertes no aceptadas, los duelos por vivir. Y muy probablemente, de eso tratará tu libro. Está bien que se repita la historia, no importa, la tuya y la mía, todas son la misma historia. Hagamos de esa historia nuestra meta y avancemos resueltamente hacia el último adiós. 


Con el último adiós estaría muy bien dirigir nuestra atención a la alegría y para ello, volveré a citar a los Siux. Para ellos, el verdadero final del viaje, el “happy end” que todos anhelamos, es la risa. Heyoka, la risa, es el cuarto Gran Poder en las enseñanzas espirituales de los Lakota. Heyoka es el poder definitivo, puede con todo, porque es lo que nos permite darle la vuelta a todas las cosas y verlas nuevas y limpitas, como recién nacidas. ¡Quién no querría recuperar ese poder! Para poder reírnos, –para poder reírnos de nosotras mismas, claro– hemos de perder toda vergüenza y desnudarnos ante el espejo de nuestro mismísimo ego-ideal. Solo si ese espejo está en blanco, una se verá a sí misma. Una verá, con horror, que una no es nada: un culebrón archiconocido, aburrido, repetitivo y universal del que sólo, de la mano de Heyoka, podremos empezar a distinguirnos. Se dice que entonces sí que nos moriremos, nos moriremos de risa o de vergüenza, da igual.


Pero, en realidad, no da igual. «La vergüenza es una emoción aniquiladora que nos lleva a desear la nada,» dice Carlos Gurmendez en su Tratado de las Pasiones. La vergüenza es, por definición, horrorosa. Es un dolor sostenido, como si de una culpa infinita se trata; es un miedo inapelable que nos desnuda, nos arrincona y nos lleva a desear morir. Todas nuestras expectativas se desploman. Todas, al menos, las que alcanzamos a ver. La vergüenza no se deja sentir fácilmente; nos resistimos a ella más que a cualquier otra cosa. Sabemos bien lo que duele encontrarse en ese lodazal. Pero también sabemos, que trascender la vergüenza es un paso necesario para poder ver las cosas como son y reírnos de y con ellas. Si no conseguimos morir a la imagen ideal de nosotras mismas, al ego que más queremos, a la “importancia personal”, no podremos nunca desapegarnos del melodrama que nos tiene fascinados y, libres por fin, reírnos de la propia historia. 


Sólo una práctica meditativa continuada nos irá permitiendo limpiar de fantasmas ese superlativo espejo interior. El maravilloso espejito mágico al que una, en el fondo, le exige siempre. Una quiere ser la más bella, más rica, o por lo menos, feliz. El tema de la risa, en realidad, es muy serio. Es otro final posible de la historia pero que suele caernos lejos porque reírnos de nuestro yo-ideal, requiere el coraje supremo; el valor de morir a lo que parece ser la esencia misma de lo que soy.


BAUBO, LA DIOSA JAPONESA


Sin embargo, acordándome de la última, de la más vieja de todas las supuestas diosas de la mujer, estoy empezando a sonreír. Ella es algo así como el colmo, el inesperado final feliz que podría depararnos la vida si, en lugar de a la mexicana, nos la tomamos a la japonesa. Baubo, es una diosa vieja fea, desvergonzada y procaz que baila desenfadada y con alegría. Shinoda Bolen, la describe como alguien que se ríe como loca al tiempo que se levanta las faldas y se muestra como vino al mundo, desnudita. Y a más rugen los otros, más se ríe ella. ¡El poder del sexo femenino, no tiene perdón de dios! Y Baubo es la mismísima imagen de eso, de lo que llamaríamos una bruja malvada, pero feliz (¿?). ¿Cómo se entiende eso? A las brujas las tenemos por “malas” y hace ya tiempo que han sido expulsadas de nuestra memoria y casi, de nuestra imaginación. Perduran en algunos cuentos como contrapunto a la bondad de las hadas pero, de hecho, no sabemos mucho de ellas. De modo que antes de aceptar a una bruja en nuestro Olimpo particular y elevarla a la categoría de diosa, habremos de hacer un alto y reconsiderar la historia de las pobres Baubos de la edad oscura. Sanadoras, curanderas, chamanas; mujeres especialmente sensibles y conocedoras de los poderes de la madre tierra, grandes maestras tántricas. Fueron torturadas vilmente y quemadas en la hoguera de la impotencia y el miedo, es decir, de la prepotencia de la ignorancia masculina. Sus poderes causaban pavor y como siempre, el miedo a morir se disimuló, matando. De modo que, antes de aceptar a esa vieja loca como un ideal, antes de despertar en nuestro inconsciente al arquetipo de la bruja-diosa, debemos aclararnos, el tema de la sexualidad.



LA SEXUALIDAD Y EL AMOR


El sexo está ahí y cada día más presente. Wilber mismo, –un escándalo– su último libro tiene lugar en medio de una sucesión de relatos “porno” que protagoniza el mismísimo autor y su joven y sensual compañera. ¿Qué pasa aquí? Qué furor maligno nos ha atacado a todos para andar como locos juntándonos unos con otros de cualquier manera y todo vale. Será bueno, será malo, o será simplemente la manera en que los humanos encontramos un alivio, una diversión que vale la pena. El sexo tiene sentido porque nos hace sentir mejor. El deseo, en cambio, es un síntoma inequívoco de que algo duele y de hecho, está muy bien que nos ocupemos de remediar esa dolencia. 


Para tener un orgasmo sirve cualquier cosa, una mano, una amiga, un amante o un vibrador. El tantra enseña como transformar el sexo en una orgía “rara” pero que vale la pena. Enseña como aprovechar el cuerpo para hacerse una con él y a través suyo, con los poderes de la tierra, con su sabiduría ancestral. Las “brujas” de la edad media, sabían muy bien lo que hacían. No todas sabrían lo mismo, muchas se perdería en lo que hoy, los esotéricos, llaman el “bajo astral”. Pero, otras, las más viejas y sabias, sabían muy bien como manejar las energías sexuales y viajaban conscientemente a dimensiones superiores, celestiales. Cabalgaban durante el sexo, como si el pene fuera una escoba mágica y se elevaban muy alto. Ahí muy pocas veces los hombres, las podían seguir. También para el budismo tántrico, el sexo es una clave importante, enseña a tomar conciencia de las energías que se movilizan durante el orgasmo y da instrucciones muy precisas para elevar el nivel de vibración de esos momentos álgidos e ir más allá, todavía. Nos enseña a trasmutar el deseo, en luz. Wilber explica, con todo detalle, en alguna de las páginas de su Diario, cómo lo practica. 


Esa calidad de deseo no debería darnos ningún miedo sino todo lo contrario. Podríamos realizar la feliz unión de Shiva y Shakti y experimentar el Tao. Y bueno, eso es lo que todos andamos buscando y eso es lo que podríamos acabar encontrando si nos abrazamos todos, los unos a los otros, todos contentos, en esa hoguera. Todos queremos ese amor perfecto y cada cual lo busca a su manera. Podríamos reconocer que no sabemos mucho sobre el tema pero, no importa, experimentemos con el cuerpo y juguemos con el sexo hasta agotarnos. La posible luz que de esa combustión –placentera– se desprenda, bien vale la pena. Porque quién se atrevería a negar que un buen polvo, vale la pena...


Sí, hoy, podemos reírnos hasta del sexo. El tabú es la muerte. El sexo, como tabú, está muy pasado de moda y además, al alcance de cualquiera. Todos podemos disfrutar. Los jóvenes de todas las maneras imaginables y los mayores, con el viagra. Las mujeres, por nuestra parte, como nos recuerda la película de Jack Nickolson y Dianne Keaton, somos unas románticas redomadas y Cuando Menos te lo Esperas, ocurre el milagro: un polvo y ¡zas! te enamoras. La película es una comedia deliciosa que nos hace reír. Porque mientras Dianne berrea como una loca porque, no se lo puede creer: ha vuelto a abrir sus puertas al cielo, y el pájaro ha volado… Y una tampoco para de llorar, pero de risa. Porque sí, somos así. El mito del amor nos funciona y cuando menos te lo esperas, caemos en sus redes y soñamos con un happy end más práctico y convencional, la happy family.


Hay que ser mucho más vieja y resabiada, para tener la osadía de la desvergonzada Baubo; ella no sólo se ríe mientras enseña sus partes, sino que además, baila sola. Es así, podríamos decir, como ella grita. Mírame, parece estarnos diciendo, soy vieja, soy fea y soy feliz, una no puede aguantarse la risa.., y acaba soltando una carcajada ante semejante atrocidad. Esa carcajada me recuerda el discurso de Khrisna, en la versión de Peter Brook del Mahabharata. En un momento dado, Khrisna anima a Arjuna a disparar la flecha que suscitará una horrible guerra, «porque la vida, las guerras, no importan, al final de todas las muertes, nos podremos reír de verdad. Es una carcajada cósmica la nos aguarda al final.» La risa, recordémoslo, tiene el poder de darle la vuelta a las cosas y hacérnoslas ver de nuevo. Y lo que ese discurso sugiere, es que al final, esto es, el día que despertemos al “ahora mismo”, podremos ver con claridad, que esta pesadilla sólo es un sueño, un “como sí” pero no la verdad., dice Khrisna, entonces nos reiremos de nosotros mismos y de todo a carcajadas.



NADIE


Muy lejos ando de reírme de mí misma, y menos, a carcajadas. A mí, por ahora, la imagen de Baubo se me mezcla con unos versos de Octavio Paz: «No eres nadie. Un montón de cenizas y una escoba (..) un pellejo colgado de unos huesos. Un racimo ya seco, un hoyo negro / y en el fondo del hoyo los dos ojos / de una niña ahogada hace mil años.» Con sus palabras me viene el amor que su poesía respira. Con su poema Mutra, ilustre todos los aspectos de La Madre –“la leona taciturna y solar”– que analicé en mi primer libro. Sus palabras me calaron muy hondo y recuerdo que en los versos que he citado, me vi, por primera vez, en esa nadie y me asusté. Pero voy estando cada día más cerca de ella, y ya no me asusta tanto. La niña-vieja de hace mil años va teniendo un lugar, acogedor, dentro de mí. Sonrío, a ratos, y confío en estar aprendiendo a envejecer. Procuro compartir con “nadie” la alegría y la osadía de Baubo. Ensayo a soltar mis miedos y me permito, por ejemplo, este interminable adiós. 


Volviendo al tema de decir adiós. No voy a despedirme como “nadie”, tampoco como Baubo. A una y a otra las tengo aún por delante y me las miro con interés. Pero, lo cierto es que, más las miro, más constato que son una y la misma, ya que si Baubo no tuviera al menos mil años, no podría reírse como lo hace, es decir, si Baubo fuera alguien y no “nadie”, no se mostraría desnuda sin reparo, sin remilgo y sin vergüenza alguna. Pero también es cierto, por otro lado, que lo que Baubo nos enseña es, como los ángeles de Rilke, atroz. Un cuerpo viejo y ajado como la tierra misma, un cuerpo roto, agrietado; una puerta que no se cierra, se abre para dar la vida, se abre al sexo y al amor. Pero se abre, también, como la tumba que nos espera. Baubo es la viva imagen de la decrepitud, la fealdad, la decadencia y la muerte. Y sin embargo, se ríe, baila sola, desnuda, e igual que los ángeles de Rilke, nos desdeña pero en lugar de destruirnos, nos hace reír. 

Recordemos, también, antes de abrazar a Baubo, que fue la visión de la vejez, la enfermedad y la muerte, lo que despertó, a Sidharta. Esa visión lo arrancó de su vida de lujo y confort y lo llevó a aislarse y meditar. A preguntarse porqué el dolor de envejecer, enfermar y morir. ¿Cuál es la causa del sufrimiento, qué sentido tiene y cómo lo podemos superar? Buda mismo, es un ejemplo de que antes de poder reírnos de nosotras mismas y de todo, antes de poder darle la vuelta a las cosas y verlas como nuevas, antes de encarnar la sabiduría loca, que Baubo, como Trungpa, Osho, Rumi y tantos maestros Zen, ilustran, el camino es largo, solitario y pasa por meditar mucho.

 

En fin, a estas alturas de la vida, sabemos, al menos en teoría, que lo importante no es la meta sino el cada día, cada momento. Y en este instante, no sé porqué, lo que me viene a la cabeza son las palabras con las que mi hijo mayor, cuando tenía entre 7 y 10 años, me dedicó un dibujo. El dibujó es en realidad un discurso escrito, un pictograma, en el que sin decir nada, lo decía todo! Me dejó helada. Decía así: para Magda. «Cuando dios creó a la mujer dijo: ahí va eso» Y firmaba: de un hombre. (Ver dibujo pag. 135)


Citando otra vez a Paz, diría que quiero despedirme de «la leona taciturna y solar» que ilustra ese dibujo. Quisiera decirle adiós al fantasma que nos aplasta a todos. Todos los hijos hemos padecido, por presencia, o por ausencia, para bien, o para mal, a esa madre “como una sola ola del tamaño de mar” que, claro, nos ahoga. Quisiera decir adiós pero, como despedirme me resulta difícil, voy a dedicar unas últimas palabras al arquetipo madre, al enigma que nos condena siempre, a aplastar, con amor, desamor o demandas de amor. Es un peso enorme del que hemos de liberarnos nosotras mismas, para así, aligerar a los hijos. Porque ¿Cómo se puede despedir una de ser madre? Se puede decir adiós a los hijos, pero el agujero, queda, y de esa “falta” quién nos perdona, libera, redime o lo que sea… Porque evidentemente, una no es una “diosa”, no es tampoco una “cosa”, no es un mero objeto del deseo, no es la “culpable” de todas las debilidades de la carne, ni la causa de todos nuestros problemas, deficiencias y mortalidad. Una no es ni Eva, Elena, María o Sofía, una no es un símbolo ni un arquetipo. Una, es una persona cualquiera y como cualquier hija/o está llena de defectos, de carencias y faltas de amor. ¡Ah! Pero una, –las madres– sin saberlo, carga con ello y ese peso es colosal y aplasta, aunque una no quiera, a los hijos. Ellos sin saberlo lo proyectan en nosotras y nosotras, sin saberlo, lo representamos lo queramos o no. Y así son las cosas, así es como a los ojos de mi hijo, Dios nos aventó al mundo.


De modo que, ahora sí, aquí se acaba este libro y me despido corriendo, antes de que algún otro adiós, se me venga a colar. Ya decía el Tao te King, que las mujeres no cerramos nunca, del todo, la puerta y por lo mismo, podemos conocer y comprender todo, sin usar la inteligencia. “A buen entendedor, con pocas palabras”, sería otra forma de decir lo mismo. Otra aún, sería decir adiós, pero hasta pronto, hasta que algo llame a nuestra puerta y nos volvamos a enrollar. Pero, en fin, por ahora, aquí termina esta historia pero, recuerda, se abre un página en blanco, y es tuya. 





A MODO DE EPÍLOGO



Y si hoy a mis 80, la vida me pone en el brete de tener que decir algo sobre mí; la verdad, no tengo palabras, ni ganas. No es que ego deje de estar aquí y de hacerse cargo, pero si he de decir algo a modo de epílogo, recurriría a algunas de las voces que han alumbrado mi andadura, siempre sola, pero a la vez, muy bien acompañada. Serian tantas las citas que me gustaría compartir, que me temo que eso me llevaría a escribir otro libro. De modo que voy a limitarme a las palabras de un brujo de mi tierra. Brujo, chamán, maestro espiritual, sabios, iluminados o despiertos, son nombres de diferentes épocas y culturas que apuntan a lo mismo; a lo que Don Juan define como guerreros viajeros. Empiezo con lo que Don Juan le explica a Carlos Castaneda en el libro El conocimiento silencioso, acerca de la muerte, los brujos, el anhelo y los poetas. Dice así: 

«La noción de muerte es de monumental importancia en la vida de los brujos. Lo que nos da cordura y fortaleza, es saber que nuestro fin es inevitable. Nuestro error más costoso es permitirnos no pensar en ello. Es como si creyéramos que al no pensar en la muerte nos vamos a proteger de sus efectos. Ese es un propósito indigno para cualquiera. Para los brujos es una farsa grotesca. Sin una visión clara de la muerte, no hay orden, no hay sobriedad, no hay belleza. Los brujos se esfuerzan por tener la muerte presente, a fin de saber al nivel más profundo, que no tienen ninguna otra certeza que la de morir. Saber esto, es lo que les da el valor de tener paciencia sin dejar de actuar. El valor de aceptar todo, sin llegar a ser estúpidos. El valor para ser astutos, sin ser presumidos, y sobre todo el valor de no tener compasión, sin entregarse a la importancia personal.»


«Hay muchas formas de acecharse a uno mismo, pero si no quieres usar la idea de la muerte, usa los poemas, acéchate con ellos. ¿Qué quieres decir? pregunta Carlos. Te he dicho que hay muchas razones por las que me gustan los poemas. Una de ellas, es que me permiten acecharme a mí mismo. Me doy una sacudida con ellos. Mientras tú los lees, yo escucho, apago mi diálogo interno y dejo que mi silencio cobre impulso. Así, la combinación del poema y el silencio se transforman en el procedimiento que descarga el sacudón. (..) Me explicó, dice Carlos, que los poetas sin saberlo anhelan el mundo de los brujos. Como no son brujos ni están en el camino del conocimiento, lo único que les queda es el anhelo. Al oír un poema, continua Don Juan, siento que ese hombre está viendo la esencia de las cosas y yo veo con él. No me interesa de qué trata el poema. Solo me interesan los sentimientos que el anhelo del poeta me brinda. Siento su anhelo y lo tomo prestado, y tomo prestada la belleza y me maravillo ante el hecho de que el poeta como un verdadero guerrero, la derrocha en los que la escuchan y aprecian, reteniendo para sí, tan sólo su anhelo. Esa sacudida, ese impacto de la belleza, es el acecho.»


Y tal vez no haría falta añadir nada más. Castaneda explica en pocas palabras, mucho más de lo que dice este libro. Pero también nos advierte: 

«La razón por la cual necesitamos un maestro es para que nos acicatee sin misericordia, de lo contrario, nuestra reacción natural es detenernos a felicitarnos por haber avanzado tanto. Para los brujos, la importancia personal es un monstruo de mil cabezas, y hay tres maneras en que uno puede enfrentarse a ellas y destruirlo: la primera consiste en cortar una cabeza por vez. La segunda en alcanzar ese misterioso estado de ser llamado el sitio donde no hay compasión, y el cual aniquila la importancia personal, matándola lentamente de hambre. Y la tercera, es pagar por la aniquilación instantánea del monstruo de mil cabezas, con la muerte simbólica de uno mismo.»


Y en El lado activo del infinito, dice: 

«La tristeza, para los chamanes, no es personal. No es en realidad tristeza. Es una ola de energía que llega desde lo profundo del cosmos y golpea a los chamanes cuando están receptivos, cuando son como radios, capaces de atraer ondas. Los chamanes de los tiempos antiguos sabían que hay una tristeza en el universo como una fuerza, una condición como la luz, como el intento y que esa fuerza perenne actúa, sobretodo en los chamanes porque ya no tienen escudos de defensa. No pueden esconderse detrás de sus amigos o sus estudios. Ya no pueden esconderse detrás del amor o del odio, o la felicidad o la desgracia. No pueden esconderse detrás de nada. La condición de los chamanes, dice Don Juan, es que la tristeza para ellos es abstracta. No viene del codiciar, o del necesitar algo, o de la importancia personal. No viene del yo, viene del infinito.»


Cuando entendemos que la tristeza es una condición como la luz, una fuerza perenne que proviene del infinito, aceptamos que el tema nos resulte inacabable y requiera más espacio para expresarse; de modo que a fin de aclarar o acompañar las palabras de Don Juan –y justificar este libro– cito a Baret:

«Cuando la idea de depresión me abandona, queda la sensación extraordinaria de una tristeza total, sin causa. Amo ese estado como mi tesoro más profundo, lo mimo, lo protejo de toda comprensión, de toda escapatoria, de todo cuidado, de todo deseo de mirar a otra parte. Dejo que esta tristeza suba; mi afecto es la levadura. Un día esta tristeza hará estallar todo lo que la concierne directamente, su origen es el presentimiento de la verdadera autonomía. Esta tristeza habita en mí porque la adivino sin poder alcanzarla. (..) La tristeza es un sentimiento último, es el sentimiento de la separación, es la emoción básica. Y no deja ningún sitio para alguien, ningún espacio para enamorarse de otra cosa. Quema todas las situaciones objetivas, ninguna expectativa ya es posible. Mientras estemos tristes por alguna cosa que no está ahí o porque ha ocurrido algo, negamos esta verdadera tristeza y permaneceremos apegados a la tristeza que se convierte en algún tipo de veneno para el cuerpo, para el psiquismo, para el pensamiento.»


«La verdadera tristeza es una emoción muy profunda y hay que preservarla sin objeto. Es el presentimiento de la tranquilidad anhelada y que no es alcanzable en las situaciones objetivas. (..) Cuando tiene lugar cierta madurez, esa tristeza está constantemente ahí, ya que, haga lo que haga, sé que no encontraré lo que pretendo encontrar. (..) La tristeza en ese sentido es una forma de madurez. Cuando poseemos la madurez de conservar la tristeza, se produce un cierto ascenso a la fuente. Pero las personas que constantemente niegan la tristeza, que se enamoran, que se extasían ante esto o aquello, nunca pueden acceder a la fuente. Experimentan esa languidez en el momento, pero después niegan su autenticidad pensando nuevamente que una relación, una situación, algo va a realizarles. Pero llega el momento en que ya no negamos esa tristeza.»


No puedo evitar concluir, citando otra vez a Trungpa. En su libro Shambala dice: 

«Las situaciones de miedo que hay en nuestra vida nos sirven como peldaños para llegar a superar ese miedo. Del otro lado de la cobardía, está la valentía. Si vamos dando los pasos adecuados, podemos atravesar el límite entre ser cobarde y ser valiente. Quizás no descubramos inmediatamente la valentía. Es probable que en cambio, más allá de nuestro miedo encontremos una ternura temblorosa. Seguimos aún temblando y estremeciéndonos pero en vez de aturdimiento, hay ternura. Tal como ya hemos visto, en la ternura hay un elemento de tristeza. No es la tristeza de quien se compadece a sí mismo o se siente despojado, sino una situación natural de plenitud. Uno se siente tan rico, que está a punto de deshacerse en lágrimas. Para ser un buen guerrero, uno tiene que sentir ese corazón triste y tierno. Aquel que no se siente solo y triste, no podrá ser nunca de modo alguno, un guerrero.»


«Si profundizamos en nuestro miedo, si miramos debajo del barniz que lo recubre, lo primero que encontramos por debajo del nerviosismo, es tristeza. La tristeza nos llega al corazón y el cuerpo responde con una lágrima. Ese es el primer asomo de la intrepidez, la primera señal del auténtico espíritu de guerrero. Cuando un ser humano empieza a sentir su corazón tierno y sensible, puede que se sienta sumamente torpe o que no sepa bien cómo relacionarse con esa forma de intrepidez. Pero después a medida que va vivenciando con más intensidad esa tristeza, se da cuenta que los seres humanos tienen que ser sensibles y abiertos, entonces ya no necesita sentir timidez ni vergüenza por ser sensible, en realidad su vulnerabilidad comienza a volverse apasionada. Quisiera extenderse hacia los demás y comunicarse con ellos. (..) El espíritu del guerrero ideal, consiste en sentir tristeza y ternura; Es por eso que el guerrero puede ser, además, muy valiente. Si uno no se siente esa tristeza de todo corazón, la valentía es tan frágil como una taza de porcelana. Si uno la deja caer, se romperá o se cascará. Pero la valentía del guerrero es como una taza lacada. Un cuenco de madera cubierto de capas y capas de laca. Si la taza se cae, rebotará en vez de romperse. Es blanda y dura a la vez.»


«Cuando despierta de esta manera su corazón, descubre con sorpresa que su corazón está vacío. Se encuentra con que está mirando al espacio exterior. ¿Qué es uno? ¿Quién es? ¿Dónde está su corazón? Si uno busca, no encontrará nada sólido y tangible, sólo una sensación dolorida. Uno se siente sensible y tierno y si abre los ojos al resto del mundo, siente una inmensa tristeza. Una tristeza que no viene de haber sido maltratado. Una no está triste porque alguien le haya insultado ni porque se siente empobrecida, esa experiencia de tristeza es más bien algo incondicional. Se da porque el corazón está completamente al descubierto. No hay piel ni tejido que lo cubra, no hay más que carne viva. El auténtico corazón de la tristeza proviene de la sensación de que nuestro inexistente corazón está totalmente pleno. Quisiéramos derramar la sangre de nuestro corazón y entregarlo a los otros. Para el guerrero esta vivencia del corazón triste y dolorido, es lo que genera la intrepidez. La verdadera intrepidez es producto de la ternura. Proviene de dejar que el mundo nos roce el corazón, nuestro corazón bello y palpitante. Estamos dispuestos a abrirnos sin resistencia ni timidez para enfrentar el mundo, dispuestos a compartir nuestro corazón con los demás.»


De las tristezas que vienen del infinito, son testimonio: el corazón roto de Trungpa, las lágrimas imparables de Irina Tweedie, las noches oscuras de Bernadette Roberts, la pobreza interior del Maestro Eckhart, la intensidad de Eric Baret, la ternura omniabarcante de Adyashanti, un anhelo/amor infinito en los ojos de Ramana... Ellos me han acompañado, enseñado, consolado y sostenido tantas veces como me he acusado por sentirme triste o por tener miedo de estar perdiendo la cabeza (como aconseja Harding en su maravilloso librito Vivir sin cabeza). Dejaba entonces que las palabras del libro me atravesaran, escuchaba el silencio interno y me permitía sentir, disfrutar el sacudón, es decir, el impacto de la belleza. No estaba sola. Hormiguita siguiendo los pasos de estrellas gigantes, de faros deslumbrantes, cegadores, en la oscuridad. A Ellos debo el camino, la historia, los cuentitos que cuenta este libro. Y que hoy, lo suficientemente vieja como para no preocuparme de las consecuencias, lo expongo a tus ojos, si te alienta en tu andar por la vida o si sólo te sabe a dolor, es cosa tuya. Pero recuerda, no estás sola, el mundo más que nunca, está ahí.


No puedo evitar al mencionar “el mundo” recordar lo que Malraux anunció para este siglo XXI: transformación o muerte. Y ahí estamos. Constatando tal vez, que no son dos cosas distintas, no son dos pares de opuestos, sino, aspectos de un mismo proceso del acontecer natural. Pero no voy a exponer aquí mis temores, opiniones o deseos al respecto. Cedo la palabra a Trungpa, que ya en Shambala allá por los años 80, decía:

«El verdadero problema es la actitud que viola el carácter sagrado de la vida. Es creer que la manera de conferir fuerza a una afirmación es poner el mundo patas arriba, no haciendo caso de sus normas básicas. Así, uno pierde confianza en el mundo fenomenal y al mismo tiempo se convierte en una persona poco digna de fiar. En alguien que cree que el camino al éxito consiste en hacer en la vida todo tipo de maquinaciones y tejemanejes. Quizás en semejante manera de ver las cosas, pueda hallarse una victoria pasajera, pero en última instancia quien así procede, está regodeándose en el basurero del mundo. (..) El mundo sagrado es grande, gracias a su cualidad primordial. Es decir, su condición sagrada se remonta a través de la historia, hasta antes de la historia, antes de la prehistoria, antes del pensamiento, antes de que la mente hubiera empezado siquiera a pensar. Entonces, experimentar la grandeza del mundo sagrado, es reconocer la existencia de esa sabiduría basta y primordial que se refleja a través de los fenómenos. Una sabiduría que es al mismo tiempo vieja y nueva y que jamás se deja empañar ni disminuir por los problemas del mundo.»


«Si los seres humanos violan su relación con el cielo y la tierra, o pierden la confianza en ella, se producirá el caos social y los desastres naturales. Habrá sequías, hambrunas o catástrofes naturales como inundaciones o terremotos. Si aplicamos esta perspectiva a la situación del mundo actual, podremos ver que hay relación entre los conflictos sociales y los problemas naturales o ambientales que enfrentamos. Cuando los seres humanos, pierden su conexión con la naturaleza, no saben ya cómo nutrir su ambiente, cómo gobernar su mundo, que es otra manera de decir lo mismo. Los seres humanos destruyen su ecología a la par que se destruyen los unos a los otros. Desde ese punto de vista, sanar nuestra sociedad, va de la mano con sanar nuestra conexión personal con el mundo fenomenal.»


Y el libro acaba con las siguientes palabras: «A lo largo de siglos, muchos ha habido que buscaron el bien fundamental e intentaron compartirlo con sus prójimos. Se trata de una realización que exige de una disciplina impecable y una condición inamovible. Quienes han sido impertérritos en su búsqueda y en su proclamación, pertenecen al linaje de los maestros guerreros, sea cual fuere su religión, su filosofía o su credo. Lo que distingue a tales adalides de la humanidad y guardianes de la sabiduría humana, es su valiente expresión de afabilidad y autenticidad en bien de todos los seres sintientes. Hemos de venerar su ejemplo, de reconocer la senda que nos han abierto. Son los padres y madres de Shambala, los seres que en medio de esta era de degradación nos hacen posible la contemplación de una sociedad iluminada.»


Tal y como yo lo veo, hablar de una sociedad iluminada es tal vez mucho pedir, pero podríamos considerar la posibilidad de más mujeres y hombres un poco más despiertos, de corazones un poco más vacíos, de mentes más claras que compartan con nosotros sus anhelos y nos sacudan con la belleza de sus palabras, sus gestos, sus acciones o creatividad y rescaten a este mundo de la molicie, la violencia, la arrogancia, la estupidez y etc, etc… en el que estamos todos tan… ¿Tan qué? ¿Cómo estás tú?





COLOFÓN



Han pasado varios días desde que acabé con las correcciones a este escrito y en este breve tiempo, me han venido a la cabeza dos cosas que quisiera añadir. La primera, expresar mi gratitud a A.H. Almaas que, como en su día Otto Rank, vino a confirmar mis temores e ideas con respecto al trauma del nacimiento y a todos los pequeños incidentes o graves accidentes, a todas las experiencias que sufrimos entre los 0 y los 4 o 5 años y que permanecen en el inconsciente y sellan para siempre nuestra sensación de identidad. (Sobre este tema, leer o escuchar los vídeos de Gabor Maté, resulta de gran ayuda) Gracias al exhaustivo análisis que hace de esas primeras etapas, pude confirmar, esclarecer e integrar, hasta cierto punto, esas vivencias. Muy especialmente en su Diamond Mind Series revisa toda teoría psicoanalítica y con rigor, meticulosidad y precisión diamantina, establece las diferencias entre el apoyo, la guía o ayuda que puede ofrecernos una terapia y lo que realmente sería un proceso de transformación interna; o sea, el inicio de lo que podríamos llamar un camino espiritual. Nos permite distinguir entre las muchas terapias que hoy existen, todas ellas perfectamente lícitas, beneficiosas y cada día más necesarias, y la senda sagrada de un guerrero o la impecabilidad de un brujo Yaqui, el compromiso de un Bodhisattva o la deslumbrante belleza y magnetismo de un maestro Sufi.


Y para ello, guste o no a nuestra mente tan moderna, son las grandes tradiciones y/o los grandes maestros los que saben y los que realmente enseñan. Almaas nos permite ver claramente esas diferencias pero también nos ayuda a cruzar ese puente, es decir, a salvar la distancia entre terapia –el apoyo al crecimiento y bienestar del ego de la persona– y búsqueda espiritual –la demolición de ese ego en aras de un Sí Mismo inamovible e incuestionablemente verdadero–. Nos proporciona las herramientas precisas para ocuparnos en serio de nuestros problemas e ir al fondo del inconsciente más primitivo, a cuando no somos sino un barro blando en el que se imprimen la garras de la ausencia o el calor de un regazo, según qué nos depare el destino. En lo más delicado, tierno y profundo de ese cuerpecito, en el esqueleto mismo, se podría decir, es donde queda esa huella, (el primer skanda al decir de los budistas) es decir, la forma que condicionará, incomprensiblemente para el ego –inexistente, claro, por entonces– el cómo se percibirá uno a sí mismo y desde ahí, cómo percibirá el mundo.

 

Evidentemente para llegar ahí, habrá que haberse trabajado mucho. Wilber dice que ese trabajo se puede resumir en 3 pasos: “clean up, wake up, grow up”. La limpieza o purificación seria aclararnos con la propia Sombra. Despertar, consistiría en que, a medida que nos conocemos mejor, constatamos que: “neti neti” o sea “ni esto ni lo otro”  es decir, que simplemente no sabemos y, desde ahí, crecer nos requerirá desarrollar interés en el camino, a saber, la pasión para investigar, estudiar y comprender que tenemos aún muchos escalones por delante y que con cada nuevo escalón, nuevas percepciones. Con cada nueva percepción accederemos, por así decir, a visiones de mundos muy diferentes.. 


Pero no siempre es posible en esta vida, como advierte Almaas, acabar del todo limpios, es decir, haber eliminado realmente todas las sombras y los condicionamientos que nos impiden despertar y seguir creciendo en conciencia hasta que aflore, naturalmente, lo que en verdad Somos. Es decir, que esos 3 pasos, el trabajo por hacer, requiere de tanto coraje como paciencia (a la conjunción de esas dos virtudes es lo que Adyashanti llama seriedad) ya que solo “limpiarnos” puede tomarnos muchos años y/o muchas vidas. La impaciencia, las dudas, los miedos, las confusiones y las pretensiones, las pruebas y los desafíos están servidos, forman parte del menú.


La segunda, es mencionar los dos temas en los que estoy pero para hablar de mi presente voy a recurrir a quienes lo explican mejor de lo que yo lo haría. En el precioso libro El arte de Morir Marie de Hennezel cuando se refiere a la vejez dice:

«Los dos grandes miedos que expresa la gente son el miedo al dolor físico, y a la soledad (..) pero entorno a esos dos miedos, se injertan otros como el miedo a ser separado de los que uno ama, a la ruptura de las relaciones, el miedo a asistir a la propia degradación física y tal vez mental, a perder la imagen de uno mismo, a perder el control y hacerse dependiente, perder la autonomía y estar a merced de los demás. Morir es perder todo eso y para algunos, esas pérdidas que deben vivirse, son mucho más temibles que la muerte.»

A lo que Jean Yves Leloup añade: «Para poder vivir sin temor esas situaciones, es preciso sentirse amado más allá de la imagen con la que se estaba identificado y a menudo falta esa confianza. En la raíz del miedo a la muerte, hay un miedo a amar o a dejarse amar. Una dolorosa herida narcisista está en el origen de esos miedos. Guardamos de esa herida una memoria imborrable, arcaica. Hemos confiado en otros y nos han defraudado, a partir de entonces no podemos confiar. (..) El resentimiento permanece en nosotros. Comprendo a San Juan cuando dice que lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo.»

Adyashanti es más concluyente: «Sólo una cosa nos da más miedo que la muerte y es el Amor». 

Se refiere claro, al Amor verdadero, al Amor absoluto, al Amor que todos anhelamos tanto como tememos, al Amor que exige, no un cuerpo muerto, sino un corazón vacío, un no-yo.


Yo por supuesto no estoy ahí, sigo viéndomelas con la ausencia que dio forma a mi cuerpo antes de que yo existiera y se hiciera un nudo, una historia interminable de tristezas y frustraciones, de traiciones, desconsuelos y soledad. Conceptos, palabras que sirven para nombrar lo inexplicable, lo que sentimos y/o padecemos sin razón aparente alguna. Porque sin que nadie lo entienda, sin que ni yo misma me lo pueda explicar, el cuerpo sigue defendiéndose del derrumbe, de la lenta, dolorosa y misteriosa disolución de la forma que creo ser yo. Nunca imaginé que estuviera tan apegada a la vida y que como Almaas en su Luminous Night Journey –un fragmento de su autobiografía– explica, es ante la posibilidad de le muerte del cuerpo, cuando uno descubre qué es lo que tanto quiere, a la vez que teme tanto.. ¿Perder qué? ¿Dejar qué? Sí, claro, la vida!. Me siento dejando la vida, o mejor, que la vida me está dejando a mí y no consideré nunca  la posibilidad de que, aunque una lo quisiera, fuera tan triste y doloroso, –al alma, supongo– desprenderse y soltar las raíces que sostienen la forma, la sensación, el sentimiento, la percepción, a saber, la idea: la incuestionable creencia de que el cuerpo soy yo. 


No es miedo a morir, como bien dice Almaas, sino amor a la vida, a las tantísimas pequeñas cosas tan dulces y placenteras que nos ofrece la vida. Es eso lo que nos pone en la difícil tesitura de creer que podemos querer vivir o morir. Y aunque tantas veces he estado enferma y sola, y sé que la alternativa es mera ficción («Qué puede decirnos la muerte, dice Leloup, que no nos haya murmurado ya antes la soledad») en la vejez, el cuerpo nos alerta de que ahora, la hora de la verdad está cerca. Yo diría que uno se las ve con la otra cara, –nunca reconocida– del Gran Misterio: el feroz apego del cuerpo a esta vida. Es fácil olvidar que entre el instinto de vida y el instinto de muerte, está Ágape, el anhelo de trascender, de poder contemplar la vida y la muerte como las dos caras de una misma moneda, como el día y la noche o, la primavera, el verano, el otoño y el invierno, como símiles del nacimiento, la juventud, la vejez y la muerte. Ciclos naturales, inevitables y perfectos, la forma en que se despliega natural e incesantemente La Vida.


Almaas también habla de la vejez pero desde una perspectiva muy distinta, dice:

«Me di cuenta de que la vejez es un tiempo de complitud, de terminar con cualquier proyecto de vida, de madurar en serio. La vejez es la condición que permite que el cuerpo se relaje y apacigüe, no queriendo ya nada, no necesitando hacer nada. Es un tiempo de descanso mental y relajación física, de soltar toda ambición. Los deseos se han agotado y los planes de futuro, se han abandonado. (..) La vejez para mí es como si un manantial dejara de fluir, no hay más impulso, tensión o deseo, simplemente un natural agotarse. La vejez permite la apreciación de esta calma, de la desconocida dulzura de abandonar todo esfuerzo.»


Y acerca de la muerte dice: «Estos últimos tiempos estoy pensando en la muerte, muy consciente de su presencia y contemplando su verdad. Me pregunto con una mente inocente: ¿Qué es la muerte? ¿Qué se siente? ¿Qué nos pasa? Esta investigación se ha intensificado estos días debido a problemas de salud, que me han hecho más consciente de la vulnerabilidad del cuerpo físico. Una gran tristeza junto con una sensación profunda de lo absoluto, me permiten ver que no tengo del todo claro el hecho de morir. No es miedo a lo desconocido, tampoco es dolor, no es una preocupación acerca de la muerte del yo o de que la conciencia cese. He experimentado esas formas de muerte, pero lo que experimento hoy, me hace darme cuenta de que al fondo algo permanece:, una profunda tristeza se derrama como mares de lágrimas negras, amargas e inconsolables. (..) De pronto tengo la comprensión de que esta tristeza tiene que ver con cierto tipo de soledad, pero una soledad diferente de todas las que ya conozco. Hay una preocupación, casi un miedo. No es precisamente miedo pero es algo así como sentirme absolutamente abandonado, pero no es exactamente un estado de soledad por el que me siento triste, es más bien el reconocimiento de que la muerte física querrá decir dejar mi vida, dejar todo lo que he querido en esta vida. Y entiendo que la muerte es la pérdida de la vida personal.»


Sí, la vida personal, los apegos invisibles nunca reconocidos que por fin afloran y duelen, duelen mucho. Pero lo cierto es que tampoco imaginé nunca el privilegio de sentirme, por así decir, perdiendo la vida, y sí, encontrarme agotada, presa de un cansancio inconmensurable, a cero la gasolina, la del cuerpo, –el hermano asno que decía San Francisco– pero conformada y tranquila. Aprendiendo algo para mí casi desconocido, prohibido, a pedir ayuda y recibirla. Pero sí me atrevo a decir que estoy en calma, agradecida y con salud, a pesar de la impotencia y vulnerabilidad en la que vivo, es porque se ha currado; es decir, no yo, la vida se ha encargado estos últimos años de que lo aprenda. Ha sido a fuerza de recordar, de revivir con cada amanecer la angustia innombrable de despertar a la vida y nada.. sola, aterrada, contracturada, enfadada conmigo, con el mundo y obligada a sobrevivir.


Para concluir con el tema que tengo por delante cito por último a Wilber. A raíz de estar con un enfermo terminal de sida, escribe en su Diario: 

«Me doy cuenta, una vez más, de que toda práctica espiritual  es un ensayo –y, en el mejor de los casos, una representación– de la muerte. Como dicen los místicos “si mueres antes de morir, sabes que al morir, no morirás”. En otras palabras, si mueres ahora mismo a tu sensación de identidad separada y descubres tu verdadero Yo (que es la totalidad del Kosmos) la muerte de este cuerpo-mente concreto no supondrá más que la caída de una hoja del árbol eterno que, en el fondo, eres. (..) Cuando se descansa en lo No Nacido, cuando se permanece libre como el Testigo vacío, la muerte no supone ningún cambio esencial. 

Pero eso no significa, obviamente, que la muerte deje de ser algo muy triste.»


Creo que he podido aludir a los dos temas que quería añadir: envejecer –madurar en serio– y presentir la muerte física –soltarlo todo de verdad–. Sé que no se ha dicho nada que no sepamos todos, al menos en teoría. Las teorías son visiones, perspectivas aéreas que nos permiten situarnos, ver por dónde andamos cuando nos encontramos perdidos. Son un “saber” pero no una experiencia vivida; son mapas, o gps, que nos indican las rutas más adecuadas o los atajos más convenientes, instrumentos muy útiles pero que, evidentemente, no hacen el camino por nosotros. De modo que se puede afirmar sin duda alguna que no hay: «Nada más práctico que una buena teoría». No recuerdo dónde leí esa frase pero con esa cita justificaba los cursos que en su día impartí sobre estos temas. «Al que ha reflexionado sobre la muerte, le es más fácil morir» Esta cita es de Montaigne. Creo que ambas citas son ciertas en el sentido de que nos son útiles. Solo disponemos de palabras para explicarnos y sabemos que las palabras no son de fiar pero, lo Otro, lo que está más allá de las palabras, a eso que por darle un nombre llamamos vida interior, ahí, todos estamos solos y sólo el silencio, si nos detenemos a escucharlo, nos podrá decir algo más.


Y en ese silencio, me viene a la memoria la siguiente frase que no recuerdo de quien o donde leí: «Hasta ahora, tu has perseguido a Dios (la Verdad, el Amor o el nombre que tu le des) ahora Eso, te persigue a ti». Cuando desde la ternura que nos inspira la tristeza y la audacia que surge de ahí, una confía en que eso es así, no cabe sino un: pues que así sea. Amén dicen los cristianos, Soha los budistas, Inshallah (si Dios lo quiere) los musulmanes, en inglés es So be it y los Beatles dicen Let it be. Más a la pata llana sería un , sí, sí, sí a lo que sea. 


No me queda sino decir otra vez adiós, pero antes quiero reiterar mi gratitud a Alba  Bioque por el entusiasmo –que me contagió– y su paciencia y diligencia para con este texto. Y agradecer al lector/a que me haya leído hasta aquí. Ojalá que las tristezas, los anhelos, los poemas y las tantas muertes sobre las que has leído, te aporten la claridad, el valor y la confianza en ti que, con los años, los muchos años, me han aportado a mí.





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ÍNDICE

A MODO DE PRÓLOGO

El Sentido del Libro

El sentido de la guerra

El Sentido de la vida

El sentido de la muerte

Una afición muy particular

La trascendencia

Wilber

ALGUNAS IDEAS MÁS CLARAS

El deseo, la añoranza y el Ser

Volviendo al principio

Los poemas

La pasión

La espiral

Algo sobre Saturno

Un final feliz

LOAS A SATURNO EN CÁNCER

En pos de la palabra paz

UN PASADO EN BLANCO

VAN CAYENDO

INSPIRADAS ME FUERON LAS PALABRAS

Canción floral

Hojas sueltas

MARIA

QUÉ INMENSA ES LA INMENSIDAD

RÍO Y YO

A TU SUEÑO DE ACTRIZ

AÑORANZA

SUAVE COMO UNA VOZ

LAS EMOCIONES DEBAJO DE LA LENGUA

NI EN LAS NOCHES MÁS NEGRAS

MEXICO LINDO

HOY LA PALABRA GOZO

CAUTA COMO UNA SOMBRA

Mis Tristezas

PARA VARIAR ME DOY AL VICIO

Tristeza

Mal pájaro

Si me dieras amor

La Palabra

Entre telarañas

No quisiera insistir

ADIVINANZA

Gracias Amor

A Chögyie

A Ramana Maharshi

A modo de despedida

Un sueño

Otra vez rara

La vida no es un cuento

Otra vez Wilber

Otra vez el sueño

Hoy por hoy

Otra vez adiós

Baubo, la diosa japonesa

La sexualidad y el amor

Nadie

A MODO DE EPÍLOGO

COLOFÓN

 

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